Isabel Ávila (69) llegó en la madrugada del domingo al albergue. Ella y su familia vivían en la población la Rinconada, sector del Pajonal, lugar que fue alcanzado la noche del sábado por las llamas. Con temor veían durante la tarde como el fuego, guiado a merced del viento, cambiaba de forma amenazante su rumbo. “No alcanzamos a darnos cuenta cuando llegó Carabineros a evacuarnos. Bajamos y de un momento a otro las llamas se comieron mi casa”, esbozó mientras bebía café, sentada afuera de una de las salas de la Escuela Grecia, lugar destinado como refugio para los damnificados.
Hace poco más de un año, el 18 de febrero del 2013, Valparaíso vio como 248 casas sucumbieron ante el fuego, cuando se quemó parte de los cerros El Rodelillo y Placeres. Pero el incendio del día 12 de abril que partió cerca de las 16:30 en el camino La Pólvora, a la altura del vertedero El Molle, no tiene comparación alguna. 12 muertos, más de 8.000 damnificados y 1.200 casas destruidas son las cifras entregadas por la autoridad hasta el momento.
Seis de los 42 cerros del Puerto fueron afectados (La Cruz, Las Cañas, Rocuant, Ramaditas, Litre y Merced), acumulando un total de más de 850 hectáreas. El gobierno decretó estado de Catástrofe y los medios de comunicación llegaron rápidamente al lugar. A través de las redes sociales, los chilenos dispersos por todo el territorio comenzaron a compartir fotos y a levantar cuadrillas de ayuda para ir en servicio de los afectados. Las calles de Valparaíso se agolparon de camionetas cargadas de alimentos y colchones. En diferentes plazas de la ciudad se improvisaron puestos de acopio para recibir ropa y otros artículos que posteriormente fueron distribuidos dentro de los 4 albergues disponibles.
Los bomberos de la séptima compañía de Valparaíso, esperaban fuera del edificio a que llegaran los compañeros que durante la mañana partieron a los cerros para combatir el fuego. Cuando el carro se estacionó frente a la bomba, los bomberos, con sus uniformes y caras negras, descendieron para dar el paso al siguiente grupo de apoyo. Recibieron abrazos y felicitaciones de la gente que se encontraba en el sector. A ellos, se sumaron más de 3.500 efectivos, entre miembros de la CONAF, Policía de Investigaciones, Carabineros, el Ejército, la Armada y el Samu que llegaron a la región para prestar servicios.
“Nos quedamos con lo puesto”
La Escuela Grecia fue uno de los primeros albergues en copar su asistencia. 230 adultos y 50 niños repletaron las salas del lugar. “No podemos perder la comida. Las personas que no hayan cenado deben hacerlo ya”, se escuchaba por los parlantes del lugar, al parecer el hambre también fue consumida por las llamas. La desazón que dejo el siniestro es indescriptible. Miembros de la Cruz Roja, el Hogar de Cristo, el Movimiento Scout y diversas organizaciones se encontraban en el lugar. Si bien las manos nunca sobran para ayudar, más en este tipo de circunstancias, para quien no perdió sus bienes sentirse útil es un desafío. El sentimiento de impotencia asoma cada vez que se escucha un llanto. 110 atenciones de urgencias y 120 atenciones primarias se presentaron en la enfermería del albergue. “Estados de Shock, cambios de presión y algunas lesiones menores son las que hemos tenido que cubrir. Pero lejos lo más fundamental ha sido escuchar a las personas”, relata una funcionaria de la enfermería.
La angustia y el cansancio teñían cada uno de los pasillos del establecimiento. La gran mayoría de las familias perdieron todo, si salvaron algo fue solo la ropa que decidieron ponerse ese día. “Yo no tenía auto así que no alcancé a sacar nada. Perdí mis televisores, fotos, muebles, todo. Otros vecinos pudieron rescatar algunas cosas, pero yo me preocupé de mi familia. Nos quedamos con los puesto”, relata Ernestina (81), mientras cierra sus ojos, haciendo los esfuerzos por no llorar. Semanas antes perdió a su hijo mayor a causa de un accidente.
Por el lugar, pasó la presidenta Michelle Bachelet para dar su apoyo y evaluar las condiciones. Horas después, lo hizo el alcalde Jorge Castro y al caer la noche la Ministra de Salud, Helia Molina. Casi al mismo tiempo, el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, informaba sobre la última muerte registrada. Edgardo Herrera (52), residente del cerro La Virgen, murió a causa de un infarto al corazón luego de que fuera a verificar los daños en su casa, ya que el día anterior alcanzó a escapar de las llamas. Falleció en la vía pública.
Hay mucho que hacer. A parte de entregar alimentos, agua, ropa de dormir y cualquier articulo de primera necesidad, en los albergues se alojan muchos niños, por ende organizar actividades para ellos puede ser un aporte significativo. Son miles las organizaciones que se están prestando para levantar el ánimo de la ciudad. El Consejo de la Cultura y las Artes solicitó su ayuda a todos los artistas posibles, así mismo lo hizo INJUV con los jóvenes. Si realmente se piensa en colaborar, las maneras para hacerlo están por todas partes.
Remover escombros, facilitar la comunicación y el traslado de personas también son tareas necesarias, pero más importante es que la ayuda no se extinga. Un funcionario de una organización, que no quiso revelar su nombre, declaró: “Aquí, como pasa en las catástrofes todos quieren ayudar. Esta muy bien, así debe ser, el trabajo en conjunto de la mayor cantidad de personas es la única forma para soportar la situación. El asunto es cuando pasan las semanas y los meses, la ayuda sigue siendo igual de necesaria pero, ¿qué sucede después? Para cuando tenemos que contestar esa pregunta, ya no queda nadie sino los mismos de siempre, los mismos pobladores que entre ellos se levantan, porque ni las autoridades se acuerdan. Por eso no hay que olvidarse de ese detalle, no hay que caer en el “boom solidario””.