Diversidad religiosa en México: una revolución en proceso

Protestantes y evangélicos, así como no creyentes, ganan terreno, mientras que las confesiones no judeocristianas aún tienen presencia marginal

Diversidad religiosa en México: una revolución en proceso

Autor: Daniel Carpinteyro

El proceso de diversificación religiosa avanza con lentitud, pero sin pausa en la República Mexicana. Un agente se mantiene como dominante: la Iglesia Católica, que dispone de mecanismos de control social que, si bien se ubicaron relativamente a raya entre el final de la Revolución Mexicana y el salinismo, a partir de la reforma al Artículo 130 constitucional instrumentado por el expresidente Salinas De Gortari, el poder eclesiástico ganó una notable influencia que se proyecta mucho más allá de los muros parroquiales. Hoy, por encima de la laicidad ordenada por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a servidores públicos y representantes de elección popular, la retórica religiosa no duda en asomarse en actos de estado.

La religión afincada en el Vaticano dispone en nuestro país de una hegemonía en la impartición de la educación privada, decenas de granjas de adoctrinamiento para la niñez y la juventud, barras de abogados que funcionan como grupos de presión, confederaciones de empresarios que no dudan en hacer valer su poder coercitivo sobre la agenda mediática mexicana. Y por encima de estos activos, de por sí descomunales, el catolicismo dispone de un partido político cuya mística es inscribir en la letra de la Ley los preceptos del catolicismo.

Por su parte, los protestantes y evangélicos, segunda fuerza religiosa en México, también decidieron poner en pausa aquella máxima de «Dad al César, lo que es del César…» y se montaron su propio partido político.

Tampoco debe olvidarse que en franca contradicción con su bandera de izquierda, la actual administración presidencial, no queriéndose quedar atrás en concesiones a las iglesias, no descarta concederles parte del espectro radioeléctrico de la nación, siempre y cuando sea con el objetivo de «moralizar».

La diversificación religiosa, como decíamos, avanza sin prisa pero sin pausa. Esto es parte de una tendencia que se observa en América Latina: mientras que durante la mayor parte del siglo pasado, 90 por ciento de los habitantes de esta región eran católicos, la estimación ha caído a 69 por ciento en lo que va del Siglo XXI, según estimaciones de Agencia EFE publicadas en 2017 a propósito de la visita del Papa Francisco a esta región del mundo.

Los colores de las almas, en números

De acuerdo a un estudio publicado por Rubén Aguilar en El Economista, 99.1 por ciento de la población era católica en 1900. En 1930, la cifra cayó a 97.7 por ciento; la Revolución apenas lograba desprenderle punto y medio porcentual al monolito católico. En 1950, los católicos eran el 98.2 por ciento, en 1970 sumaba 96.2 por ciento y de ahí comenzó un lento descenso que continúa hasta el momento.

Para 2020, de acuerdo a estadísticas publicadas por INEGI, había en la República Mexicana 85 millones 285 mil 648 católicos con cinco años o más de edad, 13 millones 993 mil 564 personas en el mismo rubro de edad que profesaban una religión distinta a la católica y siete millones 897 mil 366 personas sin religión.

Esto significa que la cifra actual de católicos en el país es de 77.7 por ciento. Las personas que profesan una religión protestante y evangélica representan 11.2 por ciento, de acuerdo a un histórico publicado por Alejandro Díaz Domínguez en Nexos el 1 de febrero del presente año, representa un incremento notable, pues en 1940 dicha proporción correspondía al 0.91 por ciento de la población. Llama la atención que las mayores concentraciones de este tipo de creyentes se detectan en áreas rurales.

Las adscripciones religiosas no católicas, protestantes o evangélicas alcanzan medio punto porcentual en el universo de la población mexicana; entre ellas, se encuentran quienes practican el judaísmo, el Islam, espiritualistas, cultos afro y religiones aglomeradas popularmente en el término New Age.

Por su parte, la cantidad de personas sin religión se ha incrementado diez veces su tamaño en los últimos 90 años, toda vez que de representar 1.06 por ciento de la población en 1930, en 2020 eran ya 10.6 por ciento. La mayor parte de ellas habitan en las grandes ciudades.

Puebla, novena entre los estados más católicos

Capilla en la Sierra de la Mixteca

En el censo de 2020, Puebla resultó con 84.3 por ciento de católicos  (cinco millones 547 mil 167 personas), ubicándose en el noveno lugar de los estados mexicanos con mayor porcentaje en la fe apostólica y romana, pues solo la superan San Luis Potosí, con 88.9 por ciento, Tlaxcala con 90.8 por ciento, Michoacán con 91.5 por ciento, Querétaro con 92.9 por ciento, Jalisco con 91.9 por ciento, Aguascalientes con 92.9 por ciento, Zacatecas con 93.5 por ciento y Guanajuato con 93.8 por ciento.

En Puebla, 8.4 por ciento de la población (555 mil 536 personas) se consideran protestantes o evangélicas y apenas 3.6 por ciento de los poblanos (416 mil 452 personas) viven libres de religión, cifra muy similar al 3.4  por ciento que no se identificaría con alguna religión, pero aún así se considera creyente. Apenas tres milésimos de la población poblana practicarían alguna fe diferente al catolicismo, el protestantismo o el evangelicanismo. Respecto a los no creyentes, también cabe resaltar que duplicaron su porcentaje desde el censo de 2010, cuando sumaban 1.8 por ciento de la población en Puebla.

El amanecer de las adscripciones no judeocristianas

Respecto a adscripciones religiosas diferentes al catolicismo, protestantismo y evangelicanismo, cabe destacar que la última década ha visto el arribo a Puebla de musulmanes, templos Hare Krishna, oficinas de la Cienciología, cultos de la diáspora afro como Las Reglas del Congo o la Umbanda, así como una proliferación predominantemente femenina – frecuentemente ligada a la contracultura gótica y a las células feministas- cuyas integrantes se autodescriben como «brujas» y suelen abrevar de corrientes como la Wicca, el satanismo nietzscheano-objetivista de Anthony La Vey, la Magia del Caos e incluso elementos de la espiritualidad prehispánica.

Este naciente crisol devocional adverso a la tradición judeocristiana coincide con un fenómeno muy pronunciado en Occidente en el que las mujeres se encuentran abrazando estas denominaciones religiosas esotéricas como una estrategia para revertir constructos identitarios desprendidos del judeocristianismo, que consideran opresivo y limitante para la emancipación de su género.

Cabe resaltar que la encuesta del INEGI 2020 aún no registra en Puebla el aterrizaje de cultos paródicos, tales como el Pastafarismo o la iglesia del SubGenio.


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