Desde fines de la década del ’70, Washington y el Vaticano sellaron una alianza tan estrecha que antes de rezar la primera oración matinal los sucesivos pontífices leen con devoción el mismo informe de inteligencia diario que la CIA y otras agencias de espionaje confeccionan para el presidente de los EEUU.
Desde fines de la década del ’70, Washington y el Vaticano sellaron una alianza tan estrecha que antes de rezar la primera oración matinal los sucesivos pontífices leen con devoción el mismo informe de inteligencia diario que la CIA y otras agencias de espionaje confeccionan para el presidente de los EE UU.
Esa alianza gestada entre el director de la CIA, William Cassey, y monseñor Pío Laghi –que se desempeñó como Nuncio Apostólico durante la dictadura en Argentina–, fue decisiva para implementar y sostener el terrorismo de Estado y el militarismo en América Latina y provocar (con los buenos oficios del Papa polaco Karol Wojtyla) la implosión de la Unión Soviética y la expansión del neoliberalismo como infalible credo universal. En ese sentido, la elección del nuevo Pontífice, efectuada por los 114 cardenales –entre los que se encontraban varios con acusaciones de tolerar la pedofilia–, forma parte de una decisión geopolítica de intereses compartidos y del equilibrio de fuerzas en el mundo católico. «Si es en el sur que algo nuevo está pasando –señala el politólogo Julio Gambina–, nada mejor que un Papa del sur, un latinoamericano para enfrentar este nuevo momento político y preservar intactas las tradiciones de la familia y la propiedad.»
Mientras el Papa Francisco cultiva la imágen bondadosa y sin ostentación que seduce a los medios y encubre al hombre real con sus numerosas contradicciones, hay un discreto personaje que permanece a sol y sombra al lado del nuevo Papa. Se trata del padre Georg, encargado de guiar a Bergoglio por los laberínticos secretos del Vaticano, que incluyen nada menos que el lapidario dossier redactado como consecuencia de la filtración masiva de documentos reservados del Vaticano. Ese informe de 300 páginas, sobre corrupción y relaciones homosexuales en la cúpula de la Iglesia, precipitó la renuncia de Benedicto XVI.
Según la publicación especializada Vatican Insider, el papel del arzobispo Georg Gaenswein en este inicio de Pontificado va mucho más allá de su cargo como prefecto de la Casa Pontificia: el padre Georg –que fue el colaborador más estrecho de Joseph Ratzinger– ahora acompaña permanentemente al nuevo Pontífice en ceremonias y audiencias, y luego entre bastidores pone a su disposición su conocimiento de ocho años de pontificado de Ratzinger.
También es quien orienta a Bergoglio respecto de las cuestiones que quedaron pendientes y que forman parte de la agenda más urgente del nuevo Papa: el escándalo Vatileaks, la vuelta de los lefebvrianos en comunión con Roma, la reforma de la Curia, las sacrosantas finanzas del Instituto de Obras para la Religión (IOR). El banco de Dios, como suele ser llamado el IOR, cuenta con un patrimonio de 5000 millones de euros y 33 mil titulares de depósitos, en su mayoría italianos, polacos, franceses, españoles y alemanes. La justicia italiana abrió en 2010 una investigación por sospechar que el banco administraba, a través de cuentas anónimas, importantes sumas de dinero de oscura procedencia. Con eso deberán lidiar ahora el Papa Francisco y su ladero Georg.
Figura absolutamente inédita en la historia de la Iglesia, el Padre Georg es el punto de contacto entre el Papa reinante y el emérito. Conserva la función de secretario de Ratzinger y sigue viviendo con él en Castel Gandolfo, pero al mismo tiempo, actúa de correa de transmisión en la compleja fase de puesta en marcha del pontificado.
«Está llevando a cabo una tarea delicadísima –explica un jefe de dicasterio–, el Padre Georg está con Francisco no tanto por sus actuales funciones en el Palacio Apostólico como por estar haciendo, por cuenta de Ratzinger, la entrega de consignas sobre los temas delicados.» En una palabra, la presencia (y el consejo) de monseñor Gaenswein es el modo en el cual Benedicto XVI ayuda a Bergoglio en los meandros de la Curia romana y lo protege en la resbaladiza fase de transición. «El Padre Georg es quien tiene el dossier Vatileaks que debe ser entregado a Francisco», precisa el purpurado, haciendo referencia al informe de los tres cardenales investigadores, Julián Herranz, Josef Tomko y Salvatore De Giorgi sobre el robo de documentos del dormitorio papal.
El viernes, el nuevo Papa participó en la Sala Clementina en la ceremonia de saludo a los cardenales, donde muchos purpurados entregaron cartas y regalos para el nuevo Pontífice. Francisco se los entregó a Gaenswein, que a su derecha, hacía de puente imaginario con el Papa emérito repetidamente citado por Francisco.
Las primeras claves sobre la orientación que asumirá el Vaticano bajo el mando de Francisco será cuando nombre su equipo de gobierno, pero fiel a su estilo cauteloso, el nuevo Papa ya anunció que provisoriamente todo el mundo queda en sus puestos, inclusive el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, considerado una especie de Satán por su responsabilidad en todos los escándalos financieros que sacuden al Vaticano.
Bertone habría boicoteado todos los intentos de hacer limpieza en el IOR, el banco vaticano, para adecuarlo a la normativa internacional contra el lavado de dinero.
El IOR es una enorme lavadora, el vientre oscuro de los intereses personales de figuras de todo calibre. Hasta Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de la Cosa Nostra, tenía su dinero en el IOR. La comisión puesta en marcha en 2011 para sanear los agujeros negros del IOR fue desmantelada a los seis meses de ser establecida por Bertone.
Sin embargo, el fin de semana llegó la esperada confirmación para los jefes de los dicasterios de la curia romana, «suspendidos» desde el momento de la elección de Francisco. El Papa, por el momento, deja a cada uno en su cargo, porque, precisa el comunicado vaticano, «el santo padre desea reservarse un tiempo para la reflexión, la oración y el diálogo antes de cualquier designación o confirmación definitiva».
Curiosamente, el comunicado menciona también a los secretarios, es decir, los vices de los dicasterios, que no caducan, como los jefes, en el momento en el que la sede apostólica queda vacante y que, por lo tanto, no deberían necesitar una reconfirmación. El haberlos citado tal vez signifique que, si bien todos deben continuar desempeñando sus roles, ninguno puede dar por sentado que conservará el lugar que ocupa actualmente. La nota vaticana no menciona explícitamente al secretario de Estado, Tarcisio Bertone, a quien hace dos días el Papa había saludado públicamente en la Sala Clementina recordando sólo su rol de camarlengo. Pero la secretaría de Estado es el primero de los dicasterios vaticanos y, por lo tanto, la confirmación momentánea también incluye al purpurado originario de Canavese, que desde 2006 preside la diplomacia vaticana y dirige la máquina curial. La revista Vatican Insider adelanta que el cambio del secretario de Estado, de casi 79 años, probablemente sea el más inmediato, mientras que los demás cambios tal vez se verifiquen en los próximos meses.
Lo único seguro es que el nuevo Pontífice cuenta con la bendición de Estados Unidos, como viene ocurriendo desde la época de la Guerra Fría. El 10% de los cardenales del Vaticano son estadounidenses y Benedicto XVI fortaleció la posición de ese lobby en la Santa Sede.
La influencia de Washington y el Pentágono sobre la Iglesia se reveló a finales de los ’70. En un mundo dividido entre dos bloques ideológicos, hubo un Papa, Albino Luciani, que afirmó: «La Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas.» Duró poco. Tan sólo 33 días. Algunos sostienen que fue asesinado justamente porque esas ideas ponían en peligro la Santa Alianza con EE UU.
Walter Goobar