El kaixaná, el mawayana, el guató, el warazú, el japurá… Todo un mundo más allá del portugués. Brasil atesora más de 150 lenguas indígenas, la mayoría en estado crítico, una delicada riqueza lingüística que ahora se enfrenta a un nuevo desafío: la pandemia del coronavirus.
Con la muerte de los indígenas más ancianos morirán también algunas de estos idiomas, que en muchos casos apenas tienen un puñado de hablantes, como recuerda en una entrevista con la lingüista y antropóloga Bruna Franchetto, de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
«Estamos perdiendo, además de profesores y sabios, detentores de conocimientos tradicionales y en muchos casos los últimos hablantes de una lengua o los conocedores de la variedad más noble (…) Todas las lenguas indígenas en Brasil están amenazadas en mayor o menor grado, pero en algunos casos la pérdida de un hablante es algo irreparable», lamentó la especialista.
La pandemia está golpeado fuerte a los pueblos indígenas brasileños. Ya son más de 500 los fallecidos y 17.000 los infectados, según el recuento de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), aunque las cifras podrían ser mucho peores por la falta de notificación. El virus entró incluso en territorios indígenas remotos y muy sensibles, como la tierra Yanomami, en la frontera con Venezuela.
Con cada anciano que fallece, se va no sólo una vida, sino miles de historias y saberes que son clave en una cultura de tradición profundamente oral. Ya ha habido pérdidas destacables. Higino Tuyuka era un líder famoso más allá de río Negro. Conocido como el doctor de la educación escolar indígena, Higino era profesor y se esforzaba en transmitir a las nuevas generaciones lenguas, cantos, historias o rituales para ceremonias. Falleció de COVID-19 el pasado mes de junio, tras 20 días internado en un hospital de Manaos.
Los últimos hablantes
Hay otros casos que preocupan especialmente. Franchetto señala el caso de la lengua Yawalapiti, de la familia lingüística Arauaki, que sólo tiene cinco hablantes vivos. Están en la región del alto Xingu, en el estado de Mato Grosso (centro-oeste), uno de los estados brasileños más golpeados por la pandemia en las últimas semanas.
No todas las lenguas indígenas sobreviven en impenetrables rincones de la selva amazónica. En el vecino estado de Mato Grosso do Sul, en la frontera con Bolivia, se encuentra la ciudad de Corumbá. En su periferia vive Eufrasia, una de las últimas personas que recuerda algo de la lengua guató, la única que queda en la región del Pantanal. Su situación personal es muy delicada.
«Eufrasia tiene alrededor de 70 años y vive en una situación extremadamente precaria, de pobreza real y con problemas de salud», dice Franchetto. Además, pasa mucho tiempo en el hospital cuidando de su marido, que está en coma, por lo que el riesgo de contagiarse con el coronavirus aumenta más si cabe.
Que se sepa, tan sólo hay otra persona que aún recuerda algunas palabras del guató: «Es un hombre que vive aislado en el río San Lorenzo, en el parque nacional del Pantanal. Pero no creo que él se vea afectado porque es un eremita aislado», confía la especialista.
El estado mira hacia otro lado
En Brasil, las lenguas indígenas pertenecen a 40 familias distintas, que se organizan, mayoritariamente, en dos troncos principales, el Gê y el Tupi. Además, hay otra decena de lenguas aisladas. De todo ese panorama, apenas se ha descrito un 30%, según Franchetto. La mayoría de esfuerzos para documentarlas corresponden a centros de investigación, universidades o instituciones como la Unesco.
«Por parte del Gobierno no hay nada, cero. Ninguna política pública», lamenta la especialista, a pesar de que, sobre el papel, los derechos lingüísticos de las comunidades indígenas están protegidos desde la Constitución de 1988. Las dificultades son enormes y nadie parece muy interesado en encarar el desafío.
Faltan profesores cualificados, calendarios escolares específicos y material didáctico de calidad, además de algunos cambios culturales complicados, como la mentalidad de que el portugués debe ser «la lengua nacional, la número uno», dice Franchetto, que se confiesa pesimista con las actuales circunstancias políticas.
«Si todo esto ya era precario antes de Bolsonaro, ahora lo poco que había realmente se perdió. Es una dejadez intencional. ¿Educación indígena? ¿para qué? La política del actual Gobierno es de asimilación forzada, que es una forma de genocidio. Es evidente que una educación indígena diferente está muy mal vista», lamenta.
Cortesía Joan Royo Gual Sputnik
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