Cada ciertas noches en algún rincón de Salvador de Bahía, Brasil, descienden los orixas a encarnarse en el cuerpo de sus seguidores. Son las rodas del candomblé, religión sincrética que tiene un altar de santos católicos con orixas de origen afro. Si hace poco más de un siglo eran perseguidos, hoy son cada vez más los cuerpos de mujeres y hombres de diferentes razas dispuestos a ser por un rato morada de los dioses.
Cae la noche de un jueves y sobre una colina del barrio Federação, al lado de un canal de televisión, frente a una cervecería y una tienda de comida rápida comienzan a llegar los devotos de Oxossí.
Es el Terreiro do Gantois, uno más de los miles de espacios religiosos consagrados a los orixas en Salvador de Bahía, la tercera ciudad más poblada de Brasil, donde el 70 por ciento de sus casi tres millones de habitantes son afro descendientes. A diferencia de la evidente multitud negra que se desparrama por la ciudad con más población afro fuera de África, a esta celebración llega casi igual número de blancos, negros o pardos.
Unos 3 millones de brasileros (1,5% de la población) declaran el candomblé como su religión. Pero en Salvador de Bahía se concentran estos ritos y muchas otras variantes sincréticas de la mixtura de tradiciones africanas, católicas e indígenas. No por nada la ciudad es llamada la Roma Negra.
El templo es una casona blanca, contorneada con guirnaldas de luces y una bandera blanca flameando sobre su fachada, sobre la que se diseñó un poco más abajo unos pequeños triángulos que juntan sus cabezas y sostienen una cruz.
Al terreiro le pesa una historia de 147 años. Una placa junto a la puerta anuncia que es sede de la Sociedade Sao Jorge do Gantois. El templo se levanta junto a un plaza de suelo de piedra con una jardinera circular en su centro que alberga un mango gigantesco entre una selva de plantas. Otra placa puesta allí dice que recuerda a la mae-des-maes Menininha. Lo firma la Prefectura Municipal.
El ritual comenzará en un par de horas y se observa mucha gente adentro de la casona en gran actividad. Unos jóvenes cuelgan adornos de hojas secas muy parecidos a los usados en los domingos de ramo católicos; se saludan afectuosamente, conversan, una mujer lleva con prisa una plancha y otra vende collares azules.
Las paredes, la ropa de los feligreses y hasta las bombillas de luz son blancas y refulgen en medio de la noche. Blancas como el azúcar, el dulce y preciado producto cuya demanda en la Europa colonial convirtió a los portugueses en traficantes oficiales de esclavos a partir de 1559.
EL ALMÍBAR Y LAS CADENAS
Sin el blanco almíbar y su sangrienta historia ni el candomblé, sus orixas y su povo-do-santo (fieles) existirían. Se calcula que sólo a Bahía llegaron 1 millón 200 mil africanos entre 1559 y 1850. Muchos otros murieron en los galeones atiborrados que los traían desde Angola y Costa de Guinea para trabajar en los ingenios azucareros del nordeste de Brasil.
Un cálculo de 1835 estimaba que el 42% de la población de Salvador era esclava, o sea, unas 27.500 almas. El primer censo de Brasil, efectuado en 1872, señala que de los 108.138 habitantes de la ciudad, el 11,6% era esclavo.
De África no sólo traían sus cuerpos, también trajeron su comida, adornos, danzas, música y religiones. Estas se diferencian de acuerdo a la ‘nação’ de origen. Cada una tiene sus propias divinidades, atabaques (tambores) y lengua usada en los rituales. La que más perduró fue la nação keto.
Una crónica de 1763 ya cuenta que se hallaron ‘feticeiros’, nombre dado por las autoridades a los espacios de candomblé, cuando se destruyó el quilombo do Buraco do Tatu. Hasta bien entrado el siglo XIX los negros mantuvieron sus rituales secretos desparramados en las afueras de la ciudad junto a los quilombos (espacios organizados por esclavos fugitivos). Allá en la periferia, los negros estaban lejos de la mirada de los señores, la iglesia y la policía intentando sobrevivir junto a blancos pobres, pardos y mestizos.
En 1830 las mae-do-santo Adêta, Iyakalá e Iyá Nassô crean el candomblé do Engenho Velho, el más antiguo reportado.
Rito a rito la religión clandestina fue bordeando la ciudad en sus bordes. La investigadora Iris Salles sostiene que los núcleos formados por antiguos candomblés originaron los diversos barrios de Salvador: Si la toponimia del centro de las ciudades refiere a iglesias, conventos y denominaciones cristianas, en la periferia los nombres fueron hilvanados por la memoria afro.
El barrio de Cabula recuerda a una secta africana perdida en el tiempo; el de Beiru se conecta con ‘hiru’, rabo de buey (rabo de boi), insignia de Oxossí; el sector de Bogum, recuerda a Ogum, orixa de la guerra y los metales; o el viejo barrio de Gunucô, derivado hoy a Bonocô, creció en torno al terreiro consagrado a Baba Igunnuko.
En 1937 el Congreso Afro-brasilero celebrado en Bahía pidió el reconocimiento oficial del candomblé. Un año después muere mae Aninha del terreiro Axé do Opô Aponja y cinco mil bahíanos van a despedirla a su axexe, la ceremonia fúnebre. A medida que los viejos que mantuvieron la tradición bajo la persecución iban muriendo la religión crecía aún más.
El cronista Afranio Peixoto cuenta que en 1946 hay unas 20 sectas de candomblé en Salvador y que casi todos los días encuentra en la calle del barrio de clase media de Paissandu gallinas negras muertas y aceite de dendê (palma). Dos años antes, el autor de ‘Doña flor y sus dos maridos’, Jorge Amado, contó 117 candomblés. En 1960 la policía ya registra 611.
La religión crece entre los bahíanos a medida que es aceptado por las autoridades. Una ley federal de 1975 protege los terreiros de candomblé y el 2007 un decreto municipal los reconoce como patrimonio histórico y cultural.
Una pesquisa reciente de la Universidad Federal de Bahía identificó 1.408 terreiros en Salvador. Algunos barrios albergan más de 20, como el de Plataforma que tiene 57 o el de Cajazeiras con 46. El crecimiento experimentado por la religión de origen afro ocurre en las últimas décadas, fundándose 677 terreiros entre 1990 y 2000.
UNA PUERTA ABIERTA
A eso de las 8 de la tarde se abre la puerta del templo y un anfitrión convida a pasar. Las paredes del espacio son blancas y frente a la puerta de entrada, cruzando el salón, está otra que conduce a habitaciones interiores. Del techo cuelgan guirnaldas de papel blanco y plumas de pavo real. Representaciones a escala de esta ave con patas y plumas azules cuelgan de las paredes apuntadas por varias Ofá, insignia que asemeja un arco con una flecha. El pavo es el ave de la paz.
Al entrar se separa a los hombres a la derecha y las mujeres a la izquierda. Sobre el piso se han desparramado hojas de mangos, almendros y otros árboles, manteniéndose un círculo al centro del espacio. Todas las ventanas están abiertas y las cortinas verdes recuerdan que el templo tiene la protección de Oxossí, orixa de la caza y la selva que el sincretismo lo iguala a San Jorge.
Como el proceso de reelaboración de las religiones de sus ancestros africanos por parte de los esclavos fue prohibido por los católicos, los orixas fueron disfrazados de santos, lo que rompió los límites entre sus creencias y el catolicismo. Hoy no es raro hallar en los altares de candomblé santos católicos.
En la esquina izquierda hay una estatua negra que oculta su rostro con un pañuelo y ropas doradas. Lleva en su mano derecha un espejo y en la izquierda una espada. Es Oxum, protectora de la casa. Al otro costado una silla para la mae-do-santo de madera aguarda delante de una estatua de San Jorge y una sirena pintada en la pared. A su costado los tambores esperan las manos del oga alabe (percusionista) para palpitar.
En las religiones de origen afro no hay jerarquía más allá del templo y no se hace proselitismo. El rito se ha transmitido oralmente y no tienen sus preceptos codificados en un libro sagrado.
LOS GUARDIANES DE LA NATURALEZA
Olorum es el creador de los orixas, divinidades guardianes de los elementos de la naturaleza. En el vértice superior del triángulo de este universo está Olorum; a un costado izquierdo los orixas, representados como fuerzas cósmicas; y al derecho los egungun, los antepasados. En la cara baja del triángulo está el universo material.
Entre los orixas más conocidos están Xango, divinidad del rayo y del trueno; Oxumã, del agua dulce, la fertilidad y la riqueza; y Oxossí, guardián de la caza y la selva. También están Exu, Ogum, Obaluaiê, Ossaim y Iemanjá entre otros 600 orixas primarios. Algunos bajaron a la tierra antes de convertirse en espíritus divinos.
En la cosmovisión afro el cosmos es un conjunto de fuerzas jerarquizadas en constante interacción. El ser humano es uno más, mantiene diálogo con los otros componentes y al nacer es escogido por un orixa que será su patrón.
A través de un babalorixá se podrá identificar a nuestros orixas, a quienes les agrada recibir homenajes, sean ofrendas de animales o piedras preciosas. Cuando alguien acepta su orixa se inicia en el candomblé.
Delmario es iniciado y tiene el cabello rapado. Su rector es Oxagia, un oxala joven, según relata. Es blanco, vive en Nueva York y cuenta que el candomblé no exige ser descendiente africano para practicarla. “Como llegué acá un día llegan todos. Y quienes sienten el llamado se inician”- cuenta.
Thiago es coordinador de una carrera del área de la salud de la universidad local. Tiene 33 años y llegó al templo con una amiga en 1997. Se reconoce cristiano y creyente en orixas. A su juicio los principios universales de la religiosidad se manifiestan para todos los pueblos. El llamado lo sintió internamente y destaca lo festivo y alegre del ritual. “El candomblé no tiene una visión moralista de lo bueno y lo malo, como otras religiones cristianas – sostiene Thiago – para nosotros más bien es acción y reacción. Lo que se hace, se recibe. Las cosas acontecen”.
William, terapeuta reiki y seguidor del candomblé, resume en una palabra esta religión Made in Brasil: “Vivimos desde que nacimos en esta mixtura”. Cuenta que es hijo de padres católicos “pero vivo en un país mestizo”- reflexiona.
La iniciación es con el pai o mai-de-santo, quien los acoge como filho (hijo) entre los otros devotos, quienes serán sus parientes religiosos. A diferencia de la familia tradicional, a ellos los unen vínculos sagrados y pasan a formar parte del povo-do-santo.
Para recibir el santo se precisa de un periodo de reclusión mística, ritos de pasaje como el raparse el cabello o cambiarse de ropa. También deben ofrecerse sacrificios a los orixas. A medida que se avanza las divinidades se posesionan del iniciado. Esta posesión por siglos fue anatomizada por los católicos como prácticas demoníacas. Ellos les llamaban recibir el santo. William responde “nosotros simplemente no creemos en el demonio”.
EL RUM Y LA MAE-DE-MAE
Un golpeteo fuerte del rum, el tambor mayor, da el inicio para que los atabaques empiecen a palpitar. De inmediato es seguido por el rum-pi y lé, los otros tambores de la ceremonia.
A medida que avanza el ritmo entran mujeres descalzas con vestidos blancos largos y enanchados sobre las piernas. Danzan haciendo un círculo sobre las hojas desparramadas en el piso moviendo los brazos con las manos abiertas desde fuera hacia dentro. Al pasar frente a los atabaques se postran. Luego hacen lo mismo ante el trono de la mae. Hay negras, pardas y blancas en igual proporción.
A una indicación de los atabaques saltan y besan el suelo. Al rato a los tambores se suman los cantos en yoruba y cuando ya el ambiente está armado por la puerta del fondo entra mae Carmen, vestida de blanco entera y con una estola celeste, acompañada de otra mujer con una estola roja.
Mae Carmen continúa el linaje de mae María Julia da Conceição Nazaré, iniciado a mediados del siglo XIX en este terreiro y que continuó su filha, mae Pulquéria da Conceição; y luego mae Gloria, madre de mee Menininha do Santós y abuela de mae Carmen. Un matriarcado de más de un siglo. La mayor parte de los terreiros de candomblé está liderado por mujeres.
Mae Carmen tiene unos 60 años y es parda. Gruesos aros de oro cuelgan de sus orejas y de su cuello tres collares azules, color que también gusta a Oxossí. Cuando pasan ante ella las danzantes se arrodillan y ella asiente con las manos. En algo ha cambiado la historia por esta vez: los blancos se arrodillarán ante una negra.
Al finalizar cada roda los danzantes e iniciados tocan el suelo con el pulgar y luego su frente. Luego vuelven a danzar potenciando el axé (energía mítica) que protege a los miembros del terreiro. Los tambores que no paran. No hay silencio en este ritual.
La siguiente danza las mujeres salen con jarrones con flores multicolores sobre sus cabezas. Esta vez extienden la danza hacia la plazoleta, rodean el mango y vuelven al templo por la puerta principal. Ahora hay hombres en la roda, vestidos con túnicas blancas o de colores. De a poco empiezan a entrar los orixas.
OFRENDA A LOS ORIXAS
Pasada la medianoche la fiesta sigue en el terreiro. Y cada vez son más los rodantes, nombre dado a quienes entran en trance. Han bajado los espíritus y el espacio de este encuentro es su propio cuerpo. Los danzantes se convierten en un festivo santuario.
Aparece Delmario en medio de la roda. Los ojos cerrados, las manos repitiendo su danza y los espíritus se solazan en sus movimientos. Donde los inquisidores de antaño y los evangélicos hoy ven posesiones diabólicas, saltan los espíritus de los dioses. Bailan, se postran ante la mae-de-santo, se abrazan, lloran.
La comunión se hace danza, pero no es la comunión cristiana abstracta, insípida y simbólica, sino que Oxalá, Changó u Oxossí bajan en el cuerpo de los iniciados. El mundo de los vivos, los muertos y los dioses se mixtura.
Dos mujeres están encargadas de asistir a los rodantes. Los abrazan, les arreglan la ropa que se les ha soltado y los vuelven al círculo. En la cuarta roda los atabaques estallan en intensidad. Ahora cuando algunos rodantes pasan ante la puerta de entrada, siempre abierta, se postran y quienes están ante ellos abren sus manos en dirección a la rodante como conteniendo la energía. Es “para que se mantenga”, alguien comenta.
Al lado derecho de la puerta abierta hay un cirio y al otro un plato con siete huevos en aceite de dendê y sangre. Plumas y sangre coagulada están pegadas sobre el blanco de la puerta, su marco, el suelo y el muro. Son la huella del sacrificio de una gallina negra realizado la noche anterior, rito en el que participan sólo los iniciados. “La sangre es alimento de los orixas, necesitan de ella para dar fuerzas a nosotros”- comenta una mujer.
En las últimas danzas algunas rodantes entran exhibiendo gorros de piel o de piedras preciosas. La mae se ha ido y adentro aguarda un banquete preparado con los animales sacrificados la víspera anterior. Hay gallina de xin xin, porotos fradinho con aceite, cebolla y camarones. Ya quedan pocos rodantes, los tambores comienzan a bajar su intensidad, la sangre sigue pegada al muro y los últimos orixas retornan a sus moradas más allá del oscuro cielo de Bahía.
Por Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano