¿Quién mató a Eduardo Lara?

Desde ahora en adelante la muerte de Eduardo Lara ocupará en la memoria colectiva el espacio destinado a las desgracias porteñas. Su deceso no hará olvidar la casi muerte de Rodrigo Avilés, un año antes, sobre la misma avenida; por el contrario, ella se sumará a ese sino trágico de una ciudad fatalizada.

¿Quién mató a Eduardo Lara?

Autor: Patricio Araya

glorias-navales9_1349x598La principal conclusión ciudadana tras la cuenta pública que este 21 de mayo rindió la Presidenta de la República frente al Congreso Pleno, no hay que buscarla en su discurso de una hora y media. Ni siquiera hay que buscarla en las reacciones posteriores verbalizadas por sus adherentes y detractores. Tampoco es aquella que asegura que la cuenta pública y la conmemoración de las Glorias Navales deben diferirse.

Por desgracia, tal como en su versión anterior, este año las palabras de la Mandataria también se las llevará el viento. Igual que en 2015, otro hecho desafortunado desplazó de su centro la atención mediática sobre aquello que debiese ser lo fundamental, como es el mensaje que la primera autoridad dirige a la Nación, dando cuenta del estado de la marcha del país y sus proyecciones

El 21 de mayo de 2015 la alevosa agresión sufrida por el estudiante universitario Rodrigo Avilés, a manos de un pitonero del guanaco de Carabineros, en avenida Pedro Montt, en pleno centro de Valparaíso, se convirtió en la única imagen que se recuerda de esa jornada, tanto en el Salón de Honor del Congreso, como en las calles porteñas.

Este 21 de mayo, la muerte de Eduardo Lara ocupará en la memoria colectiva el espacio destinado a las desgracias porteñas. Su deceso no hará olvidar la casi muerte de Rodrigo Avilés, un año antes, sobre la misma avenida; por el contrario, ella se sumará a ese sino trágico de una ciudad fatalizada por el abandono y la indiferencia del centralismo, que año a año, cada 21 de mayo, va sirviendo de escenario a la ira desatada de quienes sienten que el sistema, el maldito sistema, los excluyó de toda oportunidad.

Un sábado infeliz, este 21 de mayo, que ya a las seis y media de la mañana anunciaba la desgracia. A esa hora, un repentino aguacero se dejaba caer sobre la ciudad sitiada desde la noche anterior por un inusitado cerco de seguridad policial. Una seguridad desplegada no para proteger a los ciudadanos, sino a las visitas, empezando por la Presidenta Bachelet. El diluvio de la madrugada hacía presagiar algo terrible. Eduardo lo presintió. Antes de salir de su casa le advirtió su preocupación a su familia. Temía que pudiese suceder algo malo. Y sucedió. Por desgracias Eduardo no alcanzó a darse cuenta que tras el furioso aguacero, la ciudad volvió a brillar bajo el sol radiante del otoño.

Tras los graves incidentes que incluyeron el atentado incendiario contra la farmacia Ahumada ubicada en las esquina de avenida Pedro Montt con Las Heras, en los bajos del edificio del concejo municipal, donde Eduardo encontró la muerte en su puesto de trabajo como guardia, la policía detuvo a 37 personas, de las cuales 24 fueron formalizadas por la fiscalía, la que decretó su libertad, dejando solo a un estudiante de 24 años con arresto domiciliario nocturno.

¿Quién mató a Eduardo Lara?

No obstante la nitidez y elocuencia de las imágenes proporcionadas por la televisión, así como las capturadas por una cincuentena de reporteros gráficos, aún no es posible determinar quién inició el incendio de la farmacia Ahumada, ni cómo se expandieron el fuego y el humo  que hizo colapsar el tercer piso del inmueble donde Eduardo luchaba por su vida, cuidando los secretos del concejo municipal.

A contar de ahora será el Ministerio Público el que realice la investigación que dé con los responsables del atentado que acabó con la vida de un inocente trabajador, un chileno que a sus 71 años aún debía trabajar para llevar dinero a su casa, mientras sus pares europeos a esa misma edad, suelen llegar como turistas a Valparaíso.

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Edificio donde funcionaba el Concejo Municipal de Valparaíso, en Pedro Montt esquina Las Heras.

A Eduardo no lo mató solo el humo del incendio, ni el ‘terrorismo urbano’, ni la falta de coordinación logística del aparato municipal, que no supo discernir si él estaba o no en el interior del edificio siniestrado; a Eduardo lo mató el sistema.

Es el vergonzoso e insostenible sistema de distribución de la riqueza el que destruye la justicia. Sin justicia no hay democracia posible. Es la injusticia la que está destruyendo la democracia, la precaria y tutelada democracia, hecha de más quebrantos que de aciertos en estos últimos 26 años, donde la desigualdad ha modelado la vida de la mayor parte de los chilenos.

La delincuencia es el resultado, no la causa. Asegurar, como lo hicieron ministros y parlamentarios en la escalinatas del Congreso, una vez conocida la muerte de Eduardo, en el sentido de que las manifestaciones que desencadenaron el incendio de la farmacia, no eran genuina expresión de descontento político, sino solo delincuencia, y de paso, homologando toda disidencia a acciones vandálicas, es reduccionista. Ello es la forma más simplona de entender la realidad, de aproximarse a ella.

Asegurar que detrás de la mano que lanza una bomba incendiaria solo se oculta el deseo de destruir la propiedad privada, es evadir el fondo del problema. Quien lanza una bomba incendiaria, o se enfrenta con la policía, es una persona frustrada, alguien que ha sido derrotado por las reglas del mercado, que se resiste a sus designios; alguien que se siente llamado a derrotar a ese Goliat que lo abusa. El o los que incendiaron la farmacia el sábado, no buscaban asesinar a un trabajador, que no tenían cómo saber que estaba en los altos del edificio; su rabia estaba dirigida contra la colusión de las farmacias, contra los abusos hacia los enfermos.

Este fenómeno de la ‘delincuencia’ es propio de los pueblos oprimidos, de las sociedades fundadas en la desigualdad y la injusticia; es inherente a los pueblos subdesarrollados y empobrecidos. ¿Acaso este ‘vandalismo’ se da en Luxemburgo, o en Suiza? En ese tipo de sociedad desarrollada, sépanlo señores del establishment, el chancho está mejor pelado. Por esos lares, la cosa es más o menos así: no hay pobreza porque gracias a la buena y oportuna educación, sus habitantes acceden a niveles de desarrollo igualitario; y, tome señor senador Espina, por las Europas, fíjese, les ha dado por cerrar cárceles, porque, según se han percatado, la delincuencia ha disminuido al mínimo, tanto, que ya nadie quiere estar preso.

Antes de afanarse en la misma obstinación de don Otto, de echarle la culpa al sofá, insistiendo en la idea de cambiar la fecha y el lugar de la cuenta pública presidencial, lo que las autoridades debiesen hacer con urgencia es asumir que el sistema de distribución del ingreso colapsó, que ya no es posible perseverar en la doctrina que las leyes del mercado son suficientes para modelar la sociedad; no solo de pan vive el hombre; también vive de valores y subjetividades; de sentimientos y esperanzas…

A través de unas palabras que tal vez pasaron desapercibidas, y sin imaginar que mientras ella hablaba en el Congreso, la vida de Eduardo se extinguía a ocho cuadras de ahí, la propia Presidenta Bachelet esbozó en su discurso su preocupación por lo que está sucediendo en Chile: “Si no hacemos los cambios todos juntos y ahora, las tensiones y obstáculos crecerán y frustraremos nuestra oportunidad de progreso”.


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