Turbulence es una revista que surge como espacio de debate e intercambio de ideas para salir del capitalismo. El Ciudadano conversó con uno de sus editores, Rodrigo Nunes acerca de la experiencia de décadas de contracumbres, sobre la relación entre movimiento social e instituciones, los caminos de la izquierda global ante la crisis ambiental y un nuevo concepto: el ‘hacer común’, estrategia de subjetividad que tiende a superar las identidades producidas por el desfalleciente neoliberalismo.
Rodrigo Nunes estudiaba Derecho cuando leyó ‘Microfísica del Poder’ de Michel Foucault. Fue tal el impacto que las ideas del filósofo francés provocaron en Rodrigo que hizo que abandonara las leyes y códigos penales para dedicarse a la Filosofía. “Foucault fue como nuestro libro rojo porque lo teníamos siempre en la mochila. Fue para mi leer a un filósofo en vivo, que trabaja y piensa sobre lo que está pasando en la política y los movimientos de su época”- nos cuenta sentado en un jardín de una universidad boliviana, sede de la Conferencia de los Pueblos sobre el Cambio Climático, ocurrida en abril de este año en Cochabamba, Bolivia.
Rodrigo confiesa que no hace mucho aprendió a decir que es filósofo cuando le preguntan a qué se dedica. Participó en la organización de los 3 primeros Foros Mundiales “que llegaron al patio de mi casa mientras estaba preocupado de hacer trabajo social”- cuenta; vivió durante 6 años en Inglaterra donde hizo un doctorado en la University of London; hace un año volvió a Brasil radicándose en Porto Alegre e integra el consejo editorial de la revista Turbulence, Ideas para el Movimiento.
Dicha revista es un espacio para pensar, debatir y articular teorías políticas, sociales y económicas del movimiento mundial antiglobalización. Surge el 2007 y este año publica su primera edición en español, luego de 5 ediciones dedicadas a construir una tribuna para el pensamiento de izquierda del Norte Global.
¿Podríamos decir que el 2009 fue el año en que los movimientos ecologistas y anticapitalistas coincidieron en que su enemigo común es el capitalismo del desastre?
– Creo que se está construyendo esta convergencia y es de manera distinta a como se fue dando desde la mitad de los ’90, donde el enemigo era el neoliberalismo. En la zona del movimiento de Justicia Climática y de algunas ONG’s el enemigo que se plantea es el capitalismo mismo. La crisis medioambiental nos pone delante de la contradicción básica del capitalismo basado en una idea de progreso infinito, frente a una capacidad infinita del planeta para recuperarse de la intervención humana.
Un lugar común en las clases de Economía hasta hace un par de años era que las necesidades son infinitas ¿ha cambiado dicho paradigma entonces?
– Sí y Evo Morales lo decía bien: ‘O vive el capitalismo o vive la madre tierra’. Hoy tenemos una ventana de oportunidad muy única, ya que estamos urgidos a tomar alguna acción para revertir la crisis ecológica, ya que, según lo que dicen algunos científicos, aún tenemos unos 10 años para poder revertir la situación. Creo que esta convergencia es más propositiva que la que nos aglutinó alrededor del No al Neoliberalismo
En un texto de Turbulence planteas la hipótesis de que las luchas que emergieron a partir de la cumbre de la OMC en Seattle en 1999 no eran un ‘movimiento’ sino que sólo un ‘momento’ de la lucha contra el capitalismo ¿Podrías explicarnos esta idea?
– Hasta cuando hice esta distinción siempre tuve dificultad en señalar lo que sería el movimiento global porque si empezamos a hablar de ‘movimiento’ haces referencia a las contracumbres, los foros sociales, pero al tiempo pasaban muchas otras cosas en el mundo que no estaban ahí, que no estaban representadas en dichos encuentros. Formas distintas en sus formas de organizarse o en elecciones políticas, por lo que me parecía que siempre que se intentaba hablar del movimiento global se intentaba pensar el todo y al final se cerraba este todo en la experiencia de las contracumbres en Europa, lo que acaba por definir este movimiento y que era como los medios lo difundían. La diversidad de experiencias se reducía a una cierta identidad política propia del norte global. Así se creaba un perfil de lo que era este ‘movimiento’, que resultaba ser una reducción de todo lo que estaba pasando. Por ello prefiero hablar de ‘un momento global’ que se caracterizaba por el hecho de que por primera vez pudimos articular luchas comunes.
¿Qué pasó allí entonces?
– La globalización neoliberal nos hizo darnos cuenta de que todos estábamos expuestos ante los mismos problemas y que estos problemas estaban interconectados. La reciprocidad entre las diferentes luchas, sus puntos de superposición, sus efectos y diferencias mutuas fue lo que constatamos al comenzar a comunicarnos, lo que hizo que pensáramos estratégicamente y comenzáramos a crear convergencias.
Pero el 2003 con la guerra de Irak ocurre un reflujo del movimiento social.
– Se dice que el gran triunfo de este momento de contracumbres fueron las marchas contra la guerra de Irak, las que fueron masivas. Si bien no pudimos parar la guerra, además de que la guerra misma justificó al poder cerrar muchos espacios, la militarización de nuestras sociedades y la creación de nuevos mecanismos de vigilancia, lo que quedó de este fracaso fue que logramos juntar todas estas fuerzas mundiales en un mismo tiempo como nunca antes se había logrado.
¿Podemos hablar de que hoy estamos en un momento de convergencia de un poder colectivo?
– Hasta ese momento girábamos alrededor de una agenda negativa: el no al neoliberalismo, no a la guerra o no a la globalización. Lo que queda ahora es que tenemos el potencial de producir estas convergencias, pese al reflujo que hubo el 2002 y 2003. La cuestión hoy es si es posible generar una agenda positiva: construir una agenda de propósitos.
¿Cómo imaginas este estadio que supere el momento de contracumbres?
– Podemos llegar a un consenso de qué es lo que queremos, pese a que no haya consenso al cómo lo logramos. Creo que en Cochabamba se avanza en tal dirección, ya que por un lado los gobiernos comprometidos, como Bolivia y Venezuela, trabajarán al interior de la ONU; y por otro las organizaciones sociales lo haremos por fuera, construyendo espacios que permitan incidir en las sociedades y sobre los políticos.
¿De qué lucha se trata ahora?
– Hoy nos confrontamos a lo que es luchar contra el capitalismo, que es una máquina que cubre el globo. No existe sólo una lucha política contra él, sino que se tienen que encontrar nuevas formas de producir y de que circule esta producción.
HACER COMÚN FRENTE A SUBJETIVIDAD NEOLIBERAL
¿Podrías definirnos el concepto ‘commonality’?
– El potencial incrementado para el intercambio y la producción de una trama común es la respuesta posible a la globalización. Pese a que el neoliberalismo hoy no se sustenta al nivel de las ideologías producto de su derrumbe teórico con la crisis económica del 2008, sigue siendo efectivo y reproduciéndose en las prácticas sociales. El commonality aparece como la idea de que se necesita crear prácticas sociales que resistan y superen a la subjetivación neoliberal. Así comprendo el tema del ‘buen vivir’, que parte de la cosmovisión indígena y que se propone como una alternativa global, como una forma de hacer y crear común en la vida misma.
¿Podemos ya ir coincidiendo en una agenda común?
– Decimos que una de las ideas que tenemos que no son ni previsiones ni un programa, pero sí un punto donde empezar es en el manejo de la vida común en lo cotidiano. Un tema central es la vivienda, el acceso a la salud o a la educación. Esto lo oponemos al ideario neoliberal que provocó la internalización de los riesgos y el ideal de éxito en las personas, ya que aún opera a nivel de imaginarios la idea de que quien no logra ser un buen sujeto neoliberal fue alguien que no tuvo cualidades intelectuales para alcanzar el bienestar. Estas percepciones hay que cambiar en la vida diaria y a nivel del sistema, las que funcionaron porque hallaron su soporte en los deseos de la gente, perfectamente legítimos, de tener una casa, medios de transporte, etc. Funcionó como una respuesta a varios deseos que no hallaron respuesta en el periodo anterior.
MOVIMIENTOS E INSTITUCIONES
Muchos sectores de la izquierda, ya sea por desencanto o por antagonismo a las instituciones, han dejado los espacios de poder vacantes, los que luego son cooptados ¿Qué problemas vez en esa postura?
– Hay que aceptar que alguna mediación siempre va a ocurrir. Esto lo han aprendido los movimientos ambientales que terminan constatando la importancia de una instancia pública que haga las mediaciones. El desafío está en saber crearse sus propios mediadores. La demanda de autonomía de muchos movimientos sociales termina vaciando la cuestión del antagonismo político, como si fuera suficiente crear autonomía para eliminar las condiciones estructurales contra las que se estaba luchando. El antagonismo necesita de la autonomía como caldo de cultivo y es más o menos fuerte y rico si existe, pero no se puede dejar de lado el espacio del antagonismo encontrando nuevas formas de relacionarse con los gobiernos y los partidos.
También existe cierta seducción con el impacto mediático que tienen acciones radicales de los movimientos de izquierda ¿qué problema vez allí?
– Me parece que ahí justamente opera esta seducción que genera una imagen de ti mismo que es mucho más grande de lo que realmente eres. Esta seducción se da justo en el sentido de que se proyecta una posibilidad de antagonismo que no necesariamente existe y que muchas veces la proyección de esta imagen no es para nada el fin deseado con las acciones. Sucede que nos hemos olvidándonos de estar creando autonomía, organización y, justamente, las condiciones de un antagonismo más fuerte. En Inglaterra tenemos el ejemplo más claro con Reclaim the Street, un movimiento genial que creció durante 5 años haciendo acciones cada vez más elaboradas y seductoras. Finalmente en l998 la respuesta del gobierno y la policía británica fue tan inaguantable que se entró a una especie de colapso.
¿Cuál es para ti el valor de la alegría colectiva?
– Me parece que una de las satisfacciones del ‘hacer en común’ está en la alegría colectiva, que es el compartir afectos que crean las condiciones de una buena negociación política a partir de la confianza en otras personas y grupos. La alegría colectiva de la lucha es la más grande alegría que existe.
Por Mauricio Becerra R.
El Ciudadano
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