Las bombas desintegrando vidas en Medio Oriente levantan vientos de guerra. Nosotros acá, al otro lado del mundo, tenemos nuestra propia experiencia con el conflicto: ver cifras. Las que no son víctimas, y persisten en esos sectores, tienen como moneda de cambio el sonido de una explosión eterna, que no se silencia.
Svetlana Alexiévich, cronista ucraniana ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, estuvo rodeada por armas desde su infancia. “No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?”- se pregunta en uno de sus relatos. Pero en vez de ser un libro más de guerra en la sociedad soviética, edificada tras la victoria sobre Alemania nazi, su memoria y mirada la condujeron a otras voces largamente olvidadas. “Y los libros que hablan de la guerra son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres esccribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra lo sabemos por la ‘voz masculina’- reflexiona a poco andar del libro.
«Las mujeres guardan silencio. Es cierto, nadie le ha preguntado nada a mi abuela excepto yo. Ni a mi madre…»
Puso atención a las voces de sus madres y de sus amigas escuchadas en las invernales cocinas soviéticas. Era otro relato de la guerra. «Tan solo en casa, después de verter algunas lágrimas en compañía de sus amigas de armas, las mujeres comienzan a hablar de su guerra, de una guerra que yo desconozco…».
Una historia de la guerra donde no hay hazañas épicas ni hérores. El relato fue el día a día de la llamada Gran Guerra Patria. Y no sólo fue el de las miles de granjeras, madres o trabajadoras en fábricas. En el Ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres. Dominaban todas las especialidades militares.
La guerra no tiene rostro de mujer, publicado en 1985, hilvana todas esas historias. En las primeras páginas elabora una frase que establece diferencias con la forma masculina de abordar un conflicto así: “Las mujeres, hablen de lo que hablen, siempre tienen presente la misma idea: la guerra es ante todo un asesinato”.
La mujer en las guerras
Alexiévich investiga acerca de las primeras presencias del género femenino en batallas armadas. El antecedente se remite al siglo IV a.C., y se localiza en las guerras ocurridas tanto en Esparta como en Atenas. Luego da un salto temporal hacia la época moderna y termina por hablar de la Segunda Guerra Mundial, hecho histórico en que las mujeres consolidaron su participación en los enfrentamientos, con más de un millón de efectivos en el Ejército Rojo de la Unión Soviética, desempeñándose en roles variados desde enfermeras a francotiradoras.
“Incluso llegó a surgir cierto problema lingüístico: hasta entonces para las palabras «conductor de carro de combate», «infante» o «tirador» no existía el género femenino”, escribe.
El texto trata de ir revelando las reflexiones de las mujeres comunes y corrientes; mujeres a las que les tocó estar en un lugar y en una época determinada. No solo se va vislumbrando qué cosas pasaban por la mente de estas personas (cuáles eran sus principales miedos; cómo fue aprender a matar), sino que, como se adelantaba, también se establecen las diferencias fundamentales entre géneros a la hora de concebir una guerra.
Para las mujeres que entrevistó Alexiévich, por ejemplo, no hay vencedores ni vencidos:“La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible”.
Uno de los casos que grafica este tipo de sentimiento es el de una piloto de aviación que, precisamente, se niega a hablar con la periodista. Evita el recuerdo, y responde, ante una solicitud de entrevista, lo siguiente:
“Pasé tres años en la guerra… Y durante esos tres años no me sentí mujer. Mi organismo quedó muerto. No tuve menstruaciones, casi no sentía los deseos de una mujer. Yo era guapa… Cuando mi marido me propuso matrimonio… Fue en Berlín, al lado del Reichstag… Me dijo: «La guerra se ha acabado. Estamos vivos. Hemos tenido suerte. Cásate conmigo». Sentí ganas de llorar. De gritar. ¡De darle una bofetada! ¿Matrimonio? ¿En ese momento? ¿En medio de todo aquello me habla de matrimonio? Entre el hollín negro y los ladrillos quemados… Mírame… ¡Mira cómo estoy!”.
Al final, y algo en común que tiene la mujer y el hombre, se coincide en las tergiversaciones que implica el acto del recuerdo. “Inmediatamente después de la guerra, la persona cuenta una guerra determinada, pero pasadas unas décadas es evidente que todo cambia, porque la vida del narrador se cuela entre sus recuerdos. Todo su ser”, relata la periodista.
Solo queda encomendarse para que los millones de mujeres y de hombres no tengan siquiera que enfrentarse a esa experiencia: la de plantearse otra percepción de un proceso sangriento por esencia.
Svetlana Aleksiévich trabaja sus libros durante años. El tiempo que le permite ir costurando las memorias de sus entrevistados. Obras posteriores suyas dirigieron su mirada a otros eventos de la historia soviética. En 1989 publica Los chicos de cinc, que cuenta la guerra de Afganistán desde la memoria de las madres que recibían los cadáveres de sus jóvenes hijos enviados al combate.
En Voces de Chernóbil (1997) rastreó las huellas en la memoria de los e soviéticos y en el Fin del Homo Sovieticus (2013) da voz a como personas comunes y corrientes vivieron la desintegración de la URSS. Un ex mariscal, la secretaria del poderoso y único PCURSS de un lejano poblado o de una jubilada evidencian que las historias de personas comunes y corrientes pueden contar mucho más sobre un tiempo. Claro, que esa ya es otra historia.
Nicolás Massai
El Ciudadano
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