En agosto de 2010, los miembros ortodoxos de una pequeña y desconocida iglesia cristiana de Florida anunciaron, con timidez inicial y luego con descaro, que quemarían miles de ejemplares de El Corán; su principal meta era convertir la fecha del 11 de septiembre en el día mundial de la destrucción de cualquier obra islámica. Era un objetivo torpe y los agentes policiales pensaron que era sólo otra amenaza hasta que conocieron a Terry Jones, el pastor que guiaba esta iniciativa fanática.
Jones, dotado de bigotes anchos, cejas espesas, mirada perdida y conocimientos bíblicos poco eruditos, despertó en algunos la sensación excéntrica que producen los vengadores resentidos y a la vez era perfecto para su papel de personaje odiado, xenófobo y radical hasta en sus ambigüedades. Una versión del polémico Pat Robertson visto por Quentin Tarantino.
Para no perder actualidad en los medios sociales, la secta de Jones creó un enlace en Facebook que llevaba el nombre de “International Burn a Quran Day” donde invitaba a sus fieles a colaborar con la hoguera que ardería en Gainesville el día prometido entre las 6 y las 9 de la tarde. El grupo trajo un contenedor pintado de blanco con letras rojas donde repetía su mensaje; y, como si no bastara, instaló pancartas y no disimuló la presencia de armas y símbolos nefastos.
El público, escéptico y acostumbrado a los interminables discursos sobre el fin del mundo, no tomó en serio la agresión hasta que reaccionaron líderes políticos, religiosos y militares.
Un reverendo anónimo como Jones fue llamado por Robert Gates, director de la CIA; por el mítico general David Petraeus que comanda las tropas en Afganistán y por una sucesión interminable de funcionarios policiales locales y federales. El 11 de septiembre no pasó nada, pero Jones no se rindió y el 20 de marzo de 2011 decidió volver a su misión: ordenó a su asistente quemar el libro tras considerar que era nocivo para el mundo. Dos días más tarde, la noticia provocó la explosión de un edificio de la ONU y dejó al menos 12 muertos. Hoy se conocen al menos ocho atentados explosivos debido a la hoguera americana.
Esta es una historia patética, probablemente, pero lo trágico consiste en la cantidad de veces que este incidente ha ocurrido con consecuencias amargas. Heinrich Heine, por ejemplo, escribió en Almansor (1821): «Allí donde queman libros, acaban quemando hombres». La frase es bastante citada; lo que acaso se ha olvidado (no sé si por mala fe) es que se refiere a la quema de ejemplares de El Corán ocurrido en la ciudad de Granada.
CONDENA A LA HOGUERA HISTÓRICA
A saber, un austero sacerdote llamado Francisco Jiménez de Cisneros, en 1500, ordenó a sus fieles recoger cualquier edición de libros árabes y especialmente de El Corán y decidió que fueran sometidos al juicio implacable de las llamas. Más de 5.000 volúmenes fueron calcinados, pero como rasgo singular el sacerdote ha pasado a la historia como el fundador de la noble Universidad de Alcalá.
Durante la captura de Trípoli, en 1109, los cruzados buscaron cualquier ejemplar de El Corán para quemarlo. Pensaban que era una obra del mal y merecía el fuego. Asimismo, una misteriosa edición de 1537 de El Corán, fue destruida por una instrucción directa del Papa. Hasta hace pocos años, se creía que no había quedado ninguna copia, pero en verdad hay una sola en el mundo, descubierta por Angela Nuovo, en la Biblioteca dei Fratri Minori de San Michele, en Isola, Venecia. Podría tratarse de uno de los libros más raros de la historia.
El 11 de junio de 1992 se anunció la ejecución de cuatro personas en la ciudad santa de Mashhad, provincia de Khorasan. Sus nombres eran los siguientes: Javad Ganjkhanlou, Golamhossein Pourshirzad, Ali Sadeqi y Hamid Javid. Todos ellos fueron detenidos en Mashhad el 30 de mayo de 1992 en relación con los disturbios que se habían producido en esa ciudad. Se les declaró convictos de varios cargos, pero Ali Sadeqi fue también acusado de quemar miles de ejemplares de El Corán, pues era el jefe del ataque contra el edificio de la Organización de Propagación Islámica en la que ardió una gigantesca biblioteca.
Se cree que desde 1992 hasta el final de la guerra, los serbios dañaron 188 bibliotecas, 43 completamente destruidas, y resultaron devastadas 1.200 mezquitas, y esa cuenta aún está incompleta. Miles de ejemplares de El Corán fueron purgados y desaparecidos entonces.
En 1998, un librero francés de cuyo nombre no quieren acordarse los medios europeos, fue condenado a dos años de suspensión por destruir libros musulmanes y arábigos en una Biblioteca Municipal de París. El fanático escondía los libros árabes y los llevaba a su casa, donde los quemaba para evitar que pudieran leerlos.
En abril de 2003, durante la toma de Bagdad a manos de las tropas de EEUU, cientos de ejemplares de El Corán desaparecieron en el incendio de la Biblioteca Nacional y en el Centro Cultural Bayt Al Hikma.
¿POR QUÉ DESTRUIR EL CORÁN? ¿POR QUÉ TANTO ODIO CONTRA UN LIBRO?
Acaso un intento de entender lo que sucede debería señalar que el ataque responde al significado cultural y religioso del escrito. El Islam, con 1.200 millones de seguidores, transformó el mundo árabe con un mensaje que aún sigue vivo: «No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta». Al parecer, el ángel Gabriel reveló durante 23 años una serie de normas a Mahoma que vendrían a ser el Corán, un conjunto de 114 suras o capítulos, compuestos de más de 6.000 aleyas. Con los años, esa obra, cuyo nombre alude a la recitación, sería sagrada y los musulmanes lo considerarían de distintas formas.
Baste decir que es imposible recitar el texto sin purificarse. El libro es cuidadosamente envuelto en seda o en una tela adornada y colocado en una posición elevada. La mayor gloria del musulmán es memorizarlo. Quienes lo hacen ganan el título de Hafiz. Se cree que recitado de cierta manera produce milagros. La perfección de la caligrafía con que está escrito supone un acto piadoso. Antes de ser transcrito por Zhaid ibn Thabit, ocupó hojas de palmera, huesos planos de camello, piezas de madera o pergamino.
Es imposible que el lector haya escuchado hablar de una computadora o de un coche sagrado, pero sabe (como lo supo Borges) de libros considerados sagrados. El libro viene a ser para muchas sociedades, además de un monumento a la memoria, una manifestación divina de un espíritu superior, como lo pone en evidencia que en 56 túneles de las montañas Chiltan en la comunidad de Quetta, en Pakistán, un grupo de sirvientes se desvive hoy por custodiar un cementerio con 70.000 bolsas que resguardan ejemplares dañados del Corán. Estos depósitos son llamados Jabal-E-Noor-Ul-Quran.
Y, sin embargo, como libro sagrado El Corán adquiere paradójicamente otra condición y es la de ser un libro perseguido como símbolo. Quienes hoy lo queman saben lo que hacen, al igual que sus predecesores: intentan provocar el más feroz conflicto religioso del siglo XXI entre Occidente y el Medio Oriente.
Por Fernando Báez
Historiador, autor de Historia Universal de la destrucción de Libros
Twitter: @baezfer