No voy a nombrar a los muertos. No voy a hacer la lista de los asesinados. No voy a mencionar la rabia solo porque ellos quieren que todo esto nos colme de rabia. Tampoco voy a explotar como un terrorista ante sus drones y teledirigidos para darles más horas de propaganda mediática que recorrerá el mundo en segundos difundiendo un nuevo argumento para su maldita guerra defensiva.
No voy a nombrar a los muertos. Esos muertos pudieron ser cualquiera de nosotros. Nadie cabe en una lista. Un nombre tras de otro no es suficiente para dimensionar la rabia, la ira, el dolor, la angustia, la sangre… pero no explotaré con pólvora ante esa maldita embajada solo porque eso es lo que quieren… claro, deberíamos clausurarla en todos los países hasta que pare su masacre. Simplemente no bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
No voy a nombrar a los muertos solo porque quieren que los lea y me entristezca tanto que no pueda ni comer una hojita de parra. Pues tampoco les daré el gusto explotando como un temido terrorista en esa tierra que antes era mía… aunque nunca la haya pisado. Iré a buscar a cada palestino muerto en esta masacre y los elevaré en cada canción, en cada marcha, en el amplio cielo, en la tierra mojada. Pues ahí estarán siendo tierra donde podremos seguir la resistencia. Cada muerto vuela como polvo para resistir otra vez desde la tierra.
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No voy a nombrar a los muertos. La lista es larga, son 66 años. Mi tío, Antonio, no pudo regresar y murió en el exilio, como un refugiado en tierras que nunca fueron suyas. Pudo ser el tío Antonio de cualquiera de nosotros. Mis abuelos tampoco pudieron regresar. Pudieron ser los abuelos de cualquiera de nosotros. Ahora están enterrados bajo esta tierra fértil que también resiste a la ocupación. Desde acá, entre araucarias, también se elevan los Olivos.
No voy a nombrar a los muertos. Aunque mi sangre se quiebra con cada niño que explota allá lejos. Mi corazón se inunda cuando cruzan las bombas con fósforo blanco rajando el hermoso cielo de Gaza, tan azul como el mar militarizado que acaricia las costas de lo poco que queda de Palestina… Me detengo, respiro: nada de esto debería estar pasando, digo.
No voy a nombrar a los muertos. No les daré en el gusto. Pues, los muertos son semillas de vida y nos da vida a los que seguimos viviendo. Por cada muerto, sé que hay miles que están de pie. Lo he visto en este país, en Latinoamérica, en Norteamérica, Europa, África, Asia… El mundo entero… son cientos de manifestaciones, son miles de personas que caminan sobre la tierra cantando por la liberación del pueblo palestino.
No voy a nombrar a los muertos. Porque la guerra acaba cuando uno quiere. Ellos podrán seguir disparando, destruyendo y haciendo charcos de sangre, pero la vida la celebramos en las calles demostrando que el mundo entero resiste. Resiste a las propias represiones, pero también a la de Gaza. Resiste con piedras, pero también con música, bailes, poesía y dibujos. Tantos que marchan por Gaza. Tantas personas que también son Palestina.
No voy a nombrar a los muertos. Y sentencio: los que matan han muerto… por eso, prefiero que todos cantemos, dibujemos y riamos… Sí, riamos porque después de toneladas de represiones, la resistencia está de pie agrietando día a día los cimientos del Estado de Israel. Es que la Campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel lo hace temblar de miedo. Y somos miles. Clausuremos esa embajada. Clausuremos la muerte. Abramos la vida y lancémonos como una piedra a romper el muro.