Cuando se enterró el ALCA

Recordamos en estas fechas que el 5 de noviembre de 2005 en Mar del Plata quedó definitivamente enterrado el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), un proyecto impulsado desde fines del siglo pasado por el presidente estadounidense George Bush padre y que se proponía nada menos que una virtual colonización de toda América […]

Cuando se enterró el ALCA

Autor: Mauricio Becerra

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Recordamos en estas fechas que el 5 de noviembre de 2005 en Mar del Plata quedó definitivamente enterrado el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), un proyecto impulsado desde fines del siglo pasado por el presidente estadounidense George Bush padre y que se proponía nada menos que una virtual colonización de toda América Latina desde el Río Bravo a la Patagonia.

El ALCA calzaba perfectamente en la estrategia del presidente Bush, el mismo que invadió Panamá en diciembre de 1989, con la masacre de Los Chorrillos, y luego lanzó la Guerra del Golfo en febrero de 1991 contra Irak, cuando los soldados morían aplastados bajo las orugas de los tanques. El proyecto implicaba una actualización de la “doctrina Monroe”, aquella que predicaba “América para los (norte)americanos”, según reveló por aquellos días un exhaustivo estudio del internacionalista brasileño Marco Aurelio García. El rechazo categórico al proyecto hegemónico, de matriz típicamente imperialista, fue obra principalmente de los gobernantes de los países del Mercosur: Néstor Kirchner de Argentina, país anfitrión, Lula da Silva de Brasil y Tabaré Vázquez de Uruguay, más una decisiva participación de Hugo Chávez de Venezuela, que dejó estampada una frase definitoria para la historia: “¡AL CArajo!”.

Manifestaciones masivas del pueblo argentino contra el ALCA, reiteradas una y otra vez en Mar del Plata, grabaron su sello en este acontecimiento, que exhibió ante el mundo entero la contradicción irreductible entre el imperio del norte por una parte (que contó con el exclusivo apoyo de Canadá y de Vicente Fox, del PAN de México) y por otra parte de los países latinoamericanos y caribeños. Estas manifestaciones contaron con el apoyo de múltiples fuerzas políticas y sociales del continente, que se expresaron también en una Contracumbre realizada en la misma ciudad, en las cercanías del recinto donde se reunían los presidentes.

La derrota sin atenuantes del imperio, que derribó uno de los pilares de sustentación esenciales de su política exterior en el mundo globalizado, estaba revelando la nueva realidad de América Latina, la que fuera definida certeramente por Rafael Correa al señalar que nuestro continente vive, ya no sólo una época de cambios, sino un cambio de época. Y se vio reafirmada por el hecho de que, poco después del batacazo de Mar del Plata, Evo Morales accedería por la voluntad de su pueblo a la presidencia de Bolivia, y al año siguiente el propio Correa a la de Ecuador, configurando un nuevo mapa de la región, con el acceso a los respectivos gobiernos de fuerzas de izquierda, avanzadas y progresistas, que están cambiando la realidad de nuestros países en consonancia con las más profundas aspiraciones de nuestros pueblos; todo lo cual implica un claro contraste con la crítica situación que prevalece en otras extendidas regiones del mundo. Este cambio de época se ha traducido también en las victorias de los partidos y fuerzas de izquierda en América Central, notoriamente en El Salvador y en la reconquista del gobierno por parte de los sandinistas en Nicaragua, en un ciclo que no se ha cerrado, desde que estamos esperanzados en la próxima victoria de Xiomara Castro en Honduras y de Michelle Bachelet en Chile, derrotando en ambos casos a los representantes de los sectores retrógrados, de los pinochetistas en Chile y de los golpistas en Honduras.

Además de estas proyecciones de futuro, es ilustrativo observar los antecedentes de esa IV Cumbre de Presidentes Americanos efectuada ocho años atrás en la ciudad platense argentina. La propuesta, como dijimos, había sido originada en el gobierno de Bush padre, que asumió en 1989, y continuada en el gobierno de Bill Clinton, iniciado en 1993. En la I Cumbre presidencial, efectuada en 1994 en Miami, ningún país se opuso a la misma; solamente Cuba, que no estaba invitada, hizo oír su negativa. En Santiago de Chile, en 1998, no se expresó ninguna opinión discrepante.  En la III Cumbre, efectuada en 2001 en Québec, Canadá, se levantó la primera voz discrepante, la de Hugo Chávez. Ya estaba comenzando a cambiar la realidad de la América Latina y caribeña. Fue en esta Cumbre que el presidente argentino Fernando de la Rúa propuso que su país fuera la sede para la firma del acuerdo del ALCA. Esto es lo que se impidió en 2005 por la acción mancomunada de gobiernos progresistas y de pueblos movilizados del continente.

Uno de los activos participantes en este proceso, el ex canciller argentino Jorge Taiana, ha descrito de este modo las dos concepciones enfrentadas en el contexto previo al encuentro de Mar del Plata: “Todo estaba listo para que Estados Unidos cumpliera, una vez más, con su objetivo de consolidar un área comercial con nuestros países, que no lograrían su desarrollo propio ni podrían trabajar en virtud de su integración regional. Lo que se estaba debatiendo era un modelo de integración frente a un mundo globalizado. Era un modelo que contemplaba el liderazgo hegemónico de Estados Unidos y la subordinación de nuestras economías. Nosotros preferimos construir un modelo de integración basado en nuestras propias fuerzas, entre iguales. Consideramos que eso nos iba a dar más autonomía e iba a ser mejor para la defensa del interés nacional”. El objetivo primordial del ALCA fue definido de manera sintética por Eduardo Galeano: el libre cambio cristaliza la división internacional del trabajo en la cual algunas economías se especializan en ganar y otras en perder.

El mencionado ex canciller argentino ha recordado que en este proceso se gestó una peculiar alianza entre Argentina y Brasil, dado que “Lula y Kirchner decidieron dar un giro en la relación bilateral  y apostaron a ser socios y no meros importadores o exportadores de productos. Ambos apostaron fuertemente por una integración productiva, una alianza estratégica que sirviera a los intereses de nuestros pueblos y a la región en su conjunto”.  Este proceso impulsó el posterior nacimiento de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), y posteriormente de la CELAC que, recordémoslo una vez más, une a todos los países de las Américas con la expresa exclusión de Estados Unidos y de Canadá. Hay quienes sostienen que el rechazo del ALCA influyó decisivamente en estas nuevas concreciones del proceso de unidad latinoamericana y caribeña, y por lo tanto se ha considerado con razón como un punto de inflexión en la historia de los países de nuestro continente.

Y George W. Bush se lo tuvo que tragar. Este también tenía sus hazañas, para emular a su progenitor: el 7 de octubre de 2001, después de los atentados de las Torres Gemelas el mes anterior, inició los bombardeos salvajes a Afganistán al frente de una coalición (operación “Justicia infinita”) y luego  lanzó la segunda invasión a Irak en marzo de 2003, con el apoyo de Blair y Aznar, a pretexto de inexistentes armas de destrucción masiva, seguida por el asesinato de Saddam Hussein. Escribe con legítimo orgullo una militante marplatense de aquellas jornadas, hoy diputada nacional: “Aquella Cumbre, con un pueblo movilizado y un Bush estancado en un barco en el Atlántico, escribió una nueva página en el derrotero de la independencia de Latinoamérica”.

Agrega: “Este movimiento constituyó un paso fundamental para dar institucionalidad al proceso de unidad latinoamericana. Parimos la UNASUR, la CELAC, parimos un bloque abierto constituido para fortalecer la integración en beneficio de los habitantes de la región. Un grupo de países que se alinean con el multilateralismo, la preservación y defensa de la soberanía nacional, la integración en todos los niveles, el bienestar de los pueblos, la reducción de las asimetrías y la vigencia de la democracia, así como una agenda social que busca la superación de los desequilibrios, la soberanía sudamericana y el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural”.

Es un acertado resumen del significado de aquellas jornadas memorables, que culmina con el verso del cantautor cubano Silvio Rodríguez, participante en las actos artísticos que realzaron las manifestaciones populares: “La era está pariendo un corazón”.

Niko Schvarz

Barómetro Internacional


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