En el último fin de semana de noviembre del 2009, los electores suizos se pronunciaron masivamente contra la edificación de nuevos minaretes o alminares en el suelo de la Confederación. En efecto, el 57,7% de los votantes avaló la iniciativa popular presentada por la Unión del Centro Democrático (UCD), agrupación política conservadora que propugnaba la prohibición ¡por Ley! de los minaretes.
“Se trata de una iniciativa burda, cuyo contenido engañó a la gente”, señalaron los grandes rotativos de la región de habla alemana, incapaces de hallar una respuesta a la reacción un tanto sorprendente de los ciudadanos helvéticos. Sin embargo, algunos analistas políticos se arriesgan a meter el dedo en la llaga, afirmado que ello pone de manifiesto la “frágil identidad nacional suiza”. El alminar – símbolo de una cultura foránea – suscita esta reacción de rechazo. En este contexto, la prohibición debe traducirse como un reconocimiento de los valores tradicionales que comparten los descendientes de Guillermo Tell. “En definitiva, este es nuestro país; aquí mandamos nosotros”, es el mensaje subliminal enviado por la población de los cantones agrícolas. Porque los habitantes de los núcleos urbanos, donde reside la inmensa mayoría de los musulmanes, no parecen muy propensos a comulgar con el ideario conservador de la UCD.
Los resultados de la consulta no dejaron de sorprender a la clase política suiza. Y ello, por la sencilla razón de que en el suelo de la Confederación hay alrededor de 200 mezquitas y sólo… 4 alminares. También es cierto que este pequeño país situado en el corazón de Europa tiene otro problema serio: la comunidad inmigrante representa alrededor del 20 por ciento de los 7,8 millones de habitantes. El rechazo al alminar se traduce, pues, por el miedo al Islam, a las inquietantes realidades encarnadas por el intransigente Irán de los ayatolás o la obligatoriedad del uso burka para las “liberadas” mujeres afganas. De ahí que algunos sectores más reaccionarios interpreten los resultados del referéndum como un “voto izquierdista y feminista”, destinado a fomentar el anticlericalismo e igualitarismo de la sociedad suiza. Un análisis éste que nos lleva forzosamente al terreno de las meras conjeturas.
Lo cierto es que el resultado de la votación de los helvéticos causó un profundo malestar en algunos países musulmanes. Basta con analizar las reacciones de los políticos turcos para comprender que los dos mundos – la Cristiandad y el Islam – están a punto de chocar nuevamente. El Primer Ministro de la laica República Turca, Recep Tayip Erdogan, no dudó en criticar la “islamofobia” de Occidente, comparándola a un “crimen parecido al antisemitismo”. Las manifestaciones de Erdogan, copresidente (junto con el Primer Ministro español, José Luis Rodríguez Zapatero) de la malograda Alianza de Civilizaciones, van más lejos. De hecho, el político otomano invitó a sus compatriotas a retirar los fondos depositados en los Bancos suizos. Algo que los helvéticos se tomaron en serio, recordando, sin embargo, los antecedentes de Erdogan, condenado hace apenas una década por recitar un poema nacionalista en el que se decía: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, los alminares nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos y los creyentes nuestros soldados”. En aquel entonces (1999) Erdogan fue condenado por un tribunal turco por “incitación al odio religioso”. En este caso concreto, los comentarios sobran.
Más allá del rechazo a los alminares se divisa otro inquietante detalle: la hostilidad de los europeos hacia las mezquitas y, en general, hacia la presencia musulmana en el Viejo Continente. En Francia, donde residen alrededor de 6 millones de musulmanes, hay 2.100 mezquitas (y sólo una docena de alminares). Pero según un sondeo publicado por el rotativo conservador Le Figaro, alrededor del 41% de los franceses se opone a las mezquitas, mientras que sólo un 19% se declara favorable a la convivencia con los musulmanes.
El problema de la integración de la población musulmana surge, pues, en el primer plano. Curiosamente, el país de Europa occidental donde se registra los mayores niveles de convivencia/tolerancia es Alemania, que cuenta en su suelo con 3,3 millones de musulmanes. El segundo lugar lo ocupa el Reino Unido, con 2,4 millones de musulmanes, seguido por Francia, con 5,5 millones de mahometanos e Italia, con 1,3 millones. Poco alentadores son los resultados de los países transatlánticos, Canadá y los Estados Unidos, donde la tasa de musulmanes no integrados en la sociedad supera el 30%. Conviene recordar que los líderes políticos anglosajones llevan casi una década agitando los miedos. Una campaña que se traduce en temor a una tercera invasión islámica, por la victoria de las corrientes radicales, por un sinfín de catastróficos “etcéteras”.
Aún así, conviene señalar que más de la mitad de los ciudadanos europeos estima que en el Viejo Continente “hay demasiados extranjeros”. Los instigadores de las corrientes racistas y xenófobas pueden frotarse las manos.
Por Adrián Mac Liman
Analista político internacional