Quién diría que, tras 50 días de bombardeos que han dejado tras de sí más de 2.000 muertes, 10.000 personas heridas, medio millón expulsadas de sus hogares e innumerables edificios reducidos a escombros, la resistencia palestina iba a ganarle el pulso al Estado de Israel. No físicamente, es obvio; pero sí simbólica y estratégicamente. A pesar del trágico balance, Netanyahu no ha logrado su objetivo principal: doblegar a la resistencia palestina, encarnada en Hamás. Al contrario: Hamás y otras facciones armadas salen reforzadas de cara al pueblo palestino en detrimento de la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas, vista como una marioneta de Israel y Occidente.
Por su parte, cae la popularidad de Netanyahu del 80% al 37%, al convertirse lo que se concibió como una ofensiva militar en una guerra de desgaste que recuerda mucho a la humillación israelí en Líbano contra Hizbullah en 2006.
La llamada “Operación Margen Protector” –la mayor ofensiva israelí contra Palestina desde la Intifada de Al-Aqsa, que provocó una cifra similar de muertes– también ha servido para romper el silencio sobre la lucha palestina y exponer ante los ojos del mundo entero las brutalidades sionistas, activando un amplio movimiento internacional de solidaridad y reforzando la campaña de Boycot, Desinversión y Sanciones (BDS) a Israel.
Esta conjunción de factores explica la tregua alcanzada a finales de agosto. Pese al enorme desequilibrio de fuerzas, la resistencia obligó a Netanyahu a declarar el alto al fuego, levantar parcialmente el bloqueo sobre Gaza y extender los derechos de pesca de tres a seis millas.
Pero no nos engañemos; no hay nada de magnanimidad en estas concesiones. No suponen sucumbir a las grandes demandas del pueblo palestino; tan solo permiten el cumplimiento de los derechos humanos más básicos. Y, al igual que con anteriores treguas y los fallidos procesos de paz, siempre con cortapisas. De hecho, tras anunciar el fin de los bombardeos sobre Gaza, Israel se dispone a tomar 400 hectáreas en Cisjordania –el mayor robo de tierras en 30 años.
Occidente
La ocupación israelí no sería posible sin el apoyo de EEUU y la UE, que justifican los bombardeos y proveen de armamento y financiación. Tras la elección de Hamás en Gaza en 2006, se sumaron a Ehud Olmert en su demonización y congelaron una ayuda económica vital para el funcionamiento de la economía palestina, lo que provocó el impago de salarios a funcionarios. Apoyaron el bloqueo de Gaza, que se convirtió en una prisión al aire libre para los dos millones de personas que la habitan, dado el control de sus fronteras por Israel. La crisis humanitaria se ceba con la franja a consecuencia del desabastecimiento de productos de primera necesidad y la intensificación de los castigos israelíes. Como resultado, el 80% de la población de Gaza vive bajo el umbral de la pobreza y el desempleo supera el 50%.
Cisjordania, por su parte, se ha convertido en un puzle de ciudades palestinas aisladas por carreteras israelíes. La expropiación de nuevas tierras se ha multiplicado a consecuencia de la construcción del “Muro de la Vergüenza”, la colonización israelí se ha acelerado y avanza la fractura de la continuidad territorial palestina, haciendo inviable la solución de un Estado palestino sobre los Territorios Ocupados en 1967 (Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este), horizonte de los procesos de paz. Se trata, en definitiva, de una política sionista de hechos consumados con el apoyo económico, regular e incondicional, de Estados Unidos.
¿Qué gana con todo esto EEUU? O mejor dicho, ¿quién se beneficia? Pues los tres grandes grupos de presión que se impusieron tras los atentados del 11S y el giro en política exterior hacia más unilateralismo, militarismo e imperialismo: el lobby pro israelí, el sector energético (control directo y colonial del petróleo) y el complejo militar-industrial (exportación de armamento).
La UE, como socia de EEUU en política exterior, no puede ocultar su complicidad amparándose en el liderazgo norteamericano. Los países miembro deberían tomar ejemplo de las Islas Maldivas, que acaban de suspender sus relaciones económicas con Israel, e incluso de Bolivia, donde Evo Morales ha declarado “terrorista” al estado sionista. Eso solo será posible si la campaña BDS sigue tomando fuerza y logramos ejercer suficiente presión desde abajo a nuestros respectivos gobiernos. En Sudáfrica, la combinación de esta campaña y la de “una persona un voto” logró acabar con el régimen de apartheid.
Liberación
Más allá de la presión económica internacional, la liberación palestina solo vendrá de la mano del pueblo palestino, que merece toda nuestra solidaridad. Eso, nos guste o no, supone un apoyo crítico pero incondicional a Hamás como su mayor representante en la lucha contra el sionismo, que a su vez refuerza la lucha antiimperialista en los demás países árabes. Esto no significa aprobar la corrupción de algunos dirigentes de Hamás ni su estrategia de asociarse con gobiernos reaccionarios como los de Turquía, Qatar y, hasta hace poco, Egipto y Siria. Esta estrategia reproduce la de Fatah y la izquierda palestina desde los años 60, y no liberará Palestina. Hamás debería buscar aliados no en regímenes que cooperan con el imperialismo y el sionismo, sino en las masas árabes en lucha por su liberación.
Una transformación revolucionaria en el mundo árabe y la liberación palestina no son luchas diferentes; al contrario, están orgánicamente conectadas. Como dice el activista egipcio Hossam El-Hamalawy, “el camino a Jerusalén pasa por las capitales árabes, y es una vía de ida y vuelta”. “Imagina que el régimen de Al Sisi no estuviera en el poder, y que en su lugar hubiera un gobierno revolucionario dedicado a la causa palestina. Recibiría refugiados en tiempos de guerra y ofrecería libre tránsito de bienes y personas. Proporcionaría ayuda diplomática y militar a la resistencia”, propone El-Hamalawy. Por desgracia, la contrarrevolución en Egipto ha impedido a las fuerzas revolucionarias evitar la colaboración de Al Sisi con Israel en el ataque a Gaza.
Con todo, el pueblo palestino no se rinde. La reciente ola de alzamientos en Cisjordania y Jerusalén es solo comparable, en número de manifestantes, a la primera Intifada de 1987. Ahí reside el potencial revolucionario que podría desencadenar una nueva Intifada, que actúe con independencia de los regímenes árabes y se apoye en las revueltas en el mundo árabe (especialmente Egipto), con el objetivo de finalizar la ocupación militar de Cisjordania, el desmantelamiento del muro del apartheid, lograr la convivencia en Jerusalén, el desbloqueo total de Gaza y el retorno de las y los refugiados palestinos a consecuencia del Nakba (“catástrofe” en árabe, en referencia a la exclusión palestina con la fundación del Estado de Israel en 1948). Dada la naturaleza excluyente del sionismo, esto solo es posible mediante la creación de un solo Estado palestino con igualdad de derechos, con independencia de etnia y religión.
Algunos números
400 hectáreas acaba de anexionar Israel en Cisjordania
80% de la población de Gaza vive bajo el umbral de la pobreza
Isaac Salinas (@saccosalavi)
Artículo publicado en En lluita / En lucha
Fuente: Isaac Salinas, Kaos en la Red