Pocas veces se ha observado que el golpe militar de 1973 no sólo representó una catástrofe para los sectores populares y las fuerzas democráticas que lo representaban sino que también fue el ocaso político de una cierta derecha ilustrada y republicana. La actual derecha política en Chile, preserva poco más que el nombre de aquellos pro hombres que alguna vez inspiraron un pensamiento de derechas digno de tomarse en serio. Faltos de talento, escasamente ilustrados y carentes de cierta reciedumbre moral, los nuevos líderes derechistas se comportan como un paquidermo en una cristalería.
Las nuevas generaciones de políticos de la derecha chilena no están a la altura de las circunstancias históricas que deben enfrentar. La mayoría de ellos son hijos de Chacarillas, es decir, incubaron su imaginario político en un régimen cruento y autocrático. Este sombrío periodo de la historia de nuestro país corrompió los últimos resabios de una derecha democrática y republicana, convirtiendo a los viejos políticos derechistas en un remedo grotesco al estilo de Jarpa, mientras que los retoños de la derecha fueron formados en un turbio caldo cocinado desde el reduccionismo economicista neoliberal al cual se agregó una buena dosis de rabioso anticomunismo de Guerra Fría y una versión maniquea de catolicismo, herencia del franquismo.
A los líderes de la actual derecha política chilena habría que aplicarles aquella máxima que reza: sólo vemos lo que hemos aprendido a ver. Incapaces de pensar Chile en una perspectiva histórica, amplia y democrática, se apegan a lo que aprendieron de sus maestros: un esquema neoliberal en lo económico, una democracia protegida y con rasgos autoritarios en lo político y a transmitir una cultura arcaica y extemporánea. La mayoría de los líderes de esta nueva generación entiende la política como la administración del mundo degradado y plebeyo que resultó de diecisiete años de dictadura militar.
La actual crisis económica mundial requiere mucho más que una derecha ignorante y exenta de grandeza. Como nunca antes Chile requiere de una visión de país que trascienda la pequeñez en que estamos sumidos. El Chile del mañana no se construye aferrándose obtusamente a una Constitución Política superada por la historia como estrategia para defender sus intereses. El fracaso de la derecha chilena radica en su incapacidad de ofrecer al país una “visión de futuro” distinta de las miserias que ha protagonizado durante su historia política reciente. Las naciones no se construyen con ideas anacrónicas ni rindiendo pleitesía a un hórrido pasado.
La degradación política en que chapotea la derecha no sirve al imprescindible proceso de profundización de la democracia en nuestro país y tampoco sirve para enfrentar una crisis mundial como la que nos ha comenzado a golpear. Los derecha chilena, hoy en día, es más bien un lastre para la modernización política y económica que Chile requiere con urgencia. No hay que hurgar mucho en su barniz “humanista cristiano”, para encontrarse con candidatos ayunos de ideas nuevas y, ni hablar, de un sentido histórico de país. Su principal exponente parece resumir en su figura el discurso hueco y oportunista que no alcanza a disimular la codicia y el apetito voraz de empresarios y papanatas ansiosos de encaramarse al Ejecutivo.
Álvaro Cuadra
Cuentista político