Conforme el supertifón Mangkhut se abría paso hacia el norte de las Filipinas, los agricultores tenían dos opciones: quedarse para tratar de proteger sus granjas o huir de la supertormenta.
Muchos decidieron hacer frente al tifón. La perdida de su medio de sustento sería un desastre y estaban dispuestos a arriesgar todo para evitarlo.
«Los vientos derrumbaron nuestra casa y nos inundamos», dijo a la AFP Diday Llorente, de 55 años. «Pero no evacuamos porque no queríamos abandonar nuestro ganado».
Llorente vive en el municipio costero de Baggao, hogar de alrededor 80.000 personas y zona en la cual Mangkhut tocó tierra el sábado, aún en la oscuridad de la madrugada.
Llorente -al igual que un cuarto de los campesinos de esta importante región agrícola del norte de la isla Luzón- subsiste a duras penas gracias y gana menos de dos dólares por día. Las inundaciones arruinaron las dos hectáreas de maíz que cultiva con su pareja.
Para los campesinos como ella, no existe seguro alguno para compensar la pérdida de una cosecha o la muerte de uno de sus animales, y tampoco tienen ahorros.
«Si lo vemos desde su perspectiva, se trata realmente de sus recursos más importantes… lo muy poco que tienen es lo único que tienen», declaró Lot Felizco, directora de Oxfam en las Filipinas, a la AFP.
Decidir quedarse puede conllevar terribles consecuencias. Una gran parte de las 7.350 personas muertas o desaparecidas durante el supertifón Haiyan de 2013 -la tormenta más mortífera que ha conocido el país- no hicieron caso a las advertencias de marejadas ciclónicas.
Pero la posible pérdida o robo de sus posesiones en caso de evacuar es una amenaza que no se toman a la ligera.
Aida Acopan, 59, fue evacuada de su hogar durante el tifón Haima de 2016. Sobrevivió, pero fue víctima de robo. «Alguien entró a mi casa y robó la mitad de mis cosechas de arroz… esta vez no quería correr ningún riesgo», dijo. Perdió alrededor de 25 kilos de arroz, un alimento de base en la dieta filipina, que se consume a cada comida.
Con esta pérdida de alrededor de 10 dólares en mente -cantidad equivalente a más de una semana de sueldo para las comunidades más pobres de Filipinas- y a pesar de advertencias cada vez más urgentes de parte de las autoridades, Acopan tomó una decisión.
Por otra parte, la decisión de evacuar no garantiza nada. Los refugios en las Filipinas son muy básicos, usualmente se trata de un espacio en el suelo de alguna escuela o gimnasio.
«Ellos (los evacuados) pierden el poco de control que tienen sobre la situación», explicó Felizco.
En el caso de Mangkhut, las rachas de viento alcanzaron los 255 kilómetros por hora y en algunas zonas los pluviómetros registraron, en cuestión de horas, niveles equivalentes a un mes de lluvia.
Mary Anne Baril permaneció en su hogar mientras el tifón desarraigaba árboles, partía postes eléctricos por la mitad e inundaba los campos de arroz, incluyendo los suyos. ¿»Ya somos pobres… y ahora nos sucede esto», dijo entre lágrimas a la AFP. «No tenemos ningún otro medio para poder vivir».
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