La mayoría está pendiente de las piedras o pañuelos que intercambian Estados Unidos e Irán o de las declaraciones entre líneas sobre Siria, pero lo más interesante que acontece en la Asamblea General de la ONU no se escucha. Analizamos los discursos de los presidentes de Uruguay, Chile y Brasil. Discursos antagónicos de un mundo que no se escucha.
“Soy del SUR y vengo del SUR a esta asamblea”. Así, con mayúsculas, matizó ayer su procedencia cardinal y política José Mujica, el presidente de Uruguay, para dejar clara su posición política, humana y decolonial ante la Asamblea General de la ONU. Podrán afirmar algunos que a Mujica, a sus 78 años, le puede el sentimentalismo y la filosofía y que rehúye los grandes asuntos geoestratégicos, pero el veterano mandatario dio ayer una lección de visión hacia el futuro. Si la ONU fuera un foro real para imaginar el planeta a futuro, las palabras de Mujica ganarían en importancia. Sus compañeros del Cono Sur se dedicaron a otras cosas. Dilma Rousseff trató –sin éxito- de dar un golpe en la mesa como presidenta del subimperio brasileño al reclamar a Estados Unidos su programa de espionaje y calificarlo como la mayor violación de “los derechos humanos, la libertad civil y la soberanía”. Roussef autodefinió a su país como democrático y defensor del derecho internacional, olvidando su insumisión ante las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y pidió regulación de Internet y respeto a la privacidad como bases de una nueva democracia global.
Su discurso, centrado en la afrenta, no mereció más que un vaga frase de Obama en la que ni siquiera nombró a Brasil ni sus preocupaciones: “Hemos comenzado a revisar la forma en la que recolectamos inteligencia para equilibrar las preocupaciones de los norteamericanos y sus aliados respecto a su privacidad”.
La dinámica de los grandes medios de comunicación era buscar ese choque entre la superpotencia estadounidense y la potencia emergente de los BRICS, pero Barack Obama estaba concentrado en Irán y en Siria, el auditorio dormitaba en los costosos sillones de la 68 Asamblea General de la ONU y las palabras de fondo de oradores como José Mujica no lograban el eco que, en un entorno decente, habrían tenido.
De la civilización del consumo a la de la humanidad
Volvemos a empezar. “Soy del SUR y vengo del SUR a esta asamblea. Cargo con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, páramos, selvas, pampas y socavones de la América Latina, patria común que está haciéndose cargo con las culturas originarias aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con los bloqueos inútiles y tristes a Cuba, con la vigilancia electrónica hija de las desconfianzas que nos envenenan, a países como Brasil. Cargo con una gigantesca deuda social, con la necesidad de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos. Cargo con el deber de luchar por Patria para todos y para que Colombia pueda encontrar la paz, y cargo con el deber de luchar por tolerancia para quienes son distintos y con el deber de respetar y nunca intervenir contra la voluntad de las partes”. Una vez definido su punto de partida, el presidente de Uruguay le apostó a un gobierno global, que desmercantilice las relaciones entre personas y gobiernos y que descolonice el concepto de “civilización” construido desde el imperialismo occidental. Mujica considera que se trata de una “civilización contra la sencillez, contra la sobriedad, contra todos los ciclos naturales, pero lo peor, civilización contra la libertad que supone el tiempo para vivir las relaciones humanas, amor, amistad, aventura, solidaridad, familia. Civilización contra el tiempo libre que no paga y puede gozar escudriñando la naturaleza”.
Considera Mujica que “la ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el Mundo débil que es la mayoría”, que “la economía globalizada no tiene otra conducción que el interés privado de muy pocos” y que “el Capitalismo Productivo está preso en la caja de los bancos y estos, son la cúspide del Poder Mundial”. Ante estos hechos dramáticos, Mujica advierte de que “hay que salvar la vida” antes de soñar con una humanidad mejor y para ello “sería imperioso lograr grandes consensos para desatar solidaridad hacia los más oprimidos, castigar impositivamente el despilfarro y la especulación. Movilizar las grandes economías no para crear descartables sino bienes útiles sin frivolidades ni obsolescencias calculadas, para ayudar al Mundo Pobre. Bienes útiles contra la Pobreza Mundial. Mucho más redituable que hacer guerras es volcar un neokeinesianismo útil de escala planetaria para abolir las vergüenzas más flagrantes del Mundo”.
Iniciativa privada y amnesia nacional
Al mismo estrado se subió el ya casi saliente presidente chileno, Sebastián Piñera. Los encargados de elaborar su discurso consideraron que el escenario de la Asamblea general requería algunos brindis generales dedicados al amor mundial: “no debemos olvidar que todos vivimos en una misma época, todos habitamos el mismo el planeta, todos respiramos un mismo aire, a todos nos alumbra el mismo sol y todos -¡todos!- amamos con pasión a nuestros hijos y nietos y queremos un futuro de paz, progreso y bienestar para nuestras naciones y pueblos”. Pero eran palabras de introducción para luego pedir la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU proponiendo a los países con poder de veto que “se abstengan de utilizarlo en situaciones de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, genocidio o limpieza étnica”. Chile quiere ser votado como miembro no permanente del Consejo.
Esta única propuesta de Piñera –la reforma del Consejo de Seguridad- quedaría invalidada si hubiera que valorar su explicación del orden mundial en que vivimos, el que según él “no es hijo de la guerra ni de las luchas ideológicas que lo acompañaron durante la segunda mitad del siglo XX, sino de la revolución del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la información propia de este siglo XXI… (…) Un mundo nuevo, que ya no está dividido por muros y cortinas de hierro, sino conectado e integrado por los puentes de la globalización y un intercambio cada vez más libre de bienes, servicios, ideas, e incluso, personas”. Merece repetirlo: “…e, incluso, personas”.
Piñera partió de varias falacias intelectuales para llegar a la nada: este mundo globalizado lleno de posibilidades, el fin de las ideologías que tanto gusta a la derecha de este siglo XXI, la reconciliación del pueblo chileno en un marco de verdad y justicia –“la transición antigua [la de la dictadura a la democracia] la hicimos bien”, la necesidad de “defender la iniciativa privada” para garantizar “el desarrollo económico” sin el cual no es posible “una democracia de calidad”… Esos son algunos de los espacios comunes recorridos por Piñera antes de recalar en la Alianza del Pacífico y en las ventajas de los tratados de libre comercio y del crecimiento económico del que Chile, según sus palabras, sería modelo”.
Al otro lado, José Mujica no pidió puestos en la ONU, denunció que mientras unos países, como Uruguay, mandan soldados a las misiones de paz, otros son los que toman las decisiones y le dio una bofetada a una audiencia dormida e indolente al asegurar que “nuestro mundo precisa menos organismos mundiales de toda laya, que organizan Foros y Conferencias que sólo sirven a las cadenas hoteleras y a las compañías aéreas y que en el mejor de los casos nadie recoge ni obra por sus decisiones. Cada minuto se gastan dos millones de dólares de presupuestos militares en el Mundo, la investigación médica en el planeta apenas cubre una quinta parte de la investigación y desarrollo militar. Este proceso asegura el odio y los fanatismos, fuentes de nuevas guerras y esto también gasta fortunas”.
En la sesión de hoy de la Asamblea General intervienen los mandatarios de Bolivia (Evo Morales), Venezuela (Nicolás Maduro), aunque éste no ha confirmado su asistencia, Perú (Ollanta Humala), El Salvador (Mauricio Funes) y Panamá (Ricardo Martinelli). También es el turno hoy de los primeros ministros de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar, y Antigua y Barbuda, Winston Spencer.
Por Paco Gómez Nadal
Fuente: OtrAmerica