Tanto Macri como Temer fueron especialmente claros en plantear que el eje para que sus países volviesen a crecer era una eventual avalancha de inversiones a través de una apertura económica, ejemplificada en el ingreso de sus países a tratados de libre comercio. Bajo ese fin fue que propusieron que el dinero que iba directamente al bolsillo de la gente fuese a las arcas de las compañías más importantes de sus países.
Estas políticas se tradujeron en eliminación de subsidios dirigidos a la población y de impuestos cobrados a los sectores más importantes de la economía, entre los que cuentan el valor que se gasta en salarios y regulaciones laborales favorables a los trabajadores. Así dijeron que se atraerían inversiones, e inmediatamente las compañías destinarían dinero en aumentar la producción, generando riqueza y por ende retornando al crecimiento económico.
Esta reingeniería económica que apuesta a quitarle dinero a la mayoría de la población para dárselo a la minoría más pudiente tiene el ejemplo más visible en la reforma constitucional que sancionó el Congreso brasilero para congelar por 20 años todo lo que gastara en educación, salud y programas sociales, como forma de garantizar que el dinero que gaste el Estado irá a todos lados menos a la población brasileña.
El cambio cultural como forma de legitimarlo
En este sentido, el gobierno de Macri fue el más enfático en proponer una reseteo cultural en Argentina, que se basase en que el «sujeto político no sea el pueblo sino el individuo», según León Rozitchner, asesor político del presidente. Una idea que apunta a que sea justamente el individuo quien pueda desarrollarse y autorrealizarse por sus propios medios, sobre el resto de valoraciones a su alrededor.
De esta forma, tanto Macri como Temer proponen que sea el individuo quien se relacione directamente con las corporaciones para conseguir su propio bienestar. Dejando así detrás toda intermediación que pueda hacer el Estado a través de impuestos y leyes para regular esta relación. Una tesis central del capitalismo corporativo, que por medio de esta lógica se legitime el recorte de subsidios y derechos laborales. Para así supuestamente facilitarle la vida a la población según se lo vende.
Quizás el ejemplo más visible de esta tesis del éxito asegurado del individuo en relación al mercado se encuentre en el siguiente spot publicitario, lanzado días después de la asunción de Macri:
Por otro lado, bien vale recordar que la idea del individuo como centro de la existencia es una tesis central del humanismo, que, además, fundamenta al capitalismo como sistema. La diferencia es que Macri y Temer la llevan a un extremo tan grotesco, como evidente, que se pierde de vista que bajo esta premisa es que funciona el mundo.
El cambio político como forma de consolidación
Justamente estos dos gobiernos, junto a una agresiva campaña mediática y cultural, han identificado a las figuras de Cristina Fernández y Lula Da Silva como los dos principales obstáculos para la forma de progreso antes mencionada. Ya que según lo que propagandizan son generadores de conflicto contra el plan de «modernizar» el país para ingresarlo en ese famoso primer mundo, en el que se recortan salarios, a favor de las empresas, y se desregularizan las relaciones entre empleado y empleador.
Así calificativos como «pesada herencia» y «el gobierno más corrupto de la historia» han sido usados como antesala a la criminalización de las dos figuras, mediante una maniobra que reedita la Operación Cóndor. Con la única diferencia de que esta vez funciona a través de medios de comunicación, el sistema judicial y los servicios de inteligencia, de acuerdo a Oscar Parrilli, el último jefe de la Agencia Federal de Inteligencia del kirchnerismo.
Por lo que no hay que hacer un esfuerzo muy grande de imaginación para entender que este ataque apunta a tratar como leprosos políticos al kirchnerismo y el petismo. Con el único fin de eliminarlos como alternativas al consenso económico y cultural, que se pretende imponer en las sociedades argentinas y brasileras.
La posibilidad de fracaso
Sin embargo, las tres propuestas de la derecha latinoamericana tienen serias posibilidades de fracasar porque:
- En el caso económico apuestan a una apertura en un momento de crisis mundial, que hace imposible un shock de inversiones que permita mostrar alguna bonanza (aunque sea para la clase media), ya que el grueso del dinero va dirigido a negocios especulativos y ganancias seguras y a cobrar a corto plazo. Por lo que resulta que se termina quitando salarios y subsidios bajo la promesa de que eso permitirá volver a una fase de bonanza que nunca llega.
- En lo cultural, dificilmente sea vendible una relación directa entre corporaciones y empleados, si los datos muestran 400 mil despidos en un año, en el caso argentino, y la tasa de desempleo más grande de los últimos años en el brasilero. Mucho más si estas consecuencias se asocian directamente a las acciones del gobierno y sus integrantes provenientes de grandes empresas, en relación a la apertura económica y la destrucción de la industria local por entrada de productos extranjeros.
- Y en lo político se desgasta el argumento contra el kirchnerismo y el petismo como chivos expiatorios ante el ruinoso fracaso inmediato de los planes de gobierno ejecutados. De tal manera que los escandálos de corrupción atribuidos a Cristina y Lula son eclipsados por los negociados de Macri y Temer a favor de grandes empresas y sus propias familias. Rehabilitando, incluso, a los dos ex presidentes como alternativas políticas, poniendo como enemigos declarados a importantes franjas de población afectadas por sus políticos.
Estos posibles fracasos de la derecha latinoamericana tienen diferentes formas de ser entendidos: una es la incapacidad de entender que el modelo con el que quieren gobernar está siendo repudiado en sus lugares de origen, como es el caso de Estados Unidos, y otra es la imposibilidad de dar ningún tipo de paso atrás por la dinámica que impone la voracidad corporativa en la que pretenden mediar.
Difícilmente gobiernos corporativos, como el de Macri y Temer, tengan otra forma de entender la política que no sea la tarea de joder sus países en beneficio propio.
Bruno Sgarzini