A veces pareciera que vivimos en un país de gente tonta. Y no creo que decirle tonto al público sea una ofensa, al menos no es mi idea, sino que quiero que entiendan que cuando lo digo es porque acuso una consecuencia nacida de un sistema de gobierno que presenta una visión del país que a veces choca, se golpea de frente, con la realidad de la gente que a diario lucha y pelea por conseguir un cambio, pequeño, miserable incluso, pero cambio, a pesar de todo lo difícil que se pone el mundo cuando se enfrenta al poder con la frente en alto. Entonces nos hacen tontos. Nos vuelven estúpidos porque, en realidad, no sabemos nada de nada. Y lo que sabemos es parcial, es sumamente light; pobre y vacío como la comida inflada de los supermercados o como palomitas de maíz.
Todos los días salgo a la calle y trato de cubrir los movimientos sociales. Es cosa de caminar por el centro para enterarse de batallas que dan los sindicatos, los gremios, las agrupaciones ciudadanas.Batallas insignificantes para el empresariado, pero que son la punta de flecha de un descontento silencioso y que también son, afortunadamente, el germen de lucha que se nos está volviendo costumbre, y que nos empuja para cambiar la parte más fea de un modelo de vida que nos tiene por el cuello. Los empresarios, sin embargo, que claramente no pasean por el frontis de las instituciones que lideran, ni viajan en las micros que tienen, ni comen de la misma comida con que nos envenenan, se sientan en sus vidas y comen la grasa que les deja día a día las ganancias que se acumulan producto del trabajo de sus funcionarios que apenas pueden llegar a fin de mes sin llorar sobre las cuentas impagas. Más aún, hay funcionarios que batallan por ganar terreno en espacios que ni siquiera les proveen de más o menos recursos, como es el caso de los trabajadores de la Salud que están dando una pelea para que no se concesionen los hospitales y para que no se privatice la atención pública. Y han levantado una lucha a pesar de que la opinión mediática ha terminado por culparlos de “atentar contra la salud de los usuarios” y, en lugar de dar un paso al lado ante semejante mentira, han seguido luchando con honor, alegría, fuerza y rigor. Sin embargo la prensa y la gente, desinformada y engañada, los culpa de estar poniendo en riesgo la vida de los enfermos. Qué mentira más detestable.
Los trabajadores del Banco Ripley, por otra parte, ganan una miseria en relación a lo que producen. Los trabajadores del Hogar de Cristo tuvieron que salir a la calle para tratar de pedir por sueldos justos o capacitación, y consiguieron nada. El sindicato de Hoffens. Los trabajadores de Aguas Andina. La gente de la Cruzverde, que tuvo que pararse en la puerta de las farmacias para que sepamos que el negocio sucio de las comisiones no se acerca ni un pelo a ser una forma de trabajo digna y que sin embargo es, por decirlo de alguna manera, una política enferma.
Los empresarios combaten las huelgas con hambre, las barren con la lluvia.
Una de las constantes es que cuando llueve se bajan las huelgas. Y no siempre es el frío, sino el oportunismo de las autoridades que aprovechan de empujar con agua a la gente que está tratando de hacer patria. Me acuerdo de los Ambulantes discapacitados del Centro de Santiago, que hace poco más de un mes estaban peleando contra los abusos de la Alcaldesa Tohá que les quitó el espacio que se ganaron con años de trabajo. A ellos los sacaron gracias al frío. Los fueron a tirar a la Posta un día a las 5 de la mañana bajo la excusa de una ridícula preocupación por su salud. Mentira. La salud o la vida íntima de los ambulantes no les importó nunca, por el contrario, se los pasaron por el aro inicialmente con las asignaciones de permisos y no pensaron en que aquella fuente de trabajo dura, la de vender en la calle, es un trabajo como el tuyo,el mío, el de la Alcaldesa misma. Les importó un carajo y luego, mentirosos, los barrieron para remodelar una plaza que ha sido remodelada para nada y mil veces los últimos veinte años.
El machismo mata, encierra, cansa también en las movilizaciones
Una de las principales debilidades de las huelgas son las mujeres (y no piensen que estoy diciendo algo misógino, por el contrario). Ocurre que, para el empresariado, no hay nada más rentable que las huelguistas femeninas, ya que a pesar de que son fuertes y aperradas, tienen esa debilidad matrona de ser dueñas de casa, madres, tías, abuelas y,en muchos casos, tienen que sostener familias que no les permiten trasnochar o andar cargando pancartas en la noche y lejos de casa con el fin de mantener una movilización en pie. Me contaba una señora en una de las marchas que su marido, ya cansado de no verla llegar a la hora como toda la vida, le acusó de estar “puro hueviando o maraqueando quizá” en lugar de estar trabajando. “Imagínate -me decía- una acá luchando y en mi casa, mi marido, piensa que ando con otro weón”.
Las mujeres son las primeras que se resienten con el paso de un mes, dos meses, tres meses de huelga o paro. Porque el machismo que hay en Chile también sale a relucir cuando ellas no llegan a casa o cuando aparecen en televisión luchando, creando poder popular. Quizá porque pensamos que el poder, y el combate del poder, también son un derecho de los machos que no se puede traspasar a nuestras mujeres. Sin embargo luchan y vuelven a casa a seguir luchando, a seguir sumándole días al calendario a pesar de que la rabia de no llegar jamás a un buen acuerdo a veces les pone la tarea difícil.
Por eso es que me alegra tanto cuando veo la felicidad y la energía con que mis amigas del Hospital Salvador se las ingenian para levantar el ánimo del grupo y le ponen empeño y rigor al ejercicio de luchar contra un sistema tan bruto, tan torpe, tan macho, tan hosco como el nuestro.
Cierro
Me imagino que este año finalizará con un conteo enorme de paralizaciones, huelgas,paros, marchas. Y pienso que, a pesar de que el gobierno trata de hacer fintas para esquivar el golpe, habrá un cambio en el país ya que, lenta pero insistentemente, las movilizaciones van apareciendo por las ciudades y dejan de ser un espectáculo televisivo y pasan a ser un síntoma social que nos toca en el hombro a todos.
Hace unas horas atrás se consiguió meter la primera puntita de un proyecto que detenga la concesión de hospitales en Chile (pero mejor ni decirlo aún, para que no se chingue). La educación, la vivienda, la vida misma pasarán a ser tema en la agenda de los gobernantes ya que el año que viene hay Copa América y, entonces, los políticos ya saben que tienen que limpiar las calles, no como en Brasil, sino de una manera en que puedan mostrar para el resto del mundo el mismo país que hoy día muestran de Chile para Chile (coludidos con los canales y la farándula cultural) en el que todo funciona perfecto como en la teleserie de la tarde. Pero ojo, ya no bastará con sacudir el mantel para que todo luzca perfecto.
Y cuando digo que todas las huelgas son de hambre es porque los trabajadores se van a paro, a huelga, porque no hay plata, porque tenemos dificultades, porque padecemos de pobreza mientras los dueños del país viven en una opulencia ordinaria, ladrona, miserable. Gastan en sacarle brillo a la mierda en que viven y compran, con nuestro esfuerzo, la vida de todos a nuestro alrededor. El hambre es mucho más que la indigencia, es no tener lo mínimo para vivir de la manera en que nos obligan a vivir. Es ser eso que somos porque nos lo exigen. Es cuando vamos de camino a los trabajos que odiamos, solo para justificar que no somos flojos o parte de una estadística económica en cifras negativas. El hambre es no poder ser tan felices como quieren que seamos mientras vamos sirviendo mesas o limpiando wáteres para poder comer.
Las movilizaciones que se vienen – reiterativas, punzantes, heredadas del espíritu pingüino- darán la pauta para que se empiecen, de a poco, a construir pequeños obstáculos que las empresas ya no podrán saltar ni mucho menos aún pasar de largo. Estamos atentos. Somos más pillos que los pillos de toda la vida. Tenemos ganas de quebrar hasta pulverizar todas las malas prácticas de la derecha y asociados. Entonces de repente se me alegra un poco el día, a pesar de que en realidad tengo miedo de tener confianza y prefiero decir en estas dos líneas que me quedan que, mañana, hay que empezar otra vez a pensar de nuevo lo que queremos de este país en el que (hasta ahora) hacer las cosas bien es sinónimo de estupidez, tal como dije al inicio del texto.
Aguante los que luchan! Seguimos.
en twitter @arturoledezma