Chile y nuestra loca geografía humana

En el año 2011 se incendiaron las Torres del Paine, monumento de la naturaleza considerado como una de las ocho maravillas del mundo

Chile y nuestra loca geografía humana

Autor: Director

garrison

En el año 2011 se incendiaron las Torres del Paine, monumento de la naturaleza considerado como una de las ocho maravillas del mundo. Los reportes de aquella fecha indican que el primer equipo que pudo llegar a combatir el siniestro forestal y ecológico arribó doce horas después de activada la alarma. Un equipo de la Conaf de no más de 28 voluntarios. La causa, un papel mal apagado que dejó un turista israelita. Las consecuencias, una catástrofe de proporciones inconmensurables a la flora y fauna y miles de hectáreas arrasadas. El turista abandonó el país sin pena y sin gloria. Y sin ningún cargo. La corte señaló que no había formulado cargos ya que “no se determinó el monto de los perjuicios, careciendo por ende, la acción entablada, de especificación en cuanto su objeto”. Es decir, el daño fue incuantificable. Y por tal razón el personaje en cuestión recibía a lo sumo una multa.

A principios del año 2014, en pleno verano, los incendios de Valparaíso eran visibles a lo largo de toda la carretera que conduce desde Santiago a la costa. Y la humareda era tan densa –y peligrosa- que el transito era detenido por horas, tanto en la ruta 68 camino a Valparaíso, como en la ruta 78 camino a San Antonio. En los últimos meses del año anterior otros incendios forestales habían llamado la atención de casi todos los veraneantes. Menos de las autoridades responsables. El incendio cercano a la costa era tan grande que la humareda cubría los cielos por kilómetros, llegando incluso a Santiago. Aquello era una clara advertencia de los riesgos, un llamado anticipado a tomar las debidas precauciones para que nadie fuera tomado por sorpresa.

Sin embargo, este sábado, las llamaradas del fuego en Valparaíso, nos sorprendieron a todos. Pero lo que aparece más asombroso, es que desde que se declaró el incendio -alrededor de la una de la tarde- no haya salido ninguna aeronave a combatir el siniestro forestal y se haya declarado “fuera de control” recién alrededor de las ocho de la noche, cuando las posibilidades de acometer la catástrofe eran casi nulas para todo tipo de aeronaves; cuando las opciones quedaban totalmente disminuidas para los equipos de voluntarios de bomberos, quienes ya advertían, peligrosamente, como las lenguas de fuego se acercaban desde los sectores de industrias forestales hasta el sector urbano, donde habita la mayor densidad de población en Valparaíso. Parece historia repetida. Solo que esta vez, había viviendas y gente. Mucha gente.

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Esta vez las alas de la tragedia rozaban donde viven los más olvidados por las autoridades. Los ignorados una y otra vez por los ojos del crecimiento y del PIB; los que no aparecen en las estadísticas del “chorreo”, ni en los promedios de los economistas. Los más sencillos, que aportan día a día con su esfuerzo y su corazón para hacer crecer el verdadero nombre de la palabra dignidad.

Chile es una loca geografía, como decía sabiamente Benjamín Subercaseaux. Más de la mitad del país ha sido destruido en los últimos años a causa de diversas catástrofes. Sin haber entrado a ninguna guerra hemos sufrido secuelas de destrucción una y otra vez. Basta echar una mirada retrospectiva y revisar. El terremoto de Chillán y el de Valdivia (1960), con su tristemente famoso “Riñihuazo”, la salida del mar en Puerto Saavedra y en la costa del sur, la destrucción de Temuco y muchas localidades de la Araucanía. Desde 1985, Santiago junto a varias otras ciudades, incluyendo San Antonio, ha sido destruido dos veces. En el año 2010 fue devastada una gran zona del país, sumándose a ello un Tsunami de crueles proporciones. Y qué decir del terremoto del norte chileno, recién este año. El volcán de Chaitén estalló en el año 2009, después de muchos meses de estar con sus fumarolas encendidas, y sus cenizas volcánicas atravesaron gran parte de los cielos del planeta, sus huellas polvorientas fueron visibles incluso desde el espacio. El mismo Valparaíso ha sido afectado con innumerables incendios, incluso desde la época más temprana, según relatan viejos cronistas.

Sin embargo, en medio de este tráfago voraz que ha consumido a Valparaíso, en lugar de escuchar las voces de quienes tienen poco y todo lo han perdido, en medio de la prodigiosa ayuda de millares de jóvenes desinteresados, escuchamos los vociferantes emplazamientos de los representantes del gremio empresarial, altisonantes pronósticos de ciertos notables del comercio y de la industria, abocados a mantener sus privilegios, sus mercedes y sus parcelas del poder, su actual estatus quo, oponiéndose a una posible reforma tributaria, que aspira no más que a levantar y erigir un tipo de sociedad un poco más justa y equitativa. Hace poco uno de los tantos damnificados sostenía en una entrevista que para volver a empezar solo aspiraba a “algo digno” y ojalá un poco de “educación”. Es mucho pedir. No es algo medianamente sensato. Él mismo confesaba, con llanto en la voz, que necesitaba robar agua para vivir.

Resulta poco entendible, entonces, que en medio de una tragedia de tal magnitud surjan voces interesadas más en mantener el emporio de privilegios que aportar con soluciones reales. Que sea más importante negar las dependencias del Congreso, en lugar de proponer respuestas avanzadas y que sean plausibles para quienes lo han perdido todo. O que se apresuren a oponerse a una rebaja de la dieta parlamentaria, cuando siquiera ha sido presentado el proyecto de acuerdo o se ha votado la mera idea de legislar.

No por nada el presidente uruguayo José Mujica ha criticado en alguna oportunidad a sus “colegas” de ideario y afines partidarios por vivir como burgueses. El mismo “Pepe” Mujica ha abierto, sin que se lo pidan, las puertas del Palacio Presidencial para que los mendigos y los necesitados no mueran de frío. Será aquello algo descabellado para nuestra élite escogida. También en alguna ocasión el embajador de Gran Bretaña –en nuestro país- se admiraba que sus vecinos y convidados de alcurnia, conocieran apenas algunos barrios de Santiago. Se sorprendía también que otros invitados suyos, de las poblaciones La Legua, La Bandera o La Victoria, llegaran hasta el elegante sector donde se emplaza la residencia diplomática, por primera vez. Algo impensado, en países como los del embajador. Algunos llaman a esto desigualdad, otros segregación, o inequidad también. Aun así la voluntad de los más jóvenes está puesta en llegar a ser un país realmente más amable y solidario. A pesar de las fracturas sociales que aún existen en nuestra loca y atolondrada geografía.


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