Movilizaciones contra la austeridad
Hace tres años las calles de Montreal y las de Quebec se llenaban de estudiantes absolutamente decididos a luchar contra la decisión del gobierno de la provincia de Quebec de aumentar los costos de matrícula en la universidad. Un movimiento histórico que comenzó el 13 de febrero de 2012 y que duró varios meses. Todos o casi todos los días los estudiantes se reunían en las calles para exigir el acceso a los estudios superiores y la derogación de la ley que aumentaba el costo de las matrículas. Las sentadas y la ocupación de las universidades formaron parte entonces de la cotidianeidad de los estudiantes decididos a hacerse escuchar por el gobierno del Jean Charest.
Pero tres años más tarde nada o casi nada queda de aquello. Los estudiantes volvieron a sus universidades y las escenas de las manifestaciones parecen lejanas. No se contaba con las recientes medidas de austeridad anunciadas por el nuevo ministro quebequés Philippe Couillard, elegido hace un año.
Las medidas anunciadas la semana pasada van a recortar drásticamente los gastos públicos, especialmente en salud y educación. Esta decisión provocó la ira de los estudiantes que denuncian “las peores reducciones en educación desde hace 20 años”. El 21 de marzo las asociaciones y los sindicatos estudiantiles anunciaron una huelga destinada a denunciar el restrictivo presupuesto neoliberal del gobierno quebequés. El 23 de marzo más de 5.000 estudiantes participaron de la huelga en las universidades y en los campus de la provincia. Y este jueves 2 de abril, “día de huelga nacional”, unos 135.000 se sumaron a la huelga en las universidades y cerca de 75.000 personas salieron a manifestarse en las calles de Montreal. Familias, profesores, estudiantes, empleados todos manifestaron su ira frente a las políticas antisociales que se les imponen.
Los estudiantes, punta de lanza de las protestas, denunciaron ardientemente las políticas de austeridad impuestas una tras otra por los sucesivos gobiernos. Desde hace 20 años y siguiendo las políticas neoliberales de los EEUU y Europa, el gobierno quebequés y en mayor medida el gobierno canadiense, libran un combate sin tregua contra los últimos logros del estado de bienestar. Salud, educación, cultura, todos los servicios públicos reciben los impactos de los obsesos del “rigor presupuestario”.
Por otra parte, el primer ministro quebequés considera urgente “retomar el control de nuestras finanzas públicas” Para alcanzar los objetivos presupuestarios se han puesto en marcha medidas muy impopulares como, por ejemplo, el aumento constante del precio de la electricidad. Además, esas políticas han creado una competencia cada vez más mayor en la administración de los asuntos públicos. Los sindicatos denuncian la privatización de los servicios públicos y de los programas sociales.
Estas manifestaciones se asemejan a las masivas manifestaciones de los indignados en España, de los contrarios a la austeridad en Grecia o de los estudiantes en Londres o en Santiago de Chile. Aunque las situaciones varíen de un país a otro, el denominador común de todas estas protestas es el rechazo de las políticas neoliberales que hacen de los servicios públicos y especialmente de la educación un “producto” cada vez más escaso, reservado a los más adinerados. Hace tres años en Inglaterra el primer ministro David Cameron anunciaba medidas para aumentar los costos de matrícula en la universidad. La misma campana sonó en Chile con el presidente Sebastián Pinera, reemplazado luego por la presidenta Michelle Bachelet que prometió revisar las decisiones de su predecesor.
La educación, que se ha convertido en un producto de lujo, provoca un fenómeno inquietante que se generaliza: el endeudamiento de los estudiantes. Verdadera bomba retardada, un fenómeno que podría convertirse bien pronto en la nueva burbuja financiera a punto de explotar.
Por otra parte, es preciso señalar que la lucha contra las medidas de austeridad no es el único motivo que ha impulsado a los estudiantes a manifestarse en las calles en Montreal. En efecto, también luchan contra los hidrocarburos y las desastrosas consecuencias ambientales que provocan en el país, Los manifestantes denuncian especialmente el Plan Norte del ex primer ministro Jean Charest y de su sucesor Philippe Couillard, un plan destinado a ampliar la explotación minera. Así pues, al aspecto socio-económico se le viene a agregar el ecológico. Al terminar la manifestación del jueves los estudiantes convocaron una nueva manifestación el 1 de mayo próximo.
Medidas liberticidas y represión policial
Para contrarrestar a los manifestantes el gobierno quebequés utiliza todos los medios destinados a intimidar a los estudiantes. Hace ya tres años las fuerzas del orden no dudaron en reprimir brutalmente a quienes habían osado manifestarse. Se vieron imágenes de estudiantes con los rostros ensangrentados, testimonio de la violencia con la que la policía cargó contra los manifestantes. Como los policías no lograron que los estudiantes regresaran a sus casas, el gobernador Charest decidió utilizar el arsenal legislativo para hacer callar la protesta de los estudiantes. El 18 de mayo del 2012, es decir, dos meses después del comienzo de las manifestaciones, promulgó la Ley 78 que restringe el derecho a manifestarse, la libertad de expresión y también la libertad de asociación. Una ley que generó una sarta de protestas, sobre todo en el seno de un grupo de historiadores que declaró que “raramente se ha visto una agresión tan flagrante a los derechos fundamentales que desde hace decenios han sostenido la acción social y política de Quebec”.
En junio del mismo año, el Artículo 19.2 del reglamento municipal sobre la paz y el orden de la ciudad de Quebec desató una fuerte polémica. Dicho artículo declaró ilegal toda manifestación cuyo recorrido no fuera previamente comunicado. Una medida tendente sobre todo a desalentar a los manifestantes. Luego en 2012, como actualmente, los policías utilizan el artículo 501 sobre seguridad vial para impedir a los manifestantes reunirse en las calles argumentando que interrumpen la circulación. En resumen, unos artículos y leyes liberticidas cuyo único objetivo tanto hoy como ayer es poner fin a la protesta estudiantil. Pero nada los arredra, allí están, tenaces.
El pasado 24 de marzo la policía procedió a realizar detenciones masivas. No menos de 274 estudiantes fueron cercados cuando se manifestaban delante del Parlamento de Quebec. A todos les cayó una multa de 220 dólares que deberán pagar. Dos días más tarde, es decir el 26 de marzo, tuvo lugar una manifestación pacífica. Los policías usaron gases lacrimógenos contra los manifestantes. Un policía, Charles Scott Simard, la emprendió violenta y cobardemente contra una joven estudiante Naomi Trembley-Trudeau. Los estudiantes acusaron al policía de dispar casi a quemarropa a la joven manifestante. Las fotografías muestran a la muchacha en el suelo, con los labios destrozados y ensangrentados, testimonio de la violencia del ataque.
También el pasado 2 de abril, cuando terminaba la manifestación algunos policías atacaron a varios manifestantes, golpearon a algunos e hicieron numerosas detenciones.
Estas escenas de violencia son desgraciadamente comunes en Quebec o, como ocurre por ejemplo en los EEUU, se reprimen todos los movimientos sociales pero más especialmente los llevados a cabo por estudiantes.
Es necesario aclarar que los policías quebequeses gozan del apoyo de los partidos dominantes, lo que les permite actuar con total impunidad. El alcalde de Quebec, por su parte, también apoyó a los policías al declarar: “Los estudiantes que se quejan de la brutalidad policial son los únicos los culpables”. El ministro de Educación Francois Blais también amenazó con “expulsar de la Universidad a los estudiantes que exageren para dar ejemplo” antes de declarar con arrogancia y desprecio “hacemos esto con los chicos para corregir sus comportamientos”.
Una vez más estas escenas de represión policial nos recuerdan la violencia perpetrada con motivo del movimiento Occupy Wall Street en Nueva York, las manifestaciones estudiantiles en Londres o en Santiago de Chile. Ejemplos todos ellos que muestran el verdadero rostro del sistema represivo liberal. Cuando el orden capitalista se siente amenazado no duda en enviar su máquina represiva para someter a quienes osan desafiar el orden establecido.
La fuerza como último recurso frente a quienes protestan. Una violencia arbitraria que pone al descubierto el negro rostro de las sociedades liberales. De este modo, los derechos humanos, la democracia y la libertad se reducen a nada cuando se trata de imponer leyes impopulares. El caso de Quebec es un claro ejemplo. Frente a este decrépito Estado de derecho, los manifestantes han convocado una nueva reunión para el viernes 10 de abril con el objeto de denunciar especialmente los atentados contra la libertad de expresión y la violencia policial.
¡Circulen, no hay nada que ver!
Lo menos que se puede decir tras estas enormes manifestaciones es que los principales medios no se han apresurado a cubrirlas. Testimonio de ello es la falta de informaciones referidas a los acontecimientos de Quebec. Ni las cadenas de televisión ni los diarios ni las radios se han interesado por lo que pasa actualmente en Canadá.
En la cadena informativa francesa Itele, silencio de radio. El diario de las 20 horas de France 2 se mostró igualmente muy discreto en relación a los acontecimientos al otro lado del Atlántico. Sobre el sitio Internet del diario Le Monde solo un ridículo artículo de dos párrafos relatando brevemente las manifestaciones. También se puede encontrar en este sitio un artículo titulado: “En Quebec los gatos se afilian a los partidos políticos”. Sin comentario
Por lo que se refiere al diario Liberation, también muy discreto, prefiere referirse a “escaramuzas” para calificar la violencia policial. Un silencio que dice mucho de ese culpable y cómplice silencio mediático. ¿Por qué tres días después de las manifestaciones ningún medio o casi ninguno se ha interesado por las manifestaciones en contra de la austeridad?
¿Cómo explicar que un movimiento de tal magnitud invocando reivindicaciones legítimas no llame la atención de los grandes medios? ¿Considerarán que este tipo de información no interesa a la opinión pública y prefieren, por lo tanto, insistir en noticias de sucesos, como testimonia la obsesión en la que se ha convertido desde hace diez días la caída del Airbus de la Germanwings? Lo que, sin embargo, explica mejor ese silencio mediático es sin duda la voluntad de no sugerir ideas revolucionarias a quienes en Europa, desde París a Londres, pasando por Lisboa sufren las rigurosas políticas impuestas por las instituciones financieras internacionales.
Mostrar esas imágenes de los manifestantes, estudiantes, familias, profesores, empleados podría entusiasmar a todos los que en sus propios países se enfrentan a políticas tendientes a que el Estado deje de prestar servicios públicos. Las revoluciones son contagiosas y por eso nuestros queridos medios, en manos de poderosos hombres de negocios que son además la causa de esas medidas de austeridad, no se hacen eco de estas reacciones en Quebec ni en el resto del mundo. Cuando los estudiantes se manifestaban en las calles de Santiago de Chile o Bogotá para exigir el fin de las políticas neoliberales, la prensa raramente se hizo eco de ello.
Cuanto menos esto tiene el mérito de confirmar el papel de garante del orden social que tienen los medios en los países occidentales. Promover el sistema dominante y silenciar a los que protestan. Una gimnasia periodística maravillosamente ejecutada.
Indignación selectiva
Pero lo más grave de todo esto es la falta de condena de la famosa “comunidad internacional”, en realidad Occidente, ante las flagrantes violaciones de los derechos humanos al margen de las manifestaciones. Represión policial, ataques a la libertad de expresión, de manifestación, de asociación, criminalización de los movimientos estudiantiles, intimidaciones…El coctel perfecto del autoritarismo de Estado. Ningún jefe de Estado occidental, acostumbrado, sin embargo, a las lecciones de moral a favor de los “derechos humanos” y de la “democracia”, se ha conmovido ante esta deriva autoritaria del gobierno quebequés. El mismo silencio en los medios. Ese silencio que mantuvieron en relación a las manifestaciones se ha visto acompañado por otro silencio aún más grave, el referente a la violencia policial. Ni indignación ni condena. Cuando se trata de un país aliado o de una nación amiga, todo está permitido.
Un trato de favor que contrasta enormemente con el tratamiento mediático y las conminaciones de las cancillerías occidentales ante las manifestaciones estudiantiles en Venezuela. Cuando el país ha decidido elegir otra vía en los planes económicos, social y político, y se ha enfrentado así a los intereses occidentales, se convierte en el blanco permanente de los “nuevos perros guardianes” y de las naciones occidentales.
El año pasado cuando algunos manifestantes ocuparon las calles de Caracas para atacar bastante violentamente los edificios públicos, los ministerios, la cadena de televisión Telesur, en Francia o aun más en España medios como Le Monde y El País homenajearon a los provocadores y los presentaron como “combatientes” e incluso “mártires” de la “libertad”, aunque la mayoría de ellos formaban parte de las famosas Guarimbas, estos grupos extremistas cuyo único objetivo es desestabilizar las instituciones y al gobierno venezolano.
Señalemos, además, que esos mismos medios eran los primeros en denunciar las “represiones policiales”. Si, es cierto, hubo usos de fuerza desproporcionados por parte de la policía bolivariana, pero sin duda no merecían ese encarnizamiento mediático, tanto más cuanto que en Venezuela se respetó el derecho a manifestar y que en la mayoría de los casos la policía hizo uso de la fuerza en actitud defensiva, contrariamente a lo que se ha visto en Quebec en los ataques deliberados de las fuerzas del orden. En síntesis, una indignación de geometría variable que da una idea del papel que desempeñan los medios en nuestras llamadas sociedades democráticas.
Conclusión
Las revueltas que hoy sacuden a Quebec se inscriben en un conjunto más amplio referente a unas reivindicaciones que se han convertido en mundiales. En efecto, el denominador común de los movimientos estudiantiles y sindicales en Canadá, Inglaterra, España, Francia, Grecia, Chile es el rechazo de las políticas neoliberales que tienen por objetivo imponer la austeridad a perpetuidad.
El “rigor” o el “equilibrio” presupuestario que vuelve siempre como un leit motiv en boca de neoliberales como el primer ministro francés Manuel Valls o el primer ministro belga Charles Michel se convierte en un objetivo obsesivo que todos los dirigentes desean lograr lo más rápidamente posible para complacer a sus amos de Bruselas.
Para lograrlo imponen medidas muy impopulares como el aumento de la matrícula en la universidad, el congelamiento de los salarios, la reducción de empleados o los cortes drásticos en los presupuestos del Estado. Todo esto con el pretexto de que el “Estado no dispone de medios” y que, por lo tanto, “no tiene alternativa”. Sin embargo, lo que falta no es el dinero. Las desigualdades socio-económicas explotan en los países y en el mundo. La crisis, desastrosa para la mayoría, resulta ser para otros una manera de aumentar espectacularmente su capital.
Además, frente al terrorismo mediático e intelectual que afirma que solo es posible la vía neoliberal dado el elevado monto de las deudas soberanas, sería interesante y fundamental revelar quiénes son los verdaderos responsables de la explosión las deudas soberanas. En Francia, por ejemplo, el colectivo Audit Citoyen de la Dette (Auditoría Ciudadana de la Deuda) estimó en un estudio reciente que el 59% de la deuda francesa era ilegítima. Esta última no es fruto, como gustan repetir los “expertos” y los economistas destacados, de la expansión de los gastos públicos porque han aumentado relativamente poco desde la década de 1980, sino que se debe a que el propio Estado se ha privado de ingresos fiscales al eximir (impositivamente) a las grandes empresas y crear nichos fiscales favorables a los más ricos. Todo eso en el afán de satisfacer a una clase burguesa cada vez más ávida de beneficios y de dinero.
Finalmente, es forzoso constatar que las políticas neoliberales que se vienen imponiendo desde hace treinta años han fracasado claramente en todos los lugares en los que se han implementado. Ya sea en América Latina en las décadas de 1980/90 o actualmente en Europa, las medidas de austeridad han aumentado la falta de empleos, la pobreza, las desigualdades, la deuda… Pero no pasa nada, los adeptos a estas políticas antisociales e inhumanas no parecen predispuestos a la autocrítica y a la comprobación de su fracaso que, sin embargo, es flagrante.
Es indudable que la clase dominante se permite hundir cada vez más el clavo porque no tiene opositores poderosos que le hagan frente, conscientes de su situación y de sus intereses de clase, organizados para luchar contra las fechas límite del sistema económico mundial. La relación de fuerzas se halla hoy en día ampliamente a favor de la clase pudiente que, a través de sus medios, de sus escuelas y de sus instituciones sabe hacer aceptar a los ciudadanos las políticas que les imponen. Consiguen así crear un relativo consenso que le permite continuar su marcha hacia adelante. Y cuando algunos se levantan contra este injusto y desigual estado de cosas, entonces apela a la máquina represiva con el objeto de hacer entrar en razón a los recalcitrantes.
Desde Montreal hasta Atenas, pasando por Madrid, Nueva York o Bruselas, las manifestaciones contra la austeridad son la prueba de que, con todo, la clase dominante no ha ganado totalmente la batalla. Los núcleos de resistencia que llevaron al poder a presidentes progresistas en América Latina son prueba de que a pesar de las contradicciones, los errores y los incumplimientos, otro mundo, otra civilización, otra sociedad, otro sistema son posibles. Para ello será fundamental la lucha internacional y sin lugar a dudas determinará el resultado de la batalla en curso.
Por Tarik Bouafia
Fuente: Investig’Action
Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino