El soldado super entrenado apuntando a la cabeza del niño palestino de 12 años con su rifle de asalto. Seguramente -para situarse en ambiente- se escuchaban los gritos. El soldado amenazando con volarle la cabeza.
Es un niño, que habrá arrojado piedras contra el soldado; junto a su familia y vecinos estaban siendo parte de las múltiples protestas que se pudieron ver este viernes a lo largo y ancho de Cisjordania, en este caso en una población cerca de Ramallah, denunciando los efectos de la ocupación israelí, incluido el robo de tierras, el muro de segregación, las restricciones a la libertad de movilidad y el acceso al agua, controlada por el Estado de Israel.
Algunos muchos con cinismo se preguntan todavía, desde hace mucho tiempo, de dónde sale la rebeldía del pueblo palestino.
Quizás sirva pensar en el colonialismo. Y por lo tanto, en la lucha contra el colonialismo. No en la experiencia nuestroamericana del siglo XVII y XIX. Tampoco en la descolonización africana. Menos en la descolonización posmoderna.
Simplemente entender, y aceptar más que nada, sin mirar para el costado, que la tierra Palestina viene siendo colonizada por el Estado de Israel desde 1948. Desde entonces, bajo la orientación del sionismo de derechas -si es que el sionismo pudiera ser catalogado de otra forma-, o más precisamente, hoy por hoy, de ultra derechas; la mayor parte de la patria palestina ha sido ocupada, y su población desplazada. Las cifras de palestinos en el exilio, desperdigados por la región, viviendo miserablemente en campos de refugiados, llega dicen algunos a los 10 millones. El Estado de Israel, les prohíbe volver. Por ley. Por su impronta colonial, desde lo ideológico y desde lo técnico.
Lo técnico porque ese colonialismo se expresa día a día, hoy en día, no sólo en la reproducción del sistema de ocupación, un verdadero apartheid del siglo XXI, sino ante su avance y desarrollo. En ir corriendo la frontera. Gozando de increíbles capacidades técnológicas, montando por ejemplo, verdaderas ciudades en pocas semanas.
No muy lejos de donde aquel soldado desquiciado (como tantos, como usualmente reaccionan a la protesta palestina), apenas unas horas antes, alrededor de 200 ciudadanos musulmanes y judíos, participaron juntos en una manifestación para defender la aldea beduina de Umm al-Hiran, donde el Estado de Israel planea destruir el pueblo y sustituirla por una nueva ciudad llamada ‘Hiran. Las topadoras, las cuadrillas de trabajo y los colonos esperan cerca de allí para levantar el nuevo poblado sobre las cenizas de la aldea beduina.
Esa misma jornada, Israel bombardeó con sus imponentes jets de ataque F-15 el propio centro de Gaza, aduciendo que estaba atacando un almacén de municiones de las brigadas Ezzeddin al-Qasam, el brazo militar de HAMAS, luego de que el Ejército de Defensa de Israel denunciara el supuesto lanzamiento de un cohete desde la Franja de Gaza hacia los territorios ocupados palestinos, desmentido por las autoridades locales. Este nuevo bombardeo se da dos días después del ataque contra una familia palestina en Cisjordania por parte de un grupo de colonos israelíes, quienes lanzaron cócteles molotov contra una casa en la localidad de Kafr Duma.
El régimen de Tel Aviv recientemente aprobó la construcción de una nueva colonia sobre la aldea palestina de Hayran, destruida por las excavadores flaqueadas por militares israelíes. Los habitantes palestinos de Hayran viven allí desde 1956, luego de que el ejército israelí los expulsara de otras zonas palestinas.
Esto es parte de proceso denunciado a escala mundial, en todos los foros políticos, diplomáticos, de derechos humanos en el mundo; llegando al punto de que la propia ONU condena el procedimiento, y ha llamado a Israel a detener y desmantelar esos asentamientos colonizadores, en múltiples ocasiones. Pero sigue. Oídos sordos. Y mirar para otro lado. También hablamos de la ONU. Porque a fin de cuentas, ese proceso sigue.
La protesta continúa. Continúa la resistencia. Explicado esto, desde la dominación, como originado sencillamente en el salvajismo de los palestinos primitivos. Racismo científico de última generación. Que no puede ver ese impulso de dignidad, de derecho, derecho a la existencia y derecho a la lucha.
El Observatorio de los Derechos Humanos (HRW, por sus siglas en inglés) denunció en estos días que el reciente aumento de las demoliciones de casas palestinas por parte del régimen israelí, especialmente de los beduinos, supone una violación a los derechos de los palestinos. Así, este viernes, el gobierno de Tel Aviv autorizó la destrucción de la mezquita de Al-Qaaqaa, una casa y un estadio en el barrio de Silwan en el este de Al-Quds.
El pasado junio, una ONG israelí pro-asentamientos admitió que Tel Aviv ordena cada año demoler al menos 1000 casas de familias beduinas en el desierto de Néguev, sur de los territorios ocupados palestinos.
Desde el inicio de 2015, según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la Organización de las Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés), Tel Aviv ha destruido 370 viviendas en Al-Quds y Cisjordania, lo que ha provocado el desalojo de unos 432 residentes palestinos.
Reuven Rivlin, presidente israelí, en un fuerte y nuevo espaldarazo político a los líderes municipales de las colonias judías en el territorio palestino ocupado de Cisjordania, reafirmó que el derecho de Israel a la tierra “no es debatible” y que “Para mí, nuestro derecho a esta tierra no es un asunto de debate político, es un hecho básico del sionismo moderno”.
La tierra de los palestinos. Esa que el sector de derechas gobernante, que controla el Estado de Israel le niega. Que ocupa. Violencia sistemática. Esa sistemticidad que busca agotar, expulsar, hasta eliminar físicamente la identidad palestina.
Pero para los que creemos en la lucha, en la posibilidad del cambio, para los que creemos que las correlaciones de fuerza están para cambiarse; recordamos a Fidel luego de la catástrofe del desembarco del Granma. Por aquel entonces, casi 60 años atrás, luego del desembarco de los expedicionarios revolucionaros, entre los que estaba el Che, donde fueron sorprendidos por los soldados del dictador Batista, luego del combate, Fidel logró reunir a los hombres y preguntó cuantos quedaban vivos: 12. Preguntó luego, cuantos fusiles tenían: 7. “Entonces ganamos la guerra”, dijo ante la sorpresa de sus acompañantes. Batista contaba con 60 mil hombres, aviación, marina de guerra, logística y respaldo de las fuerzas armadas y el gobierno de EEUU. Y así fue. Ganaron la guerra.
Pero también recordamos Sudáfrica. Donde aquel sistema de dominación impuesto por una minoría ocupante aplastante sobre una mayoría africana que terminó siendo arrasadora, gozó durante mucho tiempo de buena salud; era denunciado, pero la denuncia caía en pozos ciegos. Sin embargo, el apartheid pasó de la legitimidad, de la connivencia internacional, al derrumbe.
Con eso convive también el ocupante en Palestina. Lo sabe. Por eso también la brutalidad.