Mientras miles de refugiados siguen llegando cada día a las costas de sus islas, los ciudadanos enfrentan una nueva dosis de austeridad que el Gobierno de Alexis Tsipras tendrá que aplicar si quiere conseguir los 5.700 millones de euros que constituyen el tercer tramo del rescate.
Tras cinco años de sufrir las efectos de las políticas impuestas por la Troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y la Unión Europea), el Ejecutivo tiene que despachar ahora cuatro grandes medidas más que polémicas: la reforma de la Seguridad Social -que incluye drásticos recortes a las pensiones- el aumento de los impuestos, los recortes en derechos laborales y la agenda de privatizaciones, como la que se acordó el pasado viernes con la empresa china Cosco, que pasa a ser la principal administradora y gestora de la Autoridad Portuaria del Pireo (OLP).
Una nueva inyección de austeridad que, según explicó a El Ciudadano el corresponsal para varios medios en el país heleno, Hibai Arbide, significará «un nuevo enfrentamiento entre el partido del Gobierno, Syriza, sus bases y su propio grupo parlamentario».
El periodista hace hincapié en la reforma de las pensiones como la «más controvertida» y la principal fuente del desacuerdo entre el Ejecutivo de Tsipras y los acreedores, que exigen recortes de unos 1.400 millones de euros en las jubilaciones. Por su parte, «el Gobierno heleno plantea la reestructuración y la unificación de las diferentes cajas de la seguridad social del país para que el sistema sea más eficiente, pero no contempla aplicar recortes directos a las pensiones principales y sólo reducirá de forma «muy leve las pensiones complementarias».
Sean como sean los tijeretazos, el pueblo griego no se queda impasible viendo como Europa lo acecha una vez más. «El nivel de crispación y de movilización de la sociedad griega es enorme. Desde 2010 ha habido 31 huelgas generales. Es el país de Europa que más huelgas ha enfrentado en menos tiempo. Desde que Syriza gobierna ha habido tres huelgas generales y dos paros amplios, como el del pasado viernes, en el que pararon varios sectores de la administración como transporte, educación y sanidad», detalla Hibai Arbide.
Para él, «la diferencia de ahora con el ciclo de luchas de 2010 a 2013 es que, aunque ahora hay mucho malestar social, no hay una expresión política que canalice esta desafección porque antes Syriza estaba dentro del movimiento de rechazo a las políticas de austeridad». «El nivel de movilización se perdió cuando el partido intentó plantear un conflicto con la Unión Europea y lo perdió», agrega.
En este sentido, el corresponsal expone que la mayoría de los griegos no cuestionan al Gobierno por haber aplicado unas medidas que dijo que no apoyaría, sino que » entienden que el Ejecutivo planteó un conflicto con la Unión Europea, intentó aplicar unas medidas diferentes y perdió. Y ahora lo que hacen tanto los gobernantes como el pueblo es soportar la derrota y asumir que Syriza lo intentó pero no tuvo suficiente fuerza para romper con una Europa dominada por las fuerzas de derecha y los mercados financieros».
Esta forma de entender el actuar de Syriza explicaría el por qué, a pesar del descontento social, el partido de izquierda volvería a ganar unas elecciones: «Su apoyo se reduciría mucho y aumentaría muchísimo la abstención, pero, porcentualmente, podría seguir gobernando aunque el nivel de aprobación y entusiasmo sea cada vez menor», señala Arbide.
Solos ante la crisis de refugiados
Además de ser un país en bancarrota, el otro problema que fustiga a los helenos es la llegada masiva de refugiados a sus costas, la imposibilidad de atenderlos y la soledad de enfrentar la gestión de la crisis. Los gobiernos europeos aceptaron reubicar 160.000 refugiados, de los cuales sólo 937 terminaron en otros países fuera de Grecia e Italia.
Hace unas semanas, se aprobó el controvertido acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Una vergonzosa fórmula que la alianza ha encontrado para intentar reconducir la crisis humanitaria que, entre otros aspectos negativos, pone fin al derecho al asilo universal en Europa. Contrariamente a lo que podría pensarse, aunque se plantee como una iniciativa que reducirá la llegada de refugiados al país, «la mayoría de los griegos están en contra de este pacto», apunta Hibai Arbide.
Hay condiciones para pensar que Grecia podría rechazar a los migrantes: «las políticas de austeridad, la profunda crisis humanitaria o tener al partido neonazi Amanecer Dorado como tercera fuerza en el parlamento», puntualiza el periodista. «Sin embargo, durante el último año se ha vivido un auténtico cambio cultural que ha hecho que los refugiados sean vistos no sólo con simpatía, sino que el pueblo griego se ha volcado solidariamente con ellos. Es impresionante el apoyo que les están dando», apunta.
El periodista explica que «los griegos tienen muy presente que también fue migrante y refugiado durante la guerra que enfrentaron Grecia y Turquía entre 1919 y 1922«. En su opinión, ese es un relato que «tiene mucha fuerza en el imaginario nacional griego porque -dice- gente que vivía en la actual Turquía tuvo que escapar precipitadamente en embarcaciones desde las mismas playas de las que salen ahora los refugiados hacia las mismas islas a las que llegan ahora los refugiados».
A pesar de eso, no hay que pasar por alto que existe una minoría significativa que rechaza a los refugiados y tienen actitudes racistas que empiezan a visibilizarse en las calles y a organizarse políticamente. «Es un peligro latente que está ahí», asegura el corresponsal.
Meritxell Freixas