En caso de concretarse la instalación de cuatro bases militares estadounidenses adicionales en Colombia, estaríamos en presencia de la consolidación de la cabeza de playa militar en la región.
Colombia es el cuarto país a nivel mundial y primero a nivel regional en recibir ayuda militar norteamericana. Con Clinton, el Plan Colombia se planteó como parte de un esfuerzo contra insurgente aunque enfocado al combate al narcotráfico. Con Bush y su guerra antiterrorista, se pudo dar al Plan Colombia su carácter real, el de plan ingerencista contra guerrilla. El éxito del Gobierno de Uribe en su enfrentamiento a las FARC en particular, justifica a ojos de muchos, este lugar predilecto de Colombia en cuanto destinatario de ayuda militar estadounidense.
El lugar indiscutido del apoyo militar lo detenta Israel. Este enclave en el Medio Oriente ha provocado grandes y profundas discordias en dicha región. La ayuda militar le sirvió para ocupar territorios ajenos, para desarrollar armas nucleares y sembrar el terror entre millones de palestinos. ¿Es este el futuro que se aspira construir con la ayuda militar a Colombia? Mas aun, en momentos en que la sociedad colombiana parecía encaminarse hacia una salida política al conflicto, se anuncia estas nuevas bases haciendo pensar que realmente no es la paz lo que interesa a los círculos dominantes colombianos y sus mandamases en el Pentágono y el Departamento del Estado, sino precisamente la guerra para así gastar los enormes recursos almacenados. Lo anterior es percibido como una amenaza por sus vecinos donde Colombia no posee una historia que avala su apego a la soberanía. En consecuencia es razonable pensar que para un Ejercito medianamente acostumbrado a hacer lo que quiere – como el colombiano – la presencia de bases norteamericanas le dará un respaldo casi ilimitado, creando en la región un peligro latente que ni siquiera va a requerir de provocación para actuar sino que actuara en un rol de contención y eliminación de lo que unilateralmente considere una alteración del orden. Bajo esa lógica, las bases militares norteamericanas más que garantizar la paz, son el antecedente de una guerra.
Los hechos recientes de Honduras colocan en este sentido, el mensaje en toda su dimensión. Estas bases son un elemento de disuasión que pretenden dejar claro que las fuerzas conservadoras de la región han puesto en Honduras, un tope a las pretensiones de transformaciones que tienen lugar en América Latina. Es un acto de amedrentamiento que la actual administración de la Casa Blanca no conoció probablemente, pero que tampoco rechaza de forma tajante sabiendo que esta posición favorece no abanderizarse con las posturas ampliamente repudiadas de promover Golpes de Estado y al mismo tiempo, constituye una advertencia a los gobiernos de la región sobre el limite de tolerancia de los Estados Unidos. En este contexto, el anuncio de la instalación de las bases militares es coherente y constituye un paso más en dirección a contener el avance de las fuerzas progresistas de la región al respaldar una actitud mas confrontacional de las fuerzas políticas tradicionalmente mas reaccionarias y constituye además, la reserva bélica al crear contingentes de avanzada militar.
De esta forma, también resulta coherente el paso dado por el depuesto Presidente Zelaya de impulsar la creación de milicias de resistencia desde Nicaragua para recuperar el poder en Honduras. La opción política o pacifica quedó agotada y el retorno al poder en un clima de creciente tensión militar en la región, se debe hacer con mucha fuerza expresando una firme voluntad de oponerse a los designios de una aristocracia oligárquica a la que claramente no le importó la movilización de centenares de miles de personas que buscaban restablecer la democracia. El gobierno de facto no tiene ningún argumento plausible para acusar a Nicaragua de fomentar desde su territorio el desorden interno y carece totalmente de jerarquía ética. La defensa de la democracia es una tarea de primer orden, pero ésta no puede quedar en palabras de buena crianza.
Lo mas complejo sin embargo, es el hecho que la condena internacional no ha logrado el propósito de restituir a Manuel Zelaya. Y no se puede afirmar que haya sido tibia o meramente retórica. Esta abierta incapacidad constituye una amenaza seria a la democracia regional y en particular para países como Ecuador o Paraguay e incluso Bolivia, y es resultado directo de que la ayuda militar no es desinteresada, no busca promover la paz y seguridad en general sino la paz y la seguridad de algunos representantes del mandante de esa ayuda militar. Así las cosas, evitar un baño de sangre de verdad, como lo pide la hipócrita declaración de la Iglesia Católica hondureña de hace algunas semanas, implica rechazar la instalación de las bases militares en Colombia, exigir a Estados Unidos el retiro de todas sus bases y por ultimo, constituye una necesidad insoslayable, el compromiso político y publico de los Estados Unidos con todos los gobiernos de la región a favor de sustituir el dinero que envía en ayuda militar en ayuda de otro tipo. De lo contrario, la democracia seguirá amenazada y la voluntad mayoritaria de los pueblos, pisoteada.
Carlos Arrue
Cientista Político
Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz