Releyendo a Efraín Barquero y preparando un Chile Actual Anatomía de un Mito II, que revise el período 1997-2007 de la transición chilena, encontramos al sociólogo y cientista político de la izquierda chilena Tomás Moulian. “Es un intento de estudiar un período con un método histórico, pero a partir de un análisis multivariado”- confiesa sobre la metodología que intentará aplicar. También quiere rescatar a intelectuales políticos olvidados en Chile, como Yerko Moretic, y de paso se explaya sobre los mitos actuales.
-¿Qué le parece que se haya instalado la discusión sobre un sueldo ético en vez de la discusión del sueldo mínimo legal?
-Es interesante la aparición de la Iglesia como gestora social e instalar el tema del sueldo como una obligación moral. Creo que es tan importante como lo legal en el lenguaje de los católicos. Lo que traiciona al obispo Goic es pensar desde el pensamiento católico y que en las sociedades capitalistas los sistemas democráticos funcionan con la ley. Por ello no basta el consenso o tratar de interpelar el lado bueno de los empresarios.
-Igual la CPC reaccionó con dureza.
-Era esperable, pero al mismo tiempo las intervenciones torpes de Evelyn Matthei le permitieron reinstalar su discurso a Goic. Un empresario no puede aceptar un sueldo ético, prefieren hacerse los sordos y Matthei permitió que Goic recibiera una serie de apoyos que no estaban. Es importante, porque en esta sociedad las reivindicaciones sociales estaban muy arrumbadas.
-¿El sujeto que usted reconocía en los 90, que basaba su estabilidad en cumplir las cuotas de su deuda ha variado en los últimos años?
-La aparición de los dirigentes que movilizaron a los estudiantes y muchos otros que son más ignotos y están trabajando en las poblaciones evidentemente son un sujeto nuevo. Pero la gran masa sigue secuestrada en la fascinación de este modelo y sigue siendo un ciudadano crediticio porque esta sociedad entera se ha consolidado como una sociedad de consumo.
-¿Algún consejo a estas nuevas identidades?
-No, yo no me atrevería a dar consejos, pero valoro que estos dirigentes se conecten con las dificultades, no son de un optimismo banal. La idea es pensar de nuevo las estrategias de la dominación, ver los vericuetos que puedan desarticularlas o molestarlas un poco.
-Podría dar luz acerca de una clave articuladora de la desmovilización social
-Aún no las he descubierto.
VIOLENCIA Y SINDICALISMO
-¿Encuentra alguna diferencia en la última movilización realizada por los subcontratistas de Codelco con las de los ’90?
-Hoy estamos en una situación distinta a la tradición del sindicalismo chileno del siglo XX, cuando movilizarse era aceptado y el trabajador tenía dignidad. Creo que nos encontramos ante un movimiento que presagia futuras movilizaciones, por lo menos entre los trabajadores del cobre, aunque no creo que esta experiencia se desplace a los trabajadores en general.
– ¿Por qué?
-Los trabajadores de la minería son los mejor pagados respecto de sus otros compañeros de clase, están organizados y emplean la huelga como un arma. Tienen tradición y han sabido sacar adelante su fuerza histórica de nuevo. Para el resto de los trabajadores, las condiciones laborales son mucho más inciertas y su nivel de ingreso es mucho menor. La idea de que el trabajador más pobre es el que más se moviliza vuelve a ser desmentida.
-La actual legislación laboral obliga a que las huelgas deben salir de la legalidad y recurrir a la fuerza para presionar por sus objetivos ¿Qué peligros ve en esta condición?
-No creo que sea tan así. La quema de buses perjudicó severamente a los trabajadores del cobre en sus movilizaciones. Su fuerza fue su capacidad de permanecer movilizados, capacidad que el resto de los trabajadores debe ser capaz de manifestar. No creo que la huelga no sirva, las que no sirven son las que funcionan dentro de los límites de la estructura, pero esto no obliga a los trabajadores a recurrir a otras formas de lucha. Usar el instrumento huelguístico con dureza realmente es un arma a favor. El abandono del trabajo es una excelente forma de presión aún.
-¿Abre alguna avenida el movimiento reciente de los subcontratistas de Codelco como lo ha profetizado hasta el empresariado?
-Sí, en la medida que esta reaparición de movimientos huelguísticos logren trascender en la opinión pública y crear un debate, para que abramos un diálogo sobre lo laboral en este capitalismo salvaje del siglo XXI.
-¿Qué le parece la violencia ejercida en las últimas movilizaciones sociales que actúa como catalizador y al otro día las ciudades vuelven a su orden normal?
-No conozco sociedad que acepte interrupciones de la llamada normalidad demasiado largas. Mayo del ’68 duró un mes. La gente necesita que la cotidianeidad se reinstale y eso tiene un efecto en las huelgas. Por ello un gran talento de un dirigente sindical es saber cuando un instrumento de lucha es suficiente y cuando ha perdido su valor. Esta idea de que siempre la movilización es buena hay que descartarla, el análisis de la coyuntura en estos períodos debe ser constante. Es hora de repensar las modalidades de la lucha y dar vuelta las formas tradicionales de actuar, justo ahora porque este capitalismo ha mostrado signos de ser duradero.
-Sobre todo cuando las jornadas de movilización terminan dejando vacías las calles.
-Hay ciertos tipos de violencia que son muy poco beneficiosos y muy amplificados por los medios de comunicación. En Chile no ayuda porque hay una enorme reticencia a ella. Si la vivimos durante la dictadura militar, no queremos ser ni la mano que tortura ni la que destruye. Cuando uno ejerce la violencia no puede decir que está enfrentando las consecuencias de ella, porque son inesperadas.
IZQUIERDA Y CONCERTACIÓN
-Diecisiete años de postdictadura y la izquierda extraparlamentaria aún no convence a un grupo importante de ciudadanos ¿qué pasa?
-Creo que aún no somos una alternativa. Podemos tener un programa de gobierno, pero no tenemos ni un buen diagnóstico, ni pronóstico ni medidas alternativas suficientemente poderosas para enfrentar este modelo. Creo que hay que insistir en demostrar que la participación es necesaria, la exigencia de una democracia participativa puede movilizar a la gente.
-¿Qué pasó con el Juntos Podemos, coalición en la que usted fue precandidato presidencial?
-Estos procesos van y vienen, tenemos fuerza y retrocedemos y nos quedamos en ese vaivén. Esta sociedad tiene una capacidad enorme de atracción, de exigir institucionalizarse en ella para poder subsistir. Y en eso está un sector del Podemos, aunque creo que se ha descuidado el trabajo en la calle.
-¿Habrá aún fantasmas de la izquierda en el gobierno?
-Algunos sectores, como el que lidera Jorge Arrate, se preguntan acerca de sí es ésta la sociedad que quisieron, sobre la naturaleza de la acción política. Son reflexiones interesantes, pero son ahogadas y se pierden.
-Es la misma sensibilidad de la presidenta Bachelet.
-No se ven fisuras graves en esta sociedad de gobierno que vayan desarmando lo que existe.
-¿Espera algo de la Concertación?
-Tengo mucho respeto por la señora Bachelet, pero de la Concertación no espero nada ni de su gobierno. No van a realizar grandes cambios. Lo que sí espero es que no debiliten la democracia porque no espero que la profundice tampoco.
-¿Por qué adhirió al llamado a una Asamblea Constituyente?
-Porque a estas alturas es impresentable tener una Constitución heredada de una dictadura. Es necesario modificarla y la Asamblea Constituyente es importante si es que se convierte en un lugar lo más amplio posible de discusión, donde participe el mayor número de personas posible
Mauricio Becerra