Intentar interpretar el significado de los resultados de la elección de constituyentes puede tener diversas lecturas: Se puede leer como la derrota del millonario que se propuso como objetivo ser recordado como el mejor presidente de la historia reciente; o es una derrota de la derecha en su conjunto, mezcla de pinochetistas, hijos de la oligarquía o ex-pacos, es decir, como el revés de una clase social y sus guardianes.
Una perspectiva más histórica podría interpretar el hecho como el fin del neoliberalismo, el proyecto de convertir a cada uno en el gestor de su propia vida en un mundo de incertidumbres. Esta variable implicaría extender el análisis a toda la industria mediática, las agencias de publicidad y las encuestadoras, que pese al dominio de la esfera pública, no pudieron en la reciente elección formatear los resultados como lo habían hecho a lo largo de toda la transición.
Puede ser cualquiera de esas variables o todas juntas, lo cierto es que mayo de 2021 será recordado como un punto de inflexión histórico en el desmantelamiento final del pinochetismo y todas sus máscaras posteriores, disfrazados de ingenieros serios, administradores con pretensiones de estadistas o figuras maternales sonrientes. Tal vez, en la jornada electoral reciente más que asistir al fin del piñerismo, estamos viendo el fin de la post-dictadura.
EL FRACASO DEL DISPOSITIVO ELECTORAL
En las jornadas previas, los analistas del modelo y sus medios aseguraban que el pacto Chile Vamos obtendría el tercio en constituyentes; pasarían a segunda vuelta en las elecciones de gobernadores frente a la ex-Concertación y mantendrían el número de alcaldes, con algunas pérdidas.
El triunfalismo se cimentó en la unidad del pacto de derecha, que abarcó al Partido Republicano, Evópoli, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), ante una oposición dividida en dos listas más una serie de otros candidatos dispersos para quienes era imposible de ganar en un sistema asegurado para los grandes conglomerado. El control de los medios masivos, las encuestadoras funcionando cada semana y las campañas millonarias harían el resto. CADEM vaticinó 56 constituyentes para el sector, La Tercera, en tanto, diría que la derecha alcanzaría unos 60. Por su parte, los grandes grupos económicos también se pusieron con la campaña. La lista de la centroderecha, Vamos por Chile, según investigó CIPER, recibió $5,5 mil millones para su campaña constituyente.
La complacencia la demostró el vocero del gobierno, Jaime Bellolio, quien aseguró en una entrevista en febrero que “nosotros creemos que vamos a ganar 3-0: Vamos Por Chile va a ser la lista más votada, va a ser la lista que va a sacar la mayor cantidad de constituyentes, y va a ser la lista que por sí misma va a conseguir un tercio de los constituyentes”.
Sin embargo el resultado de las urnas dijo otra cosa. No hubo ni 60 ni 56 escaños en la Convención Constitucional para la derecha. Tampoco los 52 que calculaban como el peor escenario, pero que les aseguraba el tercio con capacidad de veto en la convención. Eligieron apenas 37 (17 la UDI; 15 RN; y 5 Evópoli), bastante bien lejos de las expectativas.
En las otras elecciones les fue peor. En gobernadores no ganaron ningún cargo en primera vuelta debiendo ir a balotajes que todos los vaticinios a partir del resultado del fin de semana dan cuenta de que perderán. En Santiago, la candidata nominada por el mismo Piñera, Catalina Parot, quedó fuera de la segunda vuelta, en la que se medirán Claudio Orrego (DC) frente a la candidata del pacto Frente Amplio-PC, Karina Oliva. También la derecha perdió decenas de alcaldías, como Santiago centro a manos de una candidata del Partido Comunista. Se suman la derrota en Viña del Mar, Maipú, San Bernardo, Estación Central, Temuco, Rancagua y Valdivia. De los 146 alcaldes obtenidos en la elección de 2016, perdieron 62.
La noche del domingo la Moneda fue la guarida sombría de Sebastián Piñera, quien concentró a sus ministros para asistir al resultado del mayor descalabro electoral de la derecha en la post-dictadura. A diferencia de la arrogancia de siempre, esta vez tuvo por consejo de sus asesores reconocer la derrota, claro que sí endilgándola a todo el espectro político del binominalismo. «La ciudadanía nos ha enviado un claro y fuerte mensaje al Gobierno y también a todas las fuerzas políticas tradicionales, no estamos sintonizando adecuadamente con la demandas y con los anhelos de la ciudadanía y estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y por nuevos liderazgos»- sostuvo Piñera.
LOS LÍMITES DE LA NARRATIVA
La derecha y sus medios pintan el panorama como un “desastre electoral” del sector. En esta narrativa hay varias explicaciones posibles. Una es que fue una mala estrategia de campaña electoral de la derecha y que no supieron «entregar bien el mensaje». Piñera en su adicción a las encuestas de seguro en su intimidad se aferra a esa tesis. En tal raciocinio se bastaría de un golpe de efecto para la opinión pública o una mejora de la estrategia publicitaria para revertir todo para las próximas elecciones. En entrevista a las pocas horas de la debacle electoral María José Hoffmann, secretaria general de la UDI, planteó que la derrota fue porque no fueron capaces de “reinstalar el mensaje” y no supieron convencer a la clase media para ir a votar.
Dicha miopia cognitiva no viene de la nada. Así había funcionado hasta ahora el poder de la derecha, sobre la base de la política de los acuerdos y el control de la propiedad de los medios de comunicación. Piñera no es capaz de comprender que no se trata de un mensaje mal fabricado, ni que el rechazo a su figura no deviene de errores en su despliegue comunicacional. Y es que los mecanismos que siempre funcionaron para mantener la estabilidad no operaron como lo habían hecho hasta la elección presidencial anterior. No sirvió la ingeniería electoral desplegada en todas las elecciones previas, la manipulación de las encuestadoras, ni los pronósticos de los presentados como “expertos” por parte de los medios masivos. La fiebre de cambios inaugurada en el estallido social de 2019, contra todos los augurios y miedos, tuvo su expresión en la política formal, asaltando con una amplia votación el acuerdo alcanzado tras bambalinas que abrió el proceso constituyente, pero cuya letra chica establecía el poder de veto de un tercio.
Una segunda intepretación alude a las escasas medidas de apoyo desplegadas por el gobierno para la ciudadanía obligada a guardar cuarentena por la epidemia de Covid-19; lo que sumado a los tres retiros de los fondos previsionales, que colocaron al gobierno contra la gran mayoría de la población, bastaron para inclinar la balanza de una sociedad ya descontenta. En esta explicación la culpa recae tanto en el presidente como su orejero más próximo, el economista Cristián Larroulet, y es colocada en la mesa por el presidente del propio partido de Piñera. Esta tesis permitiría un margen de maniobra de la derecha a partir de distanciarse del mandatario y plantear un nuevo pacto social, cediendo en algunas demandas, pero con el objetivo de mantener el máximo de privilegios garantizados a los grandes grupos económicos por la constitución de Pinochet.
En ambas narrativas, la derecha y sus medios pintan el panorama como un “desastre electoral” del sector. Pero es más que eso: la figura de Sebastián Piñera, vendido como emprendedor astuto y con capacidad de gerenciar el país se hizo pedazos. Y no es sólo él, sino que es la subjetividad vendida tras años de neoliberalismo del hombre exitoso y ganador, ya sea un emprendedor esforzado o un profesional ambicioso. Es la derrota ideológica y moral de una forma de gobierno, diseñada por el empresariado, instaurada a sangre y fuego por los militares y mantenida en las últimas decadas por el binomio Concertación-derecha. Las elecciones recientes fueron una etapa más en el inexorable fin del neoliberalismo que convirtió a Chile en un laboratorio abierto a la contaminación minera, a la industria de caca de las salmoneras y la desertificación de la industria de la celulosa.
EL FIN DE LOS TRES TERCIOS
El gran giro hacia la izquierda del electorado hizo estallar también un supuesto que ha imperado por décadas en la teoría política y de cálculo electoral en Chile: la idea de una sociedad dividida en tres tercios irreductibles, uno a la izquierda, otro al centro y el otro a la derecha. Dicha lógica, calculada en los procesos electorales a lo largo del siglo XX, cobró fuerza con la victoria de la Unidad Popular con Salvador Allende, en 1970, que es cuando la izquierda logró su votación más alta en una presidencial en la historia, ante la cual la derecha mantuvo un 35,29 % del electorado.
Dicho cálculo fue la base de las mayorías para las leyes claves de la Constitución diseñada por Jaime Guzmán. Dicho tercio aparece como la gran condición de la estrategia de negociación establecida por Piñera y su ministro, Gonzalo Blumel, para el acuerdo que desembocó en el Plebisicto de Octubre de 2020. Se aparentaba que se cedía en algo, pero en el fondo se ajustaban los cerrojos en la falsa ilusión de un tercio duro del electorado incondicional a la derecha.
Sin embargo la historia no se detuvo y les pasó por encima. La revuelta iniciada en Octubre de 2019 rompió los diques puestos en forma de minorías con capacidad de veto. El movimiento social pasó así por encima de la Constitución de Pinochet y sus cerrojos, la trampa del acuerdo constitucional y va ahora por el modelo económico. Y es tal el peso de su caída que tendrá que arrastrar consigo la estructura de medios, el sistema de encuestas y el favoritismo de los padrinos ricos que le han dado soportes durante las últimas décadas.
Los analistas de derecha exigen un cambio radical de gabinete. Sacan a relucir conceptos médicos como cirugía, pero ninguno asume que en verdad la dimisión inmediata de Sebastián Piñera a la presidencia sería la principal tabla de salvación del sector.
Nos enfrentamos a una irónica paradoja. La demanda por la renuncia de Piñera, expresada en las movilizaciones sociales de Plaza Dignidad y planteada por la izquierda hoy es un hondo sentir en la derecha chilena. La exigencia de renuncia de Piñera se objetivó. Las decisiones de Piñera como gobernante sólo contribuyen a desgastar el discurso neoliberal y, en lo poco que le queda de gobierno, la derecha deberá enfrentar elecciones presidenciales para las cuales la presencia del ,mandatario y Larroulet en el gobierno sólo aseguran un mayor derretimiento político del sector. Extraña paradoja hemos llegado, en la que a la izquierda le conviene más la presencia de Piñera en el gobierno para que la ciudadanía así de cuenta certera de lo que es dejar el país en manos de un empresario ambicioso. En cambio, según evidencia el resultado de la constituyente, a quien más le interesa que el gobierno termine pronto es a la derecha. A quien más le conviene que Piñera salga luego de la Moneda es al empresariado.
Piñera será así recordado como quien acabó por incendiar el modelo neoliberal. Sus dos periodos presidenciales lograron visualizar para amplios sectores las profundas heridas de la sociedad chilena dejadas por la doctrina de los Chicago Boys que décadas de maquillaje de la Concertación, con su fachada de gobiernos progresistas, escondieron. Tal vez no sería extraño ver en los próximos días a militantes de partidos de derecha saliendo a la calle a decir ¡Fuera Piñera!. Una imagen impensable, es cierto, pero razones no les faltan.
Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
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