El huracán Sandy y sus consecuencias políticas

  El huracán Sandy paralizó Nueva York y Nueva Jersey dejando una estela de muerte y destrucción

El huracán Sandy y sus consecuencias políticas

Autor: Mauricio Becerra

 

El huracán Sandy paralizó Nueva York y Nueva Jersey dejando una estela de muerte y destrucción. No fue sólo un huracán, sino que también provocó una enorme avalancha de agua, prácticamente un tsunami, afectando a millones de personas. J. Patrice McSherry, docente de ciencias políticas en la Universidad de Long Island envió su experiencia a El Ciudadano. Vivió la tormenta de principio a fin y da ideas sobre cómo el huracán influirá en las elecciones del colegio electoral norteamericano este martes.

La enorme tormenta correspondió a las proyecciones que los científicos venían haciendo desde hace varios años. La ciudad de Nueva York está al nivel del mar y con la temperatura en aumento en el planeta y la desaparición progresiva de los hielos polares, los mares están gradualmente subiendo de nivel. Para el caso de Sandy, los científicos anticiparon, lamentablemente con poca anticipación, la confluencia de una serie de factores: condiciones topográficas favorables a la formación de grandes olas; el impacto con otra tormenta del noroeste con aires fríos; la presencia simultánea de la marea alta, la luna llena y la llegada de vientos huracanados. Según esta ecuación, se produciría una verdadera muralla de agua de casi cuatro metros de altura. Efectivamente así fue en Nueva York y Nueva Jersey.

A casi una semana después, aún una parte de Nueva York, particularmente en el sur de la isla de Manhattan, está inundada. En Nueva Jersey, la ciudad entera de Atlantic City fue invadida por el mar, al igual que Hoboken, en las proximidades de la ciudad. En Staten Island, uno de los cinco distritos de Nueva York (Brooklyn, Bronx, Manhattan y Queens son los otros cuatro), el agua inundó las calles y las viviendas de manera tan rápida que algunas personas se ahogaron en sus sótanos. Otras tuvieron que subirse al segundo piso o al techo, para escapar la correntada.

Entre las 40 víctimas mortales de Nueva York, 19 murieron en Staten Island, incluyendo dos niños pequeños arrancados de los brazos de su madre por la tremenda marejada. Al mismo tiempo, vientos feroces de más de 120 kilómetros por hora azotaban la región, desgarrando casas y arrancando de raíz muchísimos árboles, quedando obstruidas varias calles aledañas. Muchos troncos y ramas, secciones de techos o techos completos, así como cercas y muchos otros objetos volaban por el aire como proyectiles. Al caer árboles y postes sobre los cables de electricidad los barrios empezaron a quedar sin energía eléctrica. La ciudad quedó, en su mayor parte, a oscuras. Quizás nunca estas localidades habían sufrido una tormenta de estas características.

Las anécdotas reflejan la magnitud de la catástrofe. En la televisión un hombre comentaba a un periodista que estaba en su sótano, en donde se sentía seguro porque tenía bolsas de arena protegiendo su casa. Para su sorpresa, de repente hubo una verdadera explosión de agua que destruyó las ventanas y que envió las bolsas al interior de la casa con la fuerza de un arma de fuego. Escapó milagrosamente con vida. Otras personas relataban que varias casas fueron arrancadas de sus cimientos y trasladadas a lugares distintos. También muchos autos y barcos fueron lanzados a grandes distancias por el mar. Personas en Staten Island relataron a un periodista que se habían tenido que subir al techo de su casa en la profunda oscuridad; pero al subir el nivel del agua decidieron saltar al techo de otra casa que estaba flotando en la calle cerca de ellos, salvando así sus vidas.

UNA CIUDAD PARALIZADA

Por varios días los medios de comunicación habían estado proyectando la senda del huracán Sandy, que ya había dejado mucha destrucción en Haití y Cuba, entre otras partes del Caribe. Sintiendo el peso de las premoniciones, la gente en New Jersey y Nueva York empezó a prepararse el viernes antes de la fecha programada del impacto (el domingo el 28 de octubre). Las dimensiones masivas de la tormenta eran captadas en las fotos de satélite: abarcaba la costa entera de los EEUU entre Carolina del Norte y Massachusetts.

Pude darme cuenta que durante el fin de semana muchos supermercados fueron prácticamente inundados por personas tratando de comprar toda clase de productos básicos, tales como baterías, agua, artículos esenciales de comida, velas y otros. Para el domingo, muchos supermercados ya estaban vacíos. El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, en varios anuncios públicos que hizo con anticipación insistió en que las personas en la “zona A”—áreas cerca de los ríos o el mar en NY, incluyendo Staten Island, Coney Island, Brighton Beach y Red Hook en Brooklyn, Battery Park City en Manhattan y más—tenían que mudarse temporalmente a otra parte, porque la tormenta amenazaba realmente sus vidas. Muchas escuelas fueron abiertas como lugares de evacuación y seguridad para las familias. Los buses y el metro fueron cerrados el domingo por la tarde, así como los puentes y túneles de acceso. La ciudad estaba paralizada.

SIN CONEXIÓN

El huracán golpeó el área de Nueva York, incluido mi barrio en Brooklyn, el lunes. Todo el día hubo fuertes vientos y lluvias; pero se esperaba que el huracán llegara a la costa alrededor de las seis de la tarde. Justamente a esa hora se apagó la electricidad. Busqué candelas y rápidamente las encendí, para luego buscar el contenedor portable de alimentos congelados en el sótano. La refrigeradora normal había dejado de funcionar, por lo que trasladé toda la comida al contenedor. También tenía mi celular, que se convirtió en mi único medio de comunicación, y mi iPod y una máquina para usarlo. Mi esposo estaba atrapado en Washington DC sin manera de volver. Me llamó para decirme que más de 1.5 millones de personas habían quedado sin energía en Nueva York. Pasé esta larga noche en medio de los rugidos de los vientos, las sirenas de vehículos de emergencia y todo tipo de ruidos extraños afuera. Había una sensación de aislamiento, sin internet o correo electrónico. No obstante, me sentí reconfortada con mi música y la tenue luz de las candelas. Escribí mis reflexiones, toqué la guitarra para pasar el tiempo, escuché la querida música de la Nueva Canción chilena, canciones que me llevan a otros tiempos y que son igualmente vivas y relevantes el día de hoy. Tenía un raro sentido de paz y calma; me puse filosófica y me sentí tranquila (debo admitir que ¡con la ayuda de un poco de vino también!). Sin embargo, esta noche, en medio del huracán, fue como vivir en el siglo XIX. Me di cuenta de la fragilidad de la modernidad.

Al día siguiente fui afuera para ver los destrozos. Un árbol gigante había caído enfrente de la casa de un vecino, destruyendo los cables de teléfono y electricidad. Otros árboles y ramas habían bloqueado otras calles vecinas en el barrio. Sin embargo, aparte de la falta de electricidad, no se apreciaban tantos daños en “Zona B” en donde está mi casa. Las zonas A, es decir, los lugares en peligro de inundación tuvieron peor suerte. En Manhattan y otras partes de la ciudad, y en Long Island, los estragos fueron apocalípticos, surreales.

UN TIBURÓN EN EL METRO

Los túneles y estaciones del metro fueron inundados completamente y, días más tarde, gran parte de la red del metro todavía no está funcionando. Muchas calles y muchos edificios fueron inundados por las aguas del mar y los ríos. Los aeropuertos de Kennedy y La Guardia fueron cerrados, por estar cubiertas con agua las pistas. Toda la parte al sur de la calle 34 en Manhattan—donde se encuentran la mayoría de los rascacielos—quedó prácticamente impasable. Por otra parte, en Breezy Point, Queens, se produjo un fuego gigantesco y agresivo, alimentado por los vientos huracanados, que consumió en poco tiempo cerca de 110 casas. Otras comunidades cerca del mar fueron destruidas en cosa de minutos, con una devastación parecida a una zona de guerra: casas hechas pedazos; sótanos llenos de lodo y agua; puertas, ventanas y muebles destruidos; y algunos cadáveres de personas que no pudieron escapar. Muchas comunidades que perdieron todo son de la clase obrera o de las capas medias bajas, es decir, no están en las mejores condiciones.

También se desparramó la noticia de que se había encontrado un tiburón en uno de los túneles del metro. No obstante, esto puede ser un nuevo mito neoyorkino.

Y LA CONTIENDA ELECTORAL

Políticamente no está muy claro como el huracán afectará las elecciones presidenciales del próximo martes. Mitt Romney, anteriormente un republicano “blando” (fue gobernador de Massachusetts, un estado liberal, donde introdujo un plan de salud incluyendo a toda la gente—semejante al plan federal de Obama, lo cual ha sido atacado duramente por el Partido Republicano), ha adoptado en la campaña la línea dura de los neoliberales republicanos, para atraer a su base, reclamando, como es tradicional, el achicamiento del gobierno, menos impuestos (particularmente, no tocar a los grandes ricos), una reducción del presupuesto federal, entre otras consignas.

En 2011 criticó a la FEMA (Federal Emergency Management Agency, es decir, la agencia federal para el manejo de las emergencias)—la cual ahora está ayudando a la gente que quedó aislada y desesperada o reparando los múltiples daños— aduciendo que era mejor dejar las funciones de auxilio ante los desastres a empresas privadas o las entidades de los estados. Ahora, una posición así parece ser bastante inconveniente.

El presidente Barack Obama, por su parte, visitó a la gente de Nueva Jersey, está haciendo discursos sobre la necesidad de profundizar el sentido de comunidad y de mutua solidaridad y está autorizando fondos federales para los estados afectados,  que son cosas fundamentales en este momento.

Sin embargo, esta elección se veía difícil de pronosticar. Obama había perdido el respaldo de muchos sectores progresistas que fueron centrales por su elección en 2008. Muchos están decepcionados por sus políticas de “seguridad nacional”, como el uso masivo de aviones no piloteados para matar gente en Medio Este, África y Asia o su política punitiva contra periodistas estadounidenses que revelan “secretos”.

En varias encuestas, los dos candidatos están casi iguales. La duda principal en esta elección es cómo va a quedar conformado el colegio electoral, que, al final, es realmente el que elige al nuevo presidente. Algunos estados, como Florida o Ohio, juegan así un papel determinante.

Tal vez la lección más importante del huracán es que las décadas de neoliberalismo y la falta de inversión pública en la infraestructura de los EEUU (tanto cómo en la educación, la salud, el alojamiento, etcétera) ha creado un país retrasado, mal preparado por desastres como Sandy, y con índices sociales bajos con relación a todos los demás países industrializados. La tormenta ha destacado la importancia de un gobierno federal capaz. Además, la resistencia ciega de los gobiernos de los EEUU a desarrollar una política seria  con relación a los problemas del clima y el medio ambiente, así como para el control de gases y contaminantes (producidos en gran parte por los EEUU y China), ha sido una falla devastadora, no solo para las ciudadanos del país sino que también para las poblaciones del mundo.

 J. Patrice McSherry *

El Ciudadano

*McSherry es profesora de ciencias políticas en la Universidad de Long Island, Brooklyn, Nueva York. Es experta sobre la Operación Cóndor, con muchos trabajos sobre ella; está trabajando ahora en un libro sobre La Nueva Canción chilena y su contexto político.


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