Documental “Chile in revolte” o porqué no somos los mismos tras el estallido de octubre

Por muchos años asumimos que una de las virtudes de ser chilenos era defender las tradiciones

Documental “Chile in revolte” o porqué no somos los mismos tras el estallido de octubre

Autor: Carlos Montes

Por muchos años asumimos que una de las virtudes de ser chilenos era defender las tradiciones. Aparte de vainas como la solidaridad o la resiliencia, crecimos por décadas naturalizando la prepotencia de discursos que -con orgullo- nos definían como un pueblo custodio de viejas costumbres y resistente a la novedad en cualquiera de sus formatos.

Imposible negar todo ese componente de obediencia en nuestro relato republicano, pero esa triste presencia responde a la violencia de los conquistadores, de tantos gobiernos de ricos, de incontables catequesis y del ruido de las botas milicas cuando rompen su juramento.

Sin embargo, la lógica de la sumisión también compartió espacio con la desobediencia en muchas voces, en las familias masacradas en el Iquique de 1907, en toda la obra de Violeta Parra, en el pueblo mapuche y su resistencia de siglos o en Jorge González lanzando un disco como el Corazones el año noventa. Abundan ejemplos de incorrección en nuestra historia, incontables desafíos al ‘deber ser’ que han confrontado los vicios de la tradición malentendida.

El origen del documental

Chile in revolte es un documental chileno-alemán estrenado recientemente por el colectivo Chile in Flammen y que surge como secuela del corto documental que lleva el mismo nombre de este grupo de creadoras y creadores chilenos residentes en Leipzig. Con el ánimo de mostrarle al resto del mundo lo que sucedía en nuestro país los primeros días de la revuelta popular de octubre, este grupo produjo un material que se estrenó a modo de intervención callejera en el Festival Anual de Cine Documental y de Animación de esa ciudad. El éxito de esa exhibición se amplificó luego de compartirlo a través de la web.

Entre causas y azares, el viaje a Chile de una de las realizadoras y luego el apoyo económico desde distintos lugares, hizo que esta breve pieza se convirtiera en un relato mayor, conjugando más miradas que dieran cuenta de cómo vivíamos organizados desde el propio territorio este alzamiento ciudadano.

Fragmentos de un país en revuelta

La decisión de presentar a quienes exponen sus opiniones solo con sus nombres sin apellido junto a sus ocupaciones, contiene más potencia de lo que aparenta. Porque escuchar la voz de Guillermo que es jubilado, de Micaela que es estudiante secundaria o de Rosa que es artista, es prescindir -en un país clasista como el nuestro- de nuestras marcas patronímicas y cualquier carga prejuiciosa que contenga; aquí basta con conocer solo el nombre de diferentes personas en este momento del 2019, poniendo el acento en las visiones que se quieren compartir.

En sus 40 minutos de duración, este documental transcurre eficaz en su ritmo, preciso en su voluntad de abarcar los diferentes componentes humanos que son parte de este estallido y las causas que defienden, sin olvidar la naturaleza artística audiovisual y su necesidad de cautivar al mayor público posible.

Chile in revolte se construye por la suma de escenas que van desde testimonios obtenidos en distintas instancias del país movilizado, hasta la crudeza de varios registros de la violencia policial actuando en contra de la ciudadanía que se expresa en las calles.

Aun cuando en este documental subyace la urgencia de revelar desde dentro la crisis política que significó este estallido -especialmente la violencia con que obró el aparato estatal-, así mismo sus realizadores sostuvieron en toda su extensión la necesidad de contemplar tanto a partidarios como detractores de este movimiento de insurgencia, apuntalando la naturaleza coral en este pedazo de historia.

Por eso es que esta narración contempla la opinión de un jubilado de izquierda que es capaz de conjugar resistencia -al explicar las lógicas de los destrozos- y homofobia -rechazando las expresiones de amor de gays o lesbianas-. La decisión de retratar en algo la complejidad humana cuando ésta actúa en modo colectivo u organizada contra los abusos del poder, se consigue en esta pieza documental.

La fuerza coral de este documento se sostiene en muchas partes: en el relato de Camila -rescatista en Dignidad- contando cómo los pacos usaban gases más nocivos que el lacrimógeno al momento de reprimir; cuando un capucha de la Primera Línea afirma que “nuestros cuerpos dejan de ser nuestros y son el cuerpo del pueblo pobre para defender lo que queremos”; cuando Marcelo -trabajador de mantenimiento de los paraderos- recuerda nostálgico los tiempos en que la Plaza Baquedano era un espacio bonito y libre de contaminación; cuando Luzmaría, una transeúnte, desde sus “privilegios” reconoce que “duele ver las ciudades rotas, pero te tiene que doler mucho más toda la gente que ha sufrido por años invisiblemente” o cuando un taxista anónimo de la zona oriente señala no estar de acuerdo con el trabajo del INDH, porque “cuando los jóvenes están haciendo desmanes (…) ellos no hacen nada, y cuando le pegan a un carabinero (…) ahí no existen los Derechos Humanos”.

Defensa a la diferencia

Violeta Parra compone en 1960 la tonada “Yo canto la diferencia”. Díscola, rebatiendo la horma de lo que debiese ser chileno según la tradición oficial, Parra con su canto de la diferencia “abrió un espacio sensible al reconocimiento de las múltiples identidades que constituyen el país chileno”, concluye el musicólogo Rodrigo Torres.

En un momento de este documental, Jaime, poblador de La Legua, reflexiona con lucidez sobre el hecho de que las generaciones más jóvenes no padecieron el toque de queda asesino de la dictadura de Pinochet, y que por eso es que todo este cabrerío -distante de temores de antaño- logró desde sus diferencias y desde la pureza de su energía por remediar tanta injusticia, recordarnos al resto que el respeto también se recupera desobedeciendo.

Jaime tiene toda la razón. Ya no somos los mismos.


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