Utilizada para acompañar sesiones de tortura, la música se convirtió en una de las tantas armas ocupadas por el Estado entre 1973 y 1990 para ejercer violencia en Chile. Pero el canto y la creación musical también fueron mecanismos de supervivencia para las víctimas. Una de las pocas investigadoras en la materia, Katia Chornik, explicó en su reciente visita al país las formas en que el arte se enfrentó al horror.
“Somos cinco mil / en esta pequeña parte de la ciudad / somos cinco mil, ¿cuántos seremos en total?”. Así comienza “Estadio Chile”, poema escrito por Víctor Jara durante su detención en 1973 en el recinto que hoy lleva su nombre y que varios autores han interpretado bajo el título “Canto, qué mal me sales”. Este también es uno de los pocos ejemplos de creaciones firmadas por músicos en campos de detención y de exterminio en dictadura.
Sin embargo, pese a la escasez de registros de la época, la relación que existió entre música, prisión y tortura aún se mantiene en la memoria de los presos y de los agentes del Estado. Katia Chornik -violinista, musicóloga nacional radicada en Inglaterra y académica dela Universidad de Manchester- se ha dedicado a escarbar en la memoria musical de los involucrados, rearmando un período de la historia sonora de Chile.
“Esta investigación cambió el rumbo de mi vida”, admite Chornik cuando recuerda las primeras motivaciones que la llevaron a comenzar sus estudios. Aún dedicada profesionalmente a la música, la violinista realizó en 2002 un concierto en la Academia Real de Londres, en el que versionó las obras compuestas o interpretadas en los campos de exterminio del Tercer Reich, además de las obras creadas o comúnmente cantadas por detenidos chilenos en los centros de detención entre 1973 y 1990.
Chornik (en la fotografía) conoció este repertorio gracias a un estudio previo, en el que comparó la experiencia musical de los campos de concentración nazi con los del Chile de Pinochet. Con el paso de los años esta tarea la llevó a dedicarse por completo a la investigación, entrevistando a sobrevivientes de Tres Álamos, Cuatro Álamos, Chacabuco, Puchuncaví, Irán 3037 –conocido trágicamente como la Venda Sex o La Discotéque, por la programación constante de música popular en el lugar- o Villa Grimaldi, entre otros centros.
Fue así como identificó que “Un millón de amigos” de Roberto Carlos, “La vaca blanca” popularizada por Los de Colombia, la banda sonora de Wendy Carlos para La Naranja Mecánica o el concierto de Aranjuez, eran algunas de las piezas que acompañaban las sesiones de tortura.
“Los detenidos con los que he conversado admiten que escuchar estas canciones produce en ellos reacciones muy viscerales, sobre todo porque durante las torturas eran repetidas constantemente. Muchos declaran que la música les impedía pensar, reaccionar o los confundía”, asegura Chornik.
No obstante, para la investigadora existe poca claridad sobre la premeditación en el uso de estas obras. Las entrevistas con los presos, además de la conversación con un agente de la DINA-a quien llama por el seudónimo “González-, no le permiten concluir que todas fuesen especialmente seleccionadas para torturar.
“La mayoría de las canciones eran éxitos del momento, lo que me lleva a pensar que había una selección ecléctica”, supone. Pero para Chornik el relato de las víctimas confirma la macabra realidad del cautiverio. “Se sabe que había determinadas canciones como “Gigi, el amoroso” (de la cantante italo francesa Dalida) que se tocaban bastante seguidas en Villa Grimaldi. Uno de los testimonios recogidos en mi investigación recuerda que antes de las torturas, los agentes les decían a los presos “ya viene Gigi, el amoroso””, afirma.
CANCIONERO DE RESISTENCIA
El recién pasado 11 de septiembre, un grupo compuesto por quince sobrevivientes, familiares y amigos de detenidos en dictadura se reunieron en Villa Grimaldi para cantar. Juntos entonaron el clásico mexicano “No volveré”, el “Candombe para José” y la balada “Palabras para Julia”. Con esta intervención, los participantes homenajearon a las víctimas de la represión militar, pero también recordaron el cancionero que interpretaba el coro de mujeres formado en Tres Álamos en 1976.
Según Anita Jiménez –detenida en este recinto, profesora de música y líder del coro de la época- gracias a estas canciones las detenidas podían compartir un breve instante de comunión y respirar al aire libre en el patio del lugar. El coro llegó a congregar a más de 100 detenidas.
“En Tres Álamos siempre cantábamos, porque era una forma de resistencia y de rebeldía. Por su puesto, todas las canciones eran revisadas por los agentes, ya que no podíamos cantar cualquier cosa. Y cantábamos para recibir a las prisioneras que llegaban, para acompañar a las que se llevaban a los interrogatorios, y para despedir a las que salían en libertad, sin importar las destrezas vocales que se tuvieran”, recuerda Anita sobre esta práctica que se conserva en su memoria después de más de tres décadas.
El testimonio de Anita Jota –como es conocida por sus compañeras- es uno de los tantos recogidos por Katia Chornik para las investigaciones realizadas para la BBC. Apartir de estos relatos, la musicóloga ha concluido que la interacción de los prisioneros a partir del canto les entregaba una oportunidad de cohesión y de ánimo de superación. “A diferencia del recuerdo de los prisioneros sobre la música utilizada en sesiones de tortura o interrogatorios, las escenas de canto o composición son rememoradas como algo muy noble, positivo, que les ayudaba a superar la traumática realidad del día a día”, dice Chornik.
Además del canto, la composición al interior de los centros dela DINAtambién es parte del paisaje sonoro que Chornik busca rearmar. Aparte del poema de Víctor Jara recuperado por cantantes luego de conocido su asesinato, la académica reconoce el trabajo del cantautor Sergio Vesely, quien comenzó a componer en Puchuncaví o la conocida obra “La pasión según San Juan, Oratorio de Navidad” compuesta por Ángel Parra en Chacabuco.
CONTRA EL TIEMPO
Cuando Anita Jota recuerda detalles del coro de presas de Tres Álamos en su memoria aparecen las escenas que compartió con aquel grupo de mujeres que no superaba los treinta años de edad. Anita sabe que este recuerdo no sobrevivirá por mucho tiempo.
Katia Chornik (en la fotografía) también es consciente de la necesidad de recuperar estas historias lo antes posible. Su actual proyecto de investigación «Sonidos de la memoria: Música y presidio político en el Chile de Pinochet» busca superar el paso del tiempo, incorporando en los relatos la voz de los agentes represores.
“Este nuevo proyecto se basa principalmente en entrevistas con las víctimas pero además incorpora otro tipo de fuentes, incluidos ex funcionarios de la DINA y CNI, profesionales del Comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad y las comisiones Valech, y especialistas en atención de salud mental para víctimas de violaciones a los Derechos Humanos. No sé si eso es algo que podría haber hecho hace diez años atrás. Hoy, después de cuarenta años, la gente está más dispuesta a hablar y yo también me siento más competente para continuar con esta investigación”, dice.
“Esta es una tarea que está abierta a todos los que se quieran sumar. Es de esperar que más musicólogos, periodistas o sociólogos que estén interesados por la música lo tomen. Lo más importante es centrarse en el qué; en qué pasó. Hay material muy valioso que aún se puede recolectar”, concluye.
Respecto a los próximos pasos de su investigación, Chornik destaca la importancia de difundir el material recopilado a través de la creación de una base de datos en línea con las canciones que se cantaban o escuchaban en los presidios, incluyendo testimonios de las víctimas para cada obra.
Parte del trabajo de Katia Chornik para BBC Mundo está disponible aquí
Por Felipe Mardones Vegas
El Ciudadano