Contra olas de cuatro metros o con el mar como una balsa de aceite, milla a milla pero siempre con el mismo rumbo en la proa, Palestina.El Marianne ya lleva un mes navegando hacia Gaza, la cárcel al aire libre más grande del mundo. Este pequeño barco de pesca, pacífico pero armado de valor, va a desafiar en unos días a uno de los ejércitos más poderosos del planeta, el de Israel, cuando cruce la línea en el mar que aísla a Gaza del resto del mundo.
Hace ya ocho años que Israel decidió imponer un bloqueo por aire, tierra y mar sobre la Franja de Gaza. Nada ni nadie entra, nada ni nadie sale. Una cárcel a cielo abierto en la que cumplen condena dos millones de personas con el beneplácito de los gobiernos occidentales que siguen tratando con Israel como si fuera normal lo que allí ocurre. Y en medio de toda esta locura ‘geopolítica’ de intereses ocultos entre gobiernos, un pesquero de menos de 20 metros ha sido el primero en echarse a la mar de esta nueva Flotilla de la Libertad que vuelve a navegar para romper el bloqueo marítimo.
El 1 de junio embarqué con la tripulación del Marianne en el puerto de Bueu, en Galicia, y mi primera impresión fue que iba a pasarme unos días rodeado de vikingos. Gente grande, rubia, de ojos azules y con barba. A pesar de que la mayoría son escandinavos, el carácter internacional de esta flotilla es una realidad. Mientras escribo estas líneas estamos navegando hacia el sur de Italia y por las literas del Marianne han pasado ya personas de más de diez nacionalidades: Canadá, España, Portugal, Turquía, Palestina, Siria, Noruega, Argelia, Suecia y Finlandia.
Las palabras que más se repiten en los debates y discursos, a bordo y en tierra, son solidaridad e internacionalismo. Joel Opperdoes, capitán del Marianne, dice sentirse“orgulloso de haber recogido el legado de aquellos marineros suecos que vinieron a luchar contra Franco en la Guerra Civil española”. Kevin Neish, el mecánico a bordo, está aquí porque su padre le contó la historia de aquellos canadienses que lucharon en las Brigadas Internacionales. Eso es lo que le hizo subirse al Mavi Marmara en 2010 o ir a ayudar a sindicalistas perseguidos de Bogotá. Sin armas, sólo con su piel, pues es consciente de que la vida de un canadiense hoy vale más que la de un campesino colombiano o un pescador palestino.
La llegada a los puertos tras varios días de navegación siempre es emocionante por las muestras de solidaridad con las que nos encontramos. En el primer puerto pensé que esto era como las Marchas de la Dignidad, pero en el agua, ya que era lo más parecido que había vivido. Nos regalan comida, medicinas, nos hacen sentir como en casa y no nos dejan ni siquiera dar las gracias. Palestinos exiliados recorren cientos de kilómetros para recibir a la flotilla y en todos los puertos siempre están allí para contarnos sus historias, cómo les afecta el bloqueo personalmente, y para desearnos buena suerte.
La vida a bordo se hace más llevadera gracias al titánico esfuerzo de Nils, el cocinero. Diceiséis horas al día de trabajo mientras el barco se balancea dan como resultado pan recién horneado, pasteles y otros manjares que decoran nuestro pequeño pero acogedor comedor. Como noruego, sabe lo que es que un pueblo dependa de la pesca, por eso le indigna la pasividad de la comunidad internacional ante los disparos constantes de Israel a los pescadores palestinos que se alejan más de tres millas de la costa. Es imposible pescar tan cerca, les están obligando a agotar los caladeros de la Franja de Gaza y así arruinar aún más el futuro pesquero, que es la principal fuente de alimentación de la región.
«Nils está continuamente haciendo milagros para nosotros», dice Charlie con una sonrisa de oreja a oreja mientras observa un pastel de chocolate y naranja. La historia de este marinero de Suecia también es digna de ser escuchada. Charlie estaba en Gaza el verano pasado construyendo un barco para romper el bloqueo, pero desde dentro. Cuando estalló la nueva ola de asesinatos llamados ‘Operación Margen Protector’, uno de los objetivos fue volar por los aires ese barco, el Arca de Gaza, y así ocurrió tras el impacto de un misil lanzado por Israel. Éste es su tercer intento de romper el bloqueo de Gaza y está convencido de que así será.
Las olas y el mal tiempo se han quedado atrás del estrecho de Gibraltar y ahora el viento amistoso del Mediterráneo nos acompaña hasta Italia, antes de reunirnos con el resto de barcos de la Flotilla de la Libertad que para final de este mes estarán cruzando y rompiendo la línea imaginaria con la que Israel mantiene a Gaza atrapada en sí misma.
Por Pablo Miranzo / Diagonal Periódico