La profundidad de la selva amazónica ecuatoriana y sus secretos se han convertido en el refugio de familias de indígenas, que junto con sus abuelos huyen buscando protegerse del COVID-19 y preservar los conocimientos ancestrales de sus mayores.
Varias familias de la comunidad kichwa de Sarayaku, ubicada en la provincia de Pastaza (este), en el corazón de la Amazonía, y conocida por su resistencia contra la explotación petrolera en su territorio, desde hace varias semanas partieron a las purinas o tambos, sus sitios vacacionales.
«Las familias han recolectado muchas plantas medicinales como prevención para esta pandemia: algunas cortezas de árboles que son amargas, otras que son aromáticas, algunas plantas que pueden descongestionar la gripe o enfermedad similar», cuenta a Sputnik Eriberto Gualinga, un miembro de la comunidad.
Quienes se adentraron en la selva cada mañana beben un té a base de plantas naturales para empezar el día; algunas familias tienen un preparado de muchas plantas que lo comparten; otras están pendientes, a través de pequeños radios de baterías, de lo que sucede en el país y el mundo.
Pero no solo el temor al COVID-19 ha afectado a la comunidad de Sarayaku; sus habitantes también han sido golpeados por la bravura de los ríos Bobonaza y Rotuni, que inundaron sus tierras llevándose sus cultivos de plátano, base de su alimentación.
Esto también afectó la pesca, sobre todo de carachamas, pescados que viven dentro de los hoyos de rocas; con la inundación se taparon los hoyos, sepultando a los pescados.
Fronteras cerradas
Nemonte Nenquino, indígena de la comunidad waorani de Nemompare, dice que en su comunidad están muy preocupados por los abuelitos, porque son muy pocos, apenas unos 60 en las tres provincias donde se asientan: Napo, Pastaza y Orellana.
«Eso es muy preocupante para nosotros. Ellos son muy sabios, tienen muchos conocimientos de siglos; ellos nos guían en cómo vivir en la selva, cómo cuidar la selva, como usar las plantas medicinales. Si a ellos les pasa algo, podemos perder conocimientos ancestrales», dice la mujer.
Los waorani se vieron muy afectados en años anteriores por la pandemia de la gripe aviar: «ya perdimos mucho cuando vino la gripe del pollo; fue terrible», comenta.
Los más jóvenes recuerdan con claridad la muerte de padres, tíos, abuelos, o los problemas de salud que los acompañan desde que les afectó la gripe aviar y por eso le tienen más miedo al COVID-19.
En las comunidades indígenas amazónicas los ancianos son considerados guerreros sabios, sobre todo por las mujeres.
Ante la presencia del nuevo coronavirus y la ausencia casi total del Estado, las comunidades amazónicas de Ecuador cerraron sus fronteras para que nadie pueda entrar ni salir y minimizar así los riesgos de contagiarse con el COVID-19; aun así, en marzo varios extraños ingresaron al territorio Waorani en busca de balsa, un tipo de madera. Eran madereros ilegales.
«Camiones y camiones han entrado y tenemos miedo de los contagios», dice Nenquino, quien habita en la provincia de Pastaza.
«Los waoranis antes nunca se enfermaban y morían, por lo único que morían era por picadura de culebra o caída de árboles porque subían muy arriba para matar monos y se caían; las enfermedades llegaron con el contacto de gente de otros lugares», destaca la indígena.
Cuidar a los ancianos
En la amazonia los miedos son compartidos: los indígenas de la etnia Siekopai, que tiene unos 700 miembros que viven a orillas del río Aguarico, en la provincia de Sucumbíos, también guardan en su memoria malos recuerdos del pasado.
Alrededor de medio centenar de indígenas Siekopay se adentraron en la selva el mes pasado, ya que los más jóvenes querían cuidar a sus abuelos.
El miedo tomó fuerza cuando uno de los ancianos de la comunidad murió con una afección respiratoria, que al principio pensó que era gripe, pero finalmente se comprobó que era el temido COVID-19.
Los intrépidos indígenas partieron en canoas a un sitio conocido como Lagartococha, un lugar sagrado para ellos, que les permitirá evitar cualquier contacto.
Los Siekopai recuerdan que sus antepasados no sobrevivieron a una epidemia de tosferina, por eso su nación quedó reducida de los 40.000 que eran a los 700 actuales.
Mientras en las ciudades de Ecuador sus habitantes están afectados por el estrés diario de la pandemia y a la expectativa de que el mundo desarrolle una vacuna, en lo profundo de la selva las comunidades indígenas encuentran la paz y la seguridad que les da la libertad de no preocuparse de nada, y esperan que la madre naturaleza sea la mejor vacuna para que el COVID-19 no les ataque.
Cortesía de Sputnik
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