Por Víctor Rojas Farías
El pequeño comienzo de una gran historia
Hacia 1940 una canoa kawésqar (alacalufe, se decía entonces) llegaba desde el interior de los canales al alero de una base de hidroaviones. La madre era -probablemente- quien remaba pues el padre ya había muerto. Los aviadores los ayudaron, les sacaron la grasa de lobo del cuerpo y procedieron a darles auxilio médico, pero ya era tarde: una niña y la mujer murieron pero el pequeño quedó vivo. Había ocurrido que desde un barco les habían arrojado ropa, y en esa ropa venían virus que su cuerpo no reconoció.
El niño sobreviviente se llamaría Carlos Edén, pues recibió el nombre del capitán de la base ( Carlos Gaymer) y porque el lugar era Puerto Edén. Y el nombre Carlos Edén ocultaría para siempre su primigenio nombre indígena, tal vez Peteyem. El pequeño Carlitos viviría en adelante con los aviadores, en la base, y jugaría con los niños del campamento indígena, ubicado al costado. Hablaría pronto los dos idiomas, Kawésqar y español, y empezaría a estudiar inglés y adquirir conocimientos sin método, dado que no había escuela en cientos de kilómetros.
Cincuenta años después se había transformado en activista indígena, por sí mismo o independiente, y solía agrupar y congregarse ante el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York junto con apaches, saharauis, congoleños, hindúes, para hacer fuerza por causas que parecían perdidas, imposibles, y sin embargo iban incorporándose como temas.mundo.
Aventuras y desventuras
Siendo niño había sido adoptado por el matrimonio del capitán de la base y su esposa Raquel. Junto a otra niña canoera cuyos padres también habían muerto de peste, Inés (Xatchua). Cuando su nuevo padre fue removido del mando y trasladado a Quintero, al centro del país, los jóvenes -pues habían crecido- debieron acompañarlos. Sin despedirse de los suyos, pues nadie les dijo que no volverían más, subieron al barco y llegaron a lo que hoy es la Quinta Región. No tenían educación formal; nada los había preparado para la vida “en la ciudad”. Los edificios les parecían algo imposible, como el tren, y nunca se atrevieron a encender una radio.
La señora Raquel, su madre, enfermó bien pronto e ingresó crítica al hospital naval, donde su preocupación fueron los niños: ¿qué iban a hacer cuando ella muriera? De su esposo, no esperaba demasiado pues él “hacía su vida” (y de hecho se casaría dos veces más cuando ella muriera, fundaría una empresa de helados y sostendría todavía varias aventuras). La señora logró que Inés fuera admitida en una casa de sociedad viña marina como empleada puertas adentro e hizo que su marido le prometiera interceder para que él entrara en la Marina. Y falleció contenta, sin enterarse de que al poco tiempo su hija sería echada a la calle al comprobar sus patrones que no sabía en lo más mínimo cómo asesorar una casa ni tenía modales de sirvienta. Xatchua -probablemente- sería “la indiana”, una mujer que pululaba en el barrio Puerto de Valparaíso en compañía de dos pequeños, durmiendo en la calle junto a varios perros, hasta que simplemente nadie la vio más, hacia 1967. Se sabe que no volvió a Puerto Edén, con los suyos.
Mientras, Carlos vivía su propia epopeya secreta: ingresaba a la marina, desobedecía órdenes que a él le parecían injustas, declaraba que debería haber menos rigidez e intentaba convencer a los suyos de que no debían esperar autorización de sus superiores para casarse o participar en actividades particulares. Previsiblemente fue expulsado de la Armada y se integró rápidamente a grupos de izquierda en momentos en que la oposición a Allende armaba sus fuerzas de choque. Cuando vino el golpe militar fue apresado de inmediato, y torturado con el submarino (que consiste en algunos golpes en los oídos) lo que desencadenaría sus futuros problemas de sordera. Poco tardaron sus aprehensores que poco tenía que ver con organizaciones “macro” o con saber secretos políticos, y lo liberaron vigilado. Aprovechó de escapar a Argentina. Y repitió su historia: cuando vino el golpe militar en ese país, nuevamente cayó prisionero. Pudo salir gracias a mediación de Derechos Humanos. Un avión lo llevó a Estados Unidos, donde se radicaría y tras algunos años de adaptación, se transformaría en el activista de derechos y dirigente de agrupaciones indígenas.
El final
Su gran sentido de la pugna lo hacía a veces malquistarse con muchos que estaban a su alrededor. Además de las desventuras ya nombradas debería enfrentar luego otros problemas: episodios sentimentales y asuntos de herencia, pues nunca tuvo acceso a nada de lo que por derecho le habría tocado como “sucesión Gaymer”, al morir sus padres adoptivos. Sus propios papeles de identidad habían ido siendo emitidos con datos irreales, como la propia fecha de nacimiento. No podía probar cosas que sí había hecho, y podía mostrar certificaciones de cosas que jamás hizo, tal vez agenciadas por los aviadores, decía. Con todo, aquello le parecería “asuntos menores”, pues estaba seguro de que su causa era el indigenismo mundial, y que su problema principal era la opresión y discriminación que en el orbe entero impedía el desarrollo y el control de sus propios recursos a los pueblos originarios, condenados así al infortunio.
Tal vez algo así haya acontecido con los kawésqar “puros” (o de ascendencia kawésqar por madre y padre) que han sido declarados “tesoros humanos vivos” y que han ido falleciendo en estos años: en 2021 murió Ester Edén, la hermana del héroe canoero Lautaro Edén, en 2022 Carlos Remchi… Antes habían fallecido Alfonso Achacaz, Cui Cui. Raúl Edén.
“Casi nadie queda” había escrito hace un mes en una de sus siete entradas de facebook Carlos Edén, junto con anunciar que se sentía débil de salud y que ingresaría a un hospital. Ahora, en que Peteyem ha muerto, el mundo queda un poco más pobre.
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