Me enamoré. Y me enamoré tanto que construí una serie de fantasías principescas que no me permitieron ver las señales que estaban rondando.
Primero accedí a quedarme regaloneando en vez de salir con mis amigas. Mientras él se iba apropiando de mi casa, de mi espacio, de mi closet. Yo dejé que construyera su nido en mi hogar. Que nos conocimos de otra vida, que estamos juntos porque nos vimos y supimos, que amor a primera vista y toda esa sarta de boludeces que van creando ese castillo de mentiras y violencia, menoscabando todas nuestras creencias, nuestro foco, nuestra dimensión.
Yo no era una mujer sumisa, por lo menos eso creía, siempre buscando, siempre creando. Estudié, viajé, trabajé, tuve una hija (por suerte no fue con el monstruo), me gusta el arte, me gusta leer, me gusta tener amigos y amigas. Fui perdiendo todo, sin darme cuenta me quedé sin espacios, sin otra mirada hacia nada más, me fui poniendo triste, me fui quedando sola, me fui quedando sin decir nada de lo que me sucedía.
Creo que las mujeres siempre vivimos con agresiones, desde pequeñas, el abuso es parte de nuestras vidas. Desde el viejo que te mira y se toca cuando tienes 6 años, hasta el macho que te castiga directamente con golpes.
La violencia no fue el contexto en mi entorno familiar, nunca mis padres se golpearon, nunca mis hermanos golpearon a sus parejas. Entonces creo que no supe ver el límite de una pelea o discusión, más menos normal, y de una batalla de violencias directas en mi cuerpo y en mi psiquis.
La primera vez que sentí que algo andaba raro, pero no me hice caso, fue cuando tiró mi teléfono contra la pared, yo quedé en shock, y mi único pensamiento fue “así que esto es la violencia intrafamiliar”. Lo vi como una película, me asusté, pero sobretodo me asombré de ver a esa persona que amaba siendo capaz de romper algo que me había costado tener, y con lo cual yo trabajaba también. No entendí, no dimensioné. Fue in crescendo, ya no era el celular contra la pared si no que era mi cuello entre sus manos. Pero por otro lado, cuando estábamos bien lo pasábamos la raja, solo eran esos “lapsus” y esa mente mía que iba deformando la distinción entre amor y odio.
Nadie sabía. Él era correcto con el resto, muy callado, guapo, le encantaba tener la casa linda y ordenada. A veces yo jugaba a mover algo que él había ordenado obsesivamente, como sabiendo que era una persona llena de manías y obsesiones idiotas.
Nunca pensé que me quería matar… aunque a veces sentía terror, como cuando manejaba ebrio a 100 kilómetros pegándome en la cabeza o donde cayera su gran mano.
Se preocupaba que no me quedaran moretones a la vista, mi pelo largo tapaba hombros, espalda y cabeza. A veces yo quería morirme y pensaba «¿por qué me hace esto alguien que me ama?», quizás estamos acostumbradas a soportar la violencia y el castigo, y cuando este se pone peligroso ya estamos tan ciegas que no vemos nada.
Yo quería que se diera cuenta que no estaba bien lo que hacía. ¡Error!, él sabía lo que hacía pero a estos hombres no les importa, no les importas, son narcisos y no ven el dolor o el amor del otro, no ven a otro, su accionar lo justifican siempre. Desconfían del mundo, desconfían de su madre, desconfían de sus hermanos, desconfían porque son débiles, porque no pueden asumir sus errores, sus delitos, no pueden asumir porque les quedaría la cagada si lo asumen, si se hacen responsables. En fin, eso es problema de ellos y nunca podrás cambiarlos.
Mi hija lo empezó a odiar, le contaba “cosas” a su profesor del colegio, yo moría de la vergüenza, no sabía qué le decía, nadie me dijo nada. Nunca la agredió directamente a ella, pero fue víctima igual, si éramos los tres en esa hermosa casa del terror. Él era tan falso que se hacía el buen padrastro, no quería que el resto supiera de su real alma.
Los horrores a los que se puede llegar hasta la muerte son impensables. Era como tener a tu torturador durmiendo contigo, muchas veces pensé en que él podría haber sido fácilmente un matón de la CNI, y podía sentir el horror que muchas sufrieron. Esto también me hacía sentir culpable, porque yo no era capaz de terminar, porque yo también había entrado en este remolino de horrores.
Ser violada por tu pareja es algo inexplicable, no sabes si es violación (después asumí que sí lo era), no podía decir que no, porque sabía que eso significaría otra noche de espanto. A veces me veía yo misma en esas situaciones y pensaba: “mírate en la que estás”, y mi vocecita más interior decía: “no eres para esto, te mereces otra cosa”, pero acostumbradas a no hacernos caso mi vida siguió así por unos 4 años.
Mi familia se dio cuenta, y tuve que contar, tuve que explotar y decidir. Me rescataron, tuve que cerrar mi casa por 4 meses, les confesé todo o lo que más pude de lo vivido, hay cosas que quedarán solo para mí porque mi desastre personal es haber llegado a límites impensados, es haberme convertido en otra persona.
Luego de esto vinieron las terapias, los grupos de mujeres, pero empecé a verlo a escondidas… no sé por qué, he tratado de entender y me resulta muy difícil, ¿por qué no podía cortar?, ¿por qué no podía olvidarlo?, ¿por qué sentía esa dependencia? Creo que era miedo, creo que era acostumbramiento a esa relación tóxica, creo que no lo sabré nunca al cien por ciento.
Pero algo fue creciendo en mí, con las terapias, con las otras mujeres que compartían mis experiencias. Una vez la sicóloga (que después terminó siendo mi amiga) cuando le conté por primera vez lo que vivía, me preguntó: «¿Crees que te quería matar?» y yo le respondí “no”. Ahora pienso “¿cómo estaba tan ciega?”, sí po, me quería matar, me podía haber matado, estuve muy expuesta y en silencio, sola. Me di cuenta que tenía que callar porque, además del castigo de tu pareja, también está el castigo del mundo, te juzgan, te anulan. Que cómo lo sigues viendo, que eres mala madre, que estás incapacitada, que te vamos a quitar a tu hija…. la pena, la soledad profunda, lo único que tienes es a ti misma y muy rota.
Salí, dejé de verlo, volví a mi casa y la cerré, dejé ese lugar hermoso y cruel, me fui cerca del nido materno, me sané, me sigo sanando cada día. Ya han pasado años.
Creo que esa imaginería de la princesa que le da de comer al patriarcado es tan poderosa que nos toca a todas, sin importar la clase social, religión, raza o creencias. Puedes ser una mujer irreverente, moderna, culta, sin embargo, ese imaginario lo llevas dentro, está instalado por siglos de abusos, por siglos de ninguneos.
Yo sigo confiando en el mundo (o volví), prefiero dar amor, pero ya no soy ciega a las señales. Sin amor y sin confianza para mí el mundo no vale nada. No le deseo mal a nadie (esta es mi primera vez), creo que no le hago mal a nadie, he descubierto mi existencia, la vida se te puede ir en cualquier segundo, yo pude aprender de mi experiencia y no morí en el intento, tuve suerte. Tuve una red de apoyo, con sus cosas, bien o mal, con errores, como supieron, como pudieron. Todo mi entorno fue otro, todo se removió, nos quedó la cagada.
Los grandes cambios a veces son así, dolorosos, lentos, con vueltas y dudas… el único elemento que hay que sentir y escuchar es a esa vocecita interior, la intuición. Eso que te dice en tu ser profundo lo que quieres o no quieres, lo que te hace sentir bien o mal. Y sé que todas lo sabemos, lo sabemos tanto pero estamos acostumbradas a ignorarlo (también es algo que hemos acallado y nos han acallado).
Ya no juzgo a nadie, aprendí a acompañar, como sea, acompañar. Ya no me callo nada, yo lo grito fuerte, yo ahora soy feliz o trato de serlo, disfruto del viaje, ha sido lento pero pude volver. Todo se puede perder en un segundo. El que te ama no te hace daño, y no lo podemos olvidar, pues el monstruo siempre está ahí, al acecho de que te dejes de escuchar nuevamente.
A.