Son los patios traseros, los reductos donde se encarna la deshumanización, donde la miseria se personifica en miles de personas. Los espacios más invisibilizados de las ciudades. Las cárceles en Chile cumplen excelentemente su función punitiva y castigadora, y quedan lejos de dar una respuesta a las personas privadas de libertad que sobreviven entre sus muros al hacinamiento, abusos y vulneraciones de los derechos humanos.
A diferencia de reacción por la muerte de centenares de niños del Sename, nadie se escandaliza por las muertes de las personas que viven en los centros penitenciarios que, según publicó el diario The Clinic, entre el 2000 y el marzo del 2016, llagaron a las 349 personas en el CDP Santiago Sur. Los muertos de la ex Penitenciaría no sólo no provocan alarmas, sino que más bien todo lo contrario: una amplia mayoría opina que eso es lo que merecen las personas que entran en los penales. Y así se va construyendo y reforzando un sistema penitenciario excluyente, punitivo y con una marcada ausencia de enfoque de derechos humanos.
Precisamente, esta última es la mirada que comparten los voluntarios, voluntarias y educadores de La Universidad del Trabajador – Infocap, un instituto de capacitación laboral que partió su trabajo en los 80 y que desde el 2012 trabaja, a través de talleres formativos, con la población penal a través del programa «Forjando Oportunidades», implementado en la ex Penitenciaría y en el Centro Penitenciario Femenino (CPF) de San Joaquín.
Cinco años de experiencia que han quedado recogidos en el libro Voces desde adentro. Por una transformación social con sentido, presentado este martes en la sede de la organización y que, bajo la coordinación de Andrea Martínez, narra las vivencias tanto de los educadores del programa como de los y las estudiantes privados de libertad.
En total, 50 hombres participan del curso intrapenitenciario de mueblería en línea plana en el CDP Santiago Sur, acompañados por dos educadores y 16 voluntarios, mientras que en San Joaquín son 50 mujeres las que asisten a los talleres de gastronomía, junto con cuatro educadoras y 32 voluntarios.
«Lo que buscamos es que se capaciten y una vez terminen puedan salir de inmediato y empezar a trabajar», explica a El Ciudadano el coordinador del programa «Forjando Oportunidades», Jorge González. Y agrega: «Buscamos que el taller sea un espacio de libertad y siempre se lo recordamos; los tratamos como estudiantes y no como delincuentes, no trabajamos con gendarmes a dentro del taller, e intentamos que la relación con ellos parta de la confianza»,
González, quien empezó a dirigir la iniciativa hace cuatro años, se muestra reticente a ocupar la palabra oportunidad porque, según él, «generalmente, trabajamos con personas que nunca tuvieron una primera oportunidad para estudiar ni para capacitarse en nada». Y añade: «Son los más vulnerables dentro de los vulnerables. Ni siquiera se cumplen los mínimos con ellos. Por ejemplo, hemos tenido casos como el de un estudiante que murió de una peritonitis porque no le quisieron abrir la celda porque era muy tarde y amaneció muerto al otro día», lamenta.
Las mujeres, solas
La desigualdad de género en toda su crudeza es uno de las lastres que más se siente dentro de la cárcel, profundamente sufrido por las mujeres privadas de libertad. El patriarcado en su macrosistema y el machismo cultural y cotidiano tienen una fuerte presencia en las cárceles de mujeres. «Los días de visita a fuera de la cárcel sólo hay mujeres; mujeres que van a visitar a mujeres. También son ellas las que hacen cola en la Peni [de hombres]», comenta el coordinador. Y añade: «A las mujeres las acompañan las mamás, las hermanas y las abuelas, mientras que a los hombres las acompañan todas ellas y además sus parejas. Sin embargo, el hombre no acompaña nunca a la mujer cuando está en la cárcel, no la va a ver, la deja sola y espera a que salga. Tampoco se hacen cargo de los hijos«.
Un abandono que sufren a dentro y que, una vez a fuera, las lleva a una espiral que ellas mismas bautizan como «la segunda cana». Salir implica, para ellas, tener que recuperar a sus hijos y familias y tener que ganar dinero sin caer de nuevo en lo «más fácil», conseguir plata sin cometer ningún delito. «Muchas prefieren no salir y quedarse en la cárcel porque en la calle tendrán más problemas de los que tendrían adentro», explica González.
Una escuela de delinquir
Uno de los debates más controvertidos cuando se aborda el tema de las cárceles es si realmente sirven para la reinserción de las personas. Alejandra, una mujer que vivió siete años en San Joaquín y que ahora lleva a cabo su propio emprendimiento gastronómico en libertad, opina que «la cárcel es una escuela de delinquir, se aprende a robar más, aprendes cosas nuevas para cuando luego sales a fuera».
Una escuela que enseña a personas que no han conocido otro contexto que la marginalidad, con historias de vida marcadas desde la infancia por la delincuencia, sin acceso a la educación y excluidas de la sociedad desde temprano.
«Han habido testigos entrevistados para el libro que nos han dicho ‘no me hables de reinserción, yo nunca he estado inserta en esta sociedad’«, indica el coordinador del programa. Una vida en sociedad que no existió en su minuto y que, por lo mismo, será muy difícil de que exista una vez a la calle nuevamente: «Salen sin ni uno, con un tremendo estigma y llegan al mismo contexto, a la misma población -sin ningún ánimo de estigmatizar-, a la misma familia que vive bajo la cultura del delinquir«, apunta.
El educador ejemplifica el círculo vicioso que viven las personas al salir a la calle: «Les ofrecen vender cinco millones en cocaína, nada más salir. Lo venden en una semana y con ese dinero pueden vivir varios meses. Aunque les adviertas de que van a volver a lo mismo, su respuesta es que tienen que alimentar a sus hijos y que no les dan trabajo si tienen antecedentes. Tampoco tienen dinero para empezar un emprendimiento, y ahí te responden ‘voy a hacer una peguita y de ahí saco para un emprendimiento’. Es así como vuelven a la cárcel de nuevo».
A pesar de que con el gobierno de Piñera se promulgó una ley que permite al Estado contratar a personas con antecedentes penales, según González, la medida no es efectiva: «¿Qué tanta gente con antecedentes va a contratar el Estado, por ejemplo, en cargos administrativos? No lo van a hacer. Tampoco el Estado busca incentivar al sector privado para que contraten personas privadas de libertad, algún tipo de subsidio, etc. No hay ningún tipo de apoyo para que no vuelvan a delinquir cuando salgan», espeta.
Lo urgente: ordenar
Son muchos los pendientes del Estado chileno en materia carcelaria. Desde el cambio de enfoque y de mirada hacia los internos e internas -algo más estructural y sistémico de resolver- hasta acciones más urgentes y menos complejas. Para Jorge González, «de forma inmediata, deberían ordenarse las cárceles y el trabajo que se hace con las personas privadas de libertad«. Ordenar es, para él, garantizar el derecho de los internos y las internas a acceder a algún tipo de intervención que responda a la realidad del país, ocuparse de ellos en todos los aspectos y destinar más recursos tanto económicos como humanos al sistema penitenciario.
En lo concreto, subraya que «la falta de un sistema de reinserción o de capacitación en las cárceles chilenas provoca mucha dependencia de la voluntad del jefe de unidad de Gendarmería que esté en ese momento o de los oficiales que están a cargo del recinto, para poder seguir haciendo algún tipo de trabajo con las personas que participan de la capacitación».
Visibilizar lo invisible
«La delincuencia va a seguir creciendo mientras este país siga siendo tan profundamente desigual porque el delincuente muestra la cara más dura de la desigualdad«, señala González, quien lo compara con la pobreza cuando dice que «ambas terminan siendo una piedra en el zapato del Estado que molesta mucho y que mejor patearla para el lado que buscar una solución».
En este contexto, iniciativas como la de Infocap son más que necesarias. Visibilizarlas y darlas a conocer ayuda no sólo a romper el estigma que carga pesadamente sobre las personas privadas de libertad, sino que contribuye a transformar sociedades y a dar voz a los que no tienen, a los anónimos que contribuyen a romper un sistema que asegura el circuito de la delincuencia.
Voces desde adentro cita la frase del escritor ruso Fiódor Dostoiesvki «si quieres conocer una sociedad, visita sus cárceles». Siguiendo al autor, hoy el reflejo de las cárceles chilenas no podrían decir muchas maravillas de nuestro país. Sin embargo, «Forjando Oportunidades» trabaja, a contra corriente, para revertir un escenario cada vez más desalentador y aportar un «soplo de aire», en palabras de los propios estudiantes, a la comunidad penal.
Hoy el desafío es conseguir que cada vez sean más las voces -de políticos, medios, profesionales y de la ciudadanía, en general- que se atrevan a mirar a las personas privadas de libertad y que, cuando lo hagan, sea con otros ojos, superando los estigmas, tópicos y etiquetas. Sólo así podremos pensar que Chile realmente empieza a construir una sociedad mejor para todos y todas, sin excepción.
Meritxell Freixas
@MeritxellFr