Venecia en la crisis europea: decadencia, turismo y beneficios para el capital

Esta penúltima entrega de la serie toma a Venecia como espacio distópico. Una ciudad decadente convertida en museo abierto al turismo y controlado por el gran capital. Aquí el turismo ha conseguido eliminar a la vida, arrinconarla, reemplazarla por otra cosa.

Venecia en la crisis europea: decadencia, turismo y beneficios para el capital

Autor: paulwalder

Venice_Lagoon_SunsetVenecia nos mostrará otra característica de este régimen distópico que se cierne sobre nosotros. La ciudad en invierno está habitada por turistas y fantasmas en la misma proporción. Parcialmente abandonada, esencialmente dispuesta a ser visitada, Venecia parece estar ajena a las vicisitudes de Europa, sin embargo, tiene las suyas propias, que se despliegan a su ritmo. Nos muestra en su paulatino convertirse en museo, delimitado por una columna de sombras, que a pesar de toda apariencia la realidad siempre se muestra para quien se atreve a mirar, y mirar siempre significa hacer conexiones. Una suerte de pausa en la penúltima crónica de la Serie Dystopia, escrita durante la segunda quincena de febrero.

 

 

Una ciudad como Venecia, suele ser caracterizada como un lugar de ensueño. Antiguas casas conformando hermosas hileras, palacios grandiosos, hermosas y antiguas iglesias, todo ello además atravesado por diminutas calles y plazoletas que dan alimento a la imaginación sobre carnavales y juegos de máscaras. En la infinita posibilidad de perderse en la ciudad, uno puede verdaderamente extraviarse. Es decir, más allá de dejarse llevar por ésta, se puede clausurar cualquier posibilidad de dimensionar este espacio que parece estar protegido, encerrado y entregado al tiempo. La ciudad solo nos presenta postales. No parece tener otra cosa que turistas y esto es efectivamente un problema.

 

Llegamos a Venecia más por casualidad que por otra cosa. La llegada, tarde en la noche, lloviendo, es particularmente poco acogedora. Las calles vacías abundan, el frío se cuela entre toda la humedad de la ciudad flotante. En la búsqueda del lugar pronosticado para alojar, éste aparece cerrado, casi abandonado. Varios se le asemejan. Caminamos por las oscuras y pequeñas calles hasta que aparece una chica alemana. Le sucede lo mismo. Ahora somos tres los que buscan un lugar abierto para poder dormir. Después de aproximadamente una hora, lo conseguiremos.

 

Es que la ciudad funciona para la temporada alta. La población que habita la parte más conocida apenas llega a las 60 mil personas, y el despoblamiento ya era tema en 1950 cuando el número llegaba a 175 mil. El turismo ha conseguido eliminar a la vida, arrinconarla, reemplazarla por otra cosa. Año tras año especuladores del arte y hombres de negocios, se apropian del algún pedazo de la ciudad y  la explotan. Pasear por las calles, es pasear por un gigantesco centro comercial, pero de estos slow o boutique. Las tiendas se instalan en las mismas construcciones puesto que están archiprotegidas por la buena consciencia internacional. Así, habrá una serie de diminutas tiendas Chanel o Armani, por nombrar algunas, y no un mall gigantesco. Han destruido la ciudad, conservándola, porque han desplazado a sus habitantes para abrir paso a un museo a cielo abierto, pero un museo del capital.

 

Caminando hacia el puerto de grandes embarcaciones, donde llegan mercantes y cruceros, se puede leer en una pared “Aquí estamos, aquí nos quedamos. ¡No a la gentrificación!”. Si Venecia parece un museo, es porque el espectáculo la ha vaciado de vida. La ha sustituido con la idea de una ciudad totalmente dispuesta para ser visitada, al punto que parece no estar en ningún lugar específico ni del espacio ni del tiempo. Entre 1976 y 1991 aumentó en un 144% la cantidad de restaurantes, pizzerías y trattorias. Y de ahí si bien tiende a ser menor la tasa de aumento, esta también decrece en calidad. El resultado es que más y más sectores se reemplazan por lugares para atraer turistas a como dé lugar, los cuales están pensados solo bajo el prisma de la rentabilidad, por tanto muchos son abandonados en invierno o por las noches. Lo cual además encarece los lugares apropiados para habitar que son pocos. La llegada de la industria que desea explotar la ciudad sólo en cuanto espectáculo, sólo como algo para ver, ha llenado de fantasmas el museo.

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Sigamos caminando hacia el puerto. Rayados contra Erdogan y contra la guerra en Siria, hacen reaparecer a la Europa de la que veníamos hablando. Luego, en un extremo, desde la costa del frente, se delinean unas siluetas irregulares. Contrastan con este soñado paisaje de casitas y palacios con historia, de calles juguetonas y rincones. Contrastan porque son las sombras de grandes fábricas, las chimeneas humeantes de industrias impensadas. Lo que se asoma a lo lejos es Porto Marghera, un conjunto empresarial, que aprovechándose del puerto alberga refinerías, industrias petroquímicas y fertilizantes. De inmediato se hace visible la contaminación que circunda el lugar, destruyéndolo de a poco, y que parece fugarse antes de llegar a Venecia. Este puerto también está habitado casi únicamente por población flotante. Aquella que va allí sólo a entregar su fuerza de trabajo.

 

En ambos casos es el uso monolítico del territorio, uso dictado por los intereses económicos, por la voluntad de seguir acrecentando los capitales, aquello que ha destruido el hábitat; y son esos mismos intereses los que gestionan su ruina para incrementar un poco más las cuentas de paraísos fiscales que aún ni imaginamos. No obstante, los turistas siguen recorriendo en el día las callecitas, y los que pueden siguen comprando lo que pueden, y comiendo, y tomando café. Nadie parece ver, ni menos querer ver, que el goce allí es directamente cómplice de la destrucción. Ni tampoco que el fondo industrial desmonta el aparente no lugar del paraíso veneciano. En They Live, una película de John Carpenter (1988), son unas gafas de sol las que le permiten al protagonista (John Nada), ver lo que realmente dice el sinfín de campañas publicitarias que le rodean. Son una serie de órdenes que vinculan de manera inmediata el goce, la supuesta satisfacción de una necesidad o el simple deseo de consumo, con los intereses particulares de un grupo dominador (en el caso de la película, de un grupo de extraterrestres). Lo más interesante es que los mensajes están ahí, sólo falta la herramienta (los lentes de sol) para verlos. Aunque el primer instrumento de todos, también lo muestra el filme, es la voluntad, cosa nada fácil, puesto que le costará una pelea de aproximadamente 10 minutos al protagonista, convencer a su amigo que abandone el universo en donde, para jugar con la analogía, Venecia es un museo en virtud de su belleza y su conservación.

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Es así que podríamos apreciar una nueva característica de la dystopía. El fondo tenebroso de la realidad no está oculto, sino demasiado expuesto. Tanto la aniquilación por despoblación, como la contaminación en búsqueda de la ganancia, son totalmente visibles, aun cuando las luces, la belleza, el comercio o las máscaras, busquen distraernos en otra cosa, evitando que hagamos las conexiones, pero sobre todo, inhibiendo que deseemos hacerlas.

 

 

*Hugo Sir, Núcleo de Estudios en Gubernamentalidad, Colectivo Communes.


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