Las elecciones catalanas (una de las 17 autonomías que integran el Estado español) del próximo domingo (27-S) ocuparán un lugar prominente en el espacio mediático global. En Cataluña, desde el 2012, se desarrolla un fuerte proceso soberanista que pretende que sus 5,5 millones de ciudadanos decidan su propio futuro, que dé forma a un nuevo Estado europeo: la República Catalana.
Pero, la mayoría absoluta del gobierno conservador del Partido Popular, que preside Mariano Rajoy, le ha permitido mantener una política sigilosamente autoritaria, de cierre total a la demanda soberanista. En estos tres años, no ha querido abrir ni un diálogo político con la Generalitat, el gobierno catalán, ni tampoco un debate democrático sobre el “encaje” de Cataluña en España, ni menos negociar una consulta o referéndum.
Todo ello deriva a que el 27-S, una elección ordinaria se presenta como excepcional. Se sabrá cuántos ciudadanos en Cataluña están por la independencia, votando a Junts por el Sí, la lista de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), el partido del President Artur Mas, de Esquerra Republicana (ERC), el partido histórico independentista, de la Asamblea Nacional Catalana y de Ómnium Cultural, dos movimientos cívicos que han dotado de fuerza social al proceso soberanista y la lista de las Candidaturas de Unidad Popular (CUP), partido de izquierda anticapitalista.
Frente a las opciones independentistas, se presentan otras cinco, entre soberanistas de izquierda, federalistas, confederalistas y “unionistas” tanto de su vertiente liberal, como conservadora.
Lectura plebiscitaria
Mientras los independentistas definen las elecciones como “plebiscitarias” -validarían un mandato democrático para un proceso constituyente que culminaría con un referéndum por la independencia-, las otras cinco opciones se consideran diferentes entre sí sobre la cuestión nacional catalana y las políticas económicas y sociales, por lo tanto el resultado electoral no reflejaría con nitidez la voluntad ciudadana, no expresaría un sí o no claro a la independencia.
Más aún, argumentan que las elecciones se harán según una ley electoral que privilegia – o sobrerepresenta- el voto de ciudadanos residentes en pueblos y ciudades medias, que el de residentes en la gran ciudad, Barcelona y su área metropolitana. Por lo tanto, sería una elección bajo reglas abiertamente contradictorias con un acto plebiscitario, regido por la igualdad del voto para expresar una voluntad clara sobre una o más materias acordadas entre las partes.
A su vez, el President Mas ha fijado, desde el comienzo, que un 50% más uno de escaños independentistas (68), daría al Parlamento la legitimidad democrática para iniciar el proceso, lo que, por efecto de la ley electoral, no representaría una mayoría absoluta de votos. Este hecho tampoco se aviene a un plebiscito, cuyos resultados se miden en votos ciudadanos y no en representaciones parlamentarias.
Con todo, los resultados de las elecciones, si bien no necesariamente serán los propios de un referéndum, sí que serán leídos en clave plebiscitaria, lo que, seguro, traerá consecuencias políticas importantes para Cataluña, para España y para el futuro de la relación entre ambos.
Lo probable
Cuatro encuestas, hechas entre el 9 y 21 de septiembre, arrojan resultados muy similares. Todas dan una mayoría absoluta de representantes sumadas las dos listas pro independencia (68 a 78 diputados), no así una mayoría absoluta de votos ciudadanos (44 a 49,6 por ciento). De confirmarse estas predicciones, la discusión en Cataluña se encapsularía entre los que invocan mayoría de escaños (diputados), por una parte y mayoría de votos (ciudadanos), por otra.
No obstante, que estos resultados no conduzcan por sí mismos a la independencia, es una señal poderosa de condiciones favorables para buscar más reconocimientos en Cataluña, España, Europa y en el mundo o para obligar al nuevo gobierno de España (se elegirá uno en diciembre próximo) a que haga una proposición convincente encaminada a abrir un diálogo sin condiciones para dirimir democráticamente el futuro catalán: o un nuevo encaje o una independencia.
Tras las elecciones del 27-S vendrá el periodo de formación de gobierno. Se requieren 68 votos para elegir el nuevo presidente. Juntos por el Sí, según los sondeos, reuniría entre 63 y 67. Así, necesitaría los votos de la CUP, que obtendría entre 8 a 11 diputados. En ese caso, la nominación podría complicarse si la izquierda anticapitalista ejecuta lo que dice: “haremos lo posible para que Artur Mas no sea presidente”, pero matizan declarando: “nos comprometemos a no descarrilar el proceso hacia la independencia”.
¿Qué puede ofrecer el Estado?
Mientras tanto, se convocarán las elecciones generales para elegir un nuevo gobierno en España. La cuestión soberanista catalana será un tema central, ligado al cambio constitucional. Los populares (con el 24,6% de las preferencias) apelan a un diálogo dentro de la actual Constitución, mientras que los socialistas (con el 23,4%) a otro, en el marco del cambio constitucional.
Con esas cifras, para gobernar, ambos necesitarán, buscar apoyo en los partidos emergentes: Ciudadanos, de derecha liberal, con el 16,1% de las preferencias y Podemos, de izquierda progresista, con el 18,6%.
El resultado de las elecciones catalanas debiera influir en la actitud y estrategias políticas que uno y otro partido adopten para abordar el conflicto. Por ahora, ni el PP ni Ciudadanos ni el PSOE están dispuestos a reconocer el derecho a decidir de los catalanes un futuro encaje con España o la independencia. En cambio, Podemos e Izquierda Unida (5% de las preferencias) declaran estar dispuestos a abrir un diálogo y aceptar la idea de un referéndum catalán.
Independencia: más que cálculo aritmético
La fortaleza del independentismo catalán está en lograr una mayoría ciudadana y en el parlamento, pero la independencia, a diferencia de un Estatuto o una reforma constitucional, no es un cálculo aritmético, un escaño más o uno menos. Requiere de otro ingrediente, de reconocimiento racional y emocional, de producir empatía con españoles y europeos con sensibilidad y convicciones democráticas, no independentistas. Ahí parece estar una de sus debilidades.