Puede parecer increíble, pero de las siete maravillas del mundo antiguo sólo se salvó la pirámide de Giza. En cambio, quedaron devastados los Jardines colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. En esta última ciudad, estuvo la biblioteca más grande del mundo clásico y no hay forma de saber qué sucedió con todos sus extraordinarios libros.
La tradición occidental nos ha legado tres grandes símbolos desaparecidos: el Edén, que era una suerte de Jardín en Oriente; la torre de Babel, un ziggurat abandonado y, por supuesto, el templo de Salomón, cuyos planos contenían para algunos la forma secreta del universo. No ha habido, y tal vez no exista nunca, una generación de hombres que no busque de modo interminable estas obras en los lugares más insólitos del planeta.
La utopía del inicio, por ejemplo, se enlaza con el tópico de la Edad Dorada: cada hombre, a su manera, viene del exilio forzoso y decadente de este territorio donde el mal no existe. La palabra Paraíso fue adaptada del término avéstico “pairidaeza”, cuyo significado exacto es «recinto circular», lo que prueba muchas cosas o ninguna. El misterioso Zohar es enfático en que tenía 7 puertas, y en el Relato de Hayy ibn Yaqzán se dice que el paraíso es esa región donde “por mucho que andes, siempre vuelves al punto de partida”.
Según los antropólogos, el enigma de los orígenes de nuestra especie ha puesto en marcha desde hace 100 años una presión para conseguir el “eslabón perdido”, un fósil que jamás ha sido encontrado: sólo hemos logrado saber que no sabemos lo que fuimos. Somos, en todo caso, 99% de prehistoria y 1% de historia escrita.
El inventario de todo lo que ha perdido la humanidad nos coloca ante uno de los agujeros negros de la historia. Hablamos de 650 culturas desaparecidas en 5 continentes, 30 civilizaciones colapsadas y 100 imperios extintos en un período de apenas 8.000 años. Este panorama desolador, probablemente, es la causa de que los dos orígenes centrales de las religiones y las hipótesis científicas coincidan en afirmar el mito de los inicios perdidos.
La historia es un cementerio de culturas y civilizaciones que pensaron que eran eternas, pero fueron aniquiladas por desastres naturales que las redujeron a meros fragmentos. Según Will Durant, “la civilización existe por consenso geológico, sujeto a cambio sin notificación”. En los recientes estudios de la Universidad de Princeton, ha quedado claro que la Edad del Bronce sucumbió ante la presión de colapso provocada por una “tormenta de terremotos” que asoló desde Creta hasta Anatolia en el siglo XIII a.C. Esto podría volver a pasar.
Puede parecer increíble, pero de las siete maravillas del mundo antiguo sólo se salvó la pirámide de Giza. En cambio, quedaron devastados los Jardines colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. En esta última ciudad, estuvo la biblioteca más grande del mundo clásico y no hay forma de saber qué sucedió con todos sus extraordinarios libros.
El 80% de la literatura egipcia, hindú y persa ya no existe. La mitad de la literatura asiática y africana se extinguió. El terrible incendio del palacio Yuanming Yuan (Jardines del Perfecto Resplandor) en China fue acompañado por miles de bienes destruidos y hoy se estima que fueron robados 1 millón y medio de obras que se dispersaron por 2000 museos en 47 países.
DESDE JERICÓ A IRAK
La guerra aparece entre los fenómenos más destructivos junto a la iconoclastia. Jericó, una de las primeras ciudades del mundo, sucumbió ante conflictos en la época del Neolítico. Cartago, fundada tal vez en 814 a.C., llegó a ser el símbolo de la destrucción porque se mató de hambre a los habitantes y sobre los edificios derruidos se arrojó sal.
La mitad de las obras del Museo del Prado se destruyeron en el incendio que aniquiló el Alcázar de Madrid en 1734 y arrasó con 500 pinturas de maestros como Leonardo Da Vinci o Rubens. El bombardeo de Museo Kaiser Friedrich de Berlín en 1945 provocó la destrucción de 415 pinturas de grandes clásicos como Caravaggio.
Una ciudad como Venecia, construida sobre una laguna que comunica con el mar Adriático, se hunde irremediablemente bajo las aguas. La República de Kiribati, conformada por 3 islas del Pacífico Central, ha comenzado a ser evacuada porque desaparece. La hipótesis del calentamiento global, que predice un aumento de hasta 3 grados hasta el 2100, implica el 30% de deshielo de los polos de la tierra y el aumento de los niveles de las oceános.
Las grandes urbes hoy inexistentes deberían ser una invitación a la nostalgia de quienes se preocupan por las crisis del presente: Troya, Creta, Pompeya, Tenochtitlán, Machu Pichu, Petra o Angkor. Todas, absolutamente todas, han quedado en ruinas. De hecho, uno de los temas más interesantes del cine y la literatura ha consistido en proyectar la idea de un cataclismo general.
El cementerio de las culturas incluye idiomas completos: el índice de lenguas extintas es impresionante. No sabemos nada de los lenguajes paleolíticos. El Instituto de Lenguas Aborígenes de Santa Fe, en Nuevo México, ha calculado que el 42 % de las 300 lenguas que se hablaron originalmente en Estados Unidos se extinguió. Según el Atlas Interactivo de Lenguas en Peligro de la UNESCO (2009), existen actualmente 6800 lenguas vivas, al menos 3000 lenguas están a punto de perder sus últimos hablantes y desde 1950 se ha acelerado este lingüicidio con la desaparición de 200 idiomas.
Al igual que sucedió con Babel, las Torres Gemelas de Nueva York fueron castigadas, pero los ataques del 11 de septiembre de 2001 también arruinaron 1113 piezas de artistas. En Irak, la torre de Samarra fue dinamitada, miles de libros devastados y obras artísticas robadas tras la invasión de 2003.
En el siglo 21, el planeta se ha convertido en un incontrolable depósito de ruinas. Continentes, océanos, desiertos, exponen millones de reliquias: el 50% de la memoria del mundo ha desaparecido.
Temo confesar, en plan final, que Diderot estuvo bastante cerca de entender este tema cuando escribió: “[…] Todo se destruye, todo perece, todo pasa. Solo el tiempo dura…”.
Fernando Báez*
El Ciudadano
(*) Autor de Las maravillas perdidas del mundo (Oceáno, 2012)