Guatemala: la cambiante cara del narco

  Los narcotraficantes sobreviven bajo una premisa: la adaptación al cambio

Guatemala: la cambiante cara del narco

Autor: Mauricio Becerra

 

Los narcotraficantes sobreviven bajo una premisa: la adaptación al cambio. Los agentes de cambio surgen de la interacción entre los traficantes y las autoridades, así como entre las estructuras del narcotrafico, a nivel regional. El grupo que no se adapta, no sobrevive. El resultado es un coctel molotov con consecuencias planificadas e inesperadas, en el que hasta las autoridades pueden actuar como un acicate si se corrompen, o incluso si hacen su trabajo. Estas circunstancias han redibujado el narcotráfico en Guatemala en los últimos cinco años, y dejaron grupos fraccionados, nuevos actores y su conquista violenta de territorios, y el desplazamiento de actores tradicionales.

El ataque contra nueve policías en Salcajá, Quetzaltenango, el 13 de junio, pareció un déjà vu—algo que ya habíamos visto. Pero también parecía algo más grave: una posible señal de que los Zetas incursionaban en el Occidente de Guatemala, tras asegurar la ruta de la Franja Transversal del Norte –puente entre Honduras y México– y disputar el Oriente del país.

El caso involucró el asesinato de ocho policías en plena subestación, y el secuestro de un subinspector de policía, Julio César García Cortez, de quien sólo se ha encontrado tres dedos y una parte de su uniforme en Huehuetenango. Las autoridades revelaron a la prensa que García era sospechoso de participar en un robo a la banda que presuntamente perpetró el ataque y lo secuestró. Mientras tanto, una fuente policial reveló extraoficialmente que la masacre fue una venganza por el robo de un cargamento de cocaína, que el robo no involucraba a todas las víctimas, pero que los victimarios asesinaron a todos para no dejar testigos.

El pasado 14 de julio, las autoridades capturaron a siete hombres y dos mujeres en La Democracia, Huehuetenango, como sospechosos de las muertes, sin identificarlos como miembros de una estructura en particular. Luego, el 16 de julio, un décimo sospechoso fue capturado en Chimaltenango. Esta vez, las autoridades lo vincularon a una estructura del Cartel del Golfo que presuntamente actúa en Huehuetenango. Pero hasta antes de las capturas, la policía sospechaba del Cartel de Sinaloa y aseguraba que los Zetas no habían perpetrado la masacre por tres razones. La primera es que Quetzaltenango y Huehuetenango son territorios de influencia de los socios del mexicano Cartel de Sinaloa, los victimarios usaron rutas de fuga y hasta armas que ese grupo suele utilizar. La segunda es que en Quetzaltenango todavía manda Juan Ortiz, alias “Chamalé”, aunque está detenido desde marzo de 2011 (y todavía pelea su extradición hacia EE.UU.), y que la matanza vengó la captura de un guardaespaldas de Chamalé, ocurrida unos días antes. Y la tercera es que Huehuetenango también es zona de los socios del Cartel de Sinaloa, particularmente del grupo que supuestamente dirige Aler Samayoa, alias “Chicharra”, y al que pertenecía Walter Alirio Montejo Mérida, alias El Zope, capturado en junio de 2012 después de que EE.UU. pidiera su extradición.

Sin embargo, el múltiple asesinato parecía una reacción exagerada a la captura del guardaespaldas, ya que ni la captura de Chamalé hace dos años despertó semejante reacción. El tipo de armas utilizadas también eran un indicio débil; todos los grupos obtienen arsenales de todo tipo. Prueba de ello es que ahora la policía apunta al Cartel del Golfo, ya no al de Sinaloa. Pero además, los territorios donde operan los narcotraficantes no son graníticos, según el sociólogo Héctor Rosada. Entonces, un hecho que ocurre en Quetzaltenango o Huehuetenango no se puede atribuir automáticamente al Cartel de Sinaloa. Además, algunas autoridades parecen olvidar que el narcotráfico es como la plasticina. Tiene tantas formas como manos, intenciones y hechos la puedan moldear, y una de las consecuencias es que más de un grupo puede operar dentro de un mismo departamento, aun si no es a largo plazo.

LAS HUELLAS DE LOS ZETAS

El asesinato múltiple de los policías en Salcajá recuerda otros hechos en la historia del narcotráfico del país, con la firma de los Zetas. Ellos están familiarizados con la frontera noroccidental del país desde que llegaban a Guatemala a mediados de los años 90, cuando eran parte del Cartel del Golfo. Además, según registros del Ministerio Público (MP), entraron a Guatemala por Huehuetenango en diciembre de 2007, probando —como dice Rosada—que los territorios en donde tiene influencia el narcotráfico no son graníticos.

En noviembre de 2008, protagonizaron una balacera contra socios del Cartel de Sinaloa en Agua Zarca, Huehuetenango. Luego, la primera semana de marzo de 2009, la policía capturó a dos mexicanos y ocho guatemaltecos zetas que habían robado armas de la Policía Nacional Civil (PNC) en Alta Verapaz, y que cómodamente supieron moverse hacia cinco departamentos para huir de las autoridades: Quiché, Huehuetenango, Sololá, Totonicapán y Suchitepéquez.

En abril de 2009, en Amatitlán, los Zetas acribillaron a cinco investigadores de la policía anti-narcótica, supuestamente en venganza por el robo de un cargamento de cocaína, según el MP. Entre los implicados y capturados figuró Baltazar Gómez Barrios, entonces director de la PNC. Pero mientras funcionarios de gobierno indicaban que Gómez había ordenado a los policías robar la droga (ver cable de la Embajada de EE.UU. 09GUATEMALA776), un fiscal sospechaba que fue el entonces director de la PNC quien alertó a los Zetas sobre el robo, y que éstos llegaron a matar a los policías en Amatitlán. Unos meses después de su captura, Gómez fue visto en la Torre de Tribunales (cuando atendía una audiencia por un caso de corrupción) saludando a los Zetas que acudían a una audiencia por el caso de la matanza de Juan José “Juancho” León (y diez personas más) en Zacapa en 2008. Cuando dos custodios llevaban a Gómez de un piso a otro, éste se encontró con los Zetas en el vestíbulo frente al elevador, y estrechó la mano de cada uno antes de continuar su trayecto hacia el piso siguiente.

El 14 de mayo de 2011, los Zetas masacraron a 27 campesinos con motosierra en una finca en La Libertad, Petén. El móvil fue la venganza contra el dueño de la propiedad porque supuestamente todavía traficaba con el Cartel del Golfo, según una fuente del MP. En días anteriores habían asesinado a un empleado y dos familiares de este sujeto. Diez días después de la masacre, secuestraron y desmembraron al auxiliar fiscal Allan Stowlinsky, en Cobán, Alta Verapaz, después que la policía y el MP decomisaron un cargamento de cocaína de los Zetas en Raxruhá, Alta Verapaz.

El año pasado, el 26 de septiembre de 2012, residentes de la aldea Santo Domingo Sinlaj, en Barrillas, Huehuetenango (a 100 metros de la frontera con México), denunciaron que los Zetas los amenazaron de muerte cuando se negaron a unirse a su organización. El MP luego reveló que los Zetas tenían 10 meses de operar en Barillas (desde antes que la policía capturó a “El Zope”). Entonces, ante estos hechos, no resulta extraña la presencia de los Zetas en Quetzaltenango (donde ocurrió la matanza de los policías) ni en Huehuetenango (donde la policía encontró los dedos del subinspector) en junio pasado.

La conducta de los Zetas en los últimos cinco años sólo es un indicio—aunque uno fuerte—que ellos hubieran sido capaces de acribillar a ocho policías en la subestación policial y de torturar al subcomisario. Hay otros grupos del narcotráfico capaces de cometer matanzas como la de Salcajá. De hecho, algunas autoridades han divulgado que los detenidos entre el 14 y el 16 de julio están vinculados al Cartel del Golfo. Sin embargo, la fiscal general Claudia Paz dijo que el MP sospecha que los detenidos por el ataque en Salcajá, Quetzaltenango, también están vinculados con el asesinato de siete personas en San Pedro Necta, Huehuetenango, en diciembre de 2012, un hecho del que eran sospechosos los Zetas. Entre las víctimas, que fueron calcinadas, figuraba la fiscal del MP de Chiquimula, Yolanda Olivares. Además, cuatro meses antes, el MP había capturado y acusado a tres personas asociadas a los Zetas de planificar un atentado contra “una funcionaria de la fiscalía de Chiquimula”. Mientras tanto, las investigaciones continúan.

EL ÚNICO PATRÓN ES QUE NO HAY PATRÓN

En el comportamiento del narcotráfico, ningún país marca tendencia. No se puede hablar de la mexicanización de Guatemala, como hace años no se podía hablar de la colombianización de México. Ningún país plagado de narcotráfico resulta una copia idéntica de otro porque el comportamiento del narcotráfico depende de la interacción entre los narcotraficantes, las reacciones de las autoridades, y del contexto geográfico, más que de un patrón de conducta predefinido, según Rosada. Estos factores marcan la diferencia en las conductas del narco de un país a otro.

Guatemala no es Colombia, donde el Plan Colombia (con la captura de extraditables y la destrucción de los laboratorios de coca) contribuyó a desatar la guerra entre cárteles y una etapa de narco-violencia sostenida. Luego transformó a los cárteles en pequeñas células que dejaron la producción en manos de un sector de la guerrilla y de los paramilitares. Pero Guatemala tampoco es México, donde la dimensión de los cárteles es mucho mayor y su interacción con las autoridades, más compleja. Guatemala es un animal distinto. Pero, ¿qué es? Y ¿por qué?

Cuanto ocurre y se decide en EE.UU. y en México, en materia de narcotráfico, tiene resonancia en Guatemala y el resto de Centroamérica. En los últimos cinco años, en Guatemala ingresó un nuevo y agresivo actor: los Zetas, con su conquista violenta de territorios; se fraccionó uno de los socios del Cartel de Sinaloa en Guatemala (el grupo de los Lorenzana); y casi desapareció el Cartel del Golfo (edición Guatemala), socio del alicaído cartel del mismo nombre en México que dio origen a Los Zetas. Resta ver ahora, por ejemplo, cómo la captura del líder de los Zetas en México, Miguel Treviño Morales (alias “Z-40”), afecta las operaciones de los Zetas en Guatemala.

EL PARTE AGUAS

El motor de los cambios en Guatemala se divide en dos. Por un lado está en eventos que EE.UU. desencadenó en México y Guatemala y por otro la atención a estos pedidos en el Ministerio Público durante las administraciones de Amílcar Velásquez y Claudia Paz y Paz. Las peticiones de captura y extradición fueron ejecutadas selectivamente por el gobierno de Álvaro Colom, cuando se captura a mandos altos entre los socios del Cartel de Sinaloa y sólo mandos bajos y medios de los Zetas. Es durante este gobierno, de Otto Pérez Molina, que se captura a Walter Overdick, importante socio de los Zetas. En contraste, no se han capturado socios significativos del cartel del Golfo, del que serían parte los Mendoza. La capacidad bélica de los narcos continúa, pues siguen ingresando armamento de contrabando por los pasos ciegos de las fronteras en Guatemala, según un informe del Centro Woodrow Wilson.

Uno de los detonantes de la recomposición del narco en la región surgió de EE.UU. en 2003, con la captura de Osiel Cárdenas Guillen, líder del Cartel del Golfo en México, y su extradición en 2007, y las pugnas internas en el cartel. Cárdenas dirigía una organización vertical, una narco-dictadura. Una dictadura es el tipo de estructura más vulnerable, según la politóloga alemana Hannah Arendt, porque se dirige a base de violencia y no de legitimidad.

Cárdenas era más temido que respetado. Como se creía infalible, nunca preparó a nadie para sucederlo, y se blindó con un cuerpo de seguridad de ex militares mexicanos que serían conocidos como los Zetas. Después de la extradición de Cárdenas a EE.UU., sus sucesores no tuvieron el dominio sobre los Zetas que tuvo Osiel. Así, los Zetas comenzaron a operar con alguna independencia.

Pugnas internas llevaron a una separación definitiva en enero de 2010 con el Cartel del Golfo. Mientras tanto, los Zetas habían usado sus tres años de relativa independencia para fortalecer alianzas en Guatemala y abrir una ruta propia entre Honduras y México. El paso ciego de Ingenieros, al norte del Ixcán, en Quiché, que conectaba con Chiapas, se convirtió en una de sus rutas para sacar droga hacia México. El lugar estaba a pocos kilómetros de la finca donde autoridades guatemaltecas encontraron un arsenal de los Zetas en marzo de 2009.

Para establecerse en Guatemala fue útil Walter Overdick (capturado en abril de 2012 y extraditado en diciembre de ese año con su hijo, Kevin Overdick), que los cobijó en Alta Verapaz, al menos desde 2007. Algunas fuentes indican que Overdick “trajo” a los Zetas a Guatemala, pero en esa época los Zetas no necesitaban que los trajeran al  país. Ellos ya entraban y salían a su gusto desde mediados de los años 90, para vigilar la entrega de droga al Cartel del Golfo por encargo de Osiel. Lo que buscaban en 2007 era una alianza estratégica para apoderarse de las rutas del Cartel del Golfo en Guatemala. Pocos fueron los socios de ese cartel que se resistieron a la conquista Zeta, y que tuvieron la capacidad de seguir traficando.

Overdick también le permitía a los Zetas poner un pie en Petén, donde tenía varias propiedades. Eso les facilitó orillar y hostigar a la familia Mendoza, uno de los pocos bastiones que aún mantenía el alicaído mexicano Cartel del Golfo en Guatemala. Por eso, los Zetas consideraron de inmediato a los Mendoza como enemigos.

Los Zetas habían aprendido algo a punta de experiencia: que les convenía aliarse a los grupos del narcotráfico formados alrededor de una familia, con lealtades más fuertes en una comunidad donde habían vivido durante años hasta por generaciones (como los Cárdenas en Tamaulipas). Aunque a menor escala, Overdick (y su presencia fuerte en Alta Verapaz) les ofrecía eso en Guatemala.

BATALLAS POSTERGADAS

Para 2003, cuando Osiel estaba por caer, en Guatemala los Lorenzana traficaban droga que les enviaba el remanente del Cartel de Cali, y la entregaban al Cartel de Sinaloa en México, según el Departamento de Justicia de EE.UU. Los Lorenzana integraban la estructura de trasiego de Otto Herrera en Centroamérica. Pero para 2008, los Lorenzana tomarían una decisión que cambiaría su historia para siempre.

Para 2008, Juan José “Juancho” León se había convertido en una piedra en el zapato. Era la pareja de Marta Julia Lorenzana (también conocida como Yulissa o Yuli), hija del líder de la familia, Waldemar Lorenzana Lima. Pero Juancho también robaba droga de otros narcotraficantes entre Guatemala y Honduras, y le había creado enemigos gratis a los Lorenzana con los tumbes de droga. Entonces, cuando los abordaron los Zetas para pedir autorización para entrar a Zacapa y ejecutar a León, los Lorenzana no pestañaron. Dieron el visto bueno, según fuentes de inteligencia de Honduras y México.

Los Lorenzana no fueron nada tontos. Sabían que la ejecución ocurriría con o sin su consentimiento. También sabían escoger sus batallas, y reconocieron que ese no era el momento para una guerra violenta con los Zetas. Era un asunto de honor entre criminales. Si los Zetas mataban sin permiso en el territorio Lorenzana, iban a tener que responder. No podían darse el lujo de no hacerlo, de parecer un blanco fácil para otros aspirantes a dominar el narco en la zona. Debían esperar, ganar tiempo, y entonces decidir si optaban por una sociedad estratégica con los Zetas,  o se atenían a una guerra contra ellos como la que ocurría en México.

Juancho había robado un cargamento de los Zetas en Honduras, y había matado a dos de sus hombres, según las citadas fuentes de inteligencia de Honduras y de México. El 25 de marzo de 2008, los Zetas respondieron. Mataron a Juancho en una refriega que dejó 10 muertos más (entre guardaespaldas de Juancho y Zetas mexicanos).

No fue una simple venganza. Los Zetas demostraron qué sucede cuando se les roba o mata (como podría haber ocurrido en el caso de Salcajá). Era una lección que el historiador Tucídides pregonaba en la Grecia Antigua: el imperio, o el aspirante a ser imperio, siempre debe responder un ataque para demostrar que no es un blanco fácil. Así los Zetas elevaron su perfil en Guatemala. De paso, le tomaron el pulso a grupos rivales. El 30 de noviembre de 2008 irrumpieron en una carrera de caballos organizada por los socios del Cartel de Sinaloa en la aldea Agua Zarca, en Huehuetenango. La refriega dejó al menos 17 muertos, gente de ambos bandos. Esta sería la firma de los Zetas en los años siguientes, convertidos en uno de los principales factores de desequilibrio para el narcotráfico en Guatemala—más todavía que la propia policía.

CAPTURAS DE LOS LORENZANA

Las autoridades guatemaltecas, entre MP y Gobernación, y EE.UU., con sus pedidos de captura y extradición, propinaron un gancho al hígado de los Lorenzana. En la lista de extraditables que EE.UU. entregó había personajes de todos los bandos. Pero en Guatemala, las operaciones se concentraron en los socios del Cartel de Sinaloa. Un ex funcionario de la DEA, Michael Braun, dijo que en Colombia se decidió atacar un cartel a la vez, y que quizá esa estrategia también se utilizó en Guatemala. No obstante, cualquiera que hubiera sido la intención, la balanza acabó por favorecer a los Zetas.

Para 2011, el gobierno de Álvaro Colom se jactaba de haber capturado al menos a un centenar de Zetas, aunque dos tercios eran guatemaltecos (muchos, reemplazables), y la mayoría eran mandos bajos y medios. Un tercio eran mexicanos, pero nadie clave, según informes de la Agencia Federal Antidrogas estadounidense (la DEA). Ni siquiera lo era Daniel Pérez  Rojas, alias “Cachetes”, detenido en abril de 2008 por el asesinato de Juancho y la masacre en Zacapa. El Cachetes era un mando medio en contraste con El “Z-40” Treviño Morales, quien en ese entonces era el segundo jefe de los Zetas en México (y fue el primero desde 2012 hasta el pasado 15 de julio, cuando las autoridades lo capturaron en México). Además, según una fuente del Gobierno en 2010, El “Z-40” frecuentaba Guatemala en esos años. De esas fechas, datan acusaciones y órdenes de captura contra Treviño en EE.UU. por narcotráfico y varios asesinatos cometidos en Texas.

Para entonces, el declive de los Lorenzana había comenzado en 2009, cuando la fiscalía de Washington, D.C., presentó una nueva acusación contra ellos, y la DEA intentó —en vano— capturarlos en tres ocasiones distintas. El Ministerio de Gobernación, entre 2010 y 2011, señaló en una entrevista a un medio español que el ejército era la fuente de filtraciones para el narcotráfico. Pero la policía en Zacapa tampoco era de fiar, de acuerdo con un investigador policíaco que investigó el caso. Entre la presión estadounidense y la decisión de autoridades guatemaltecas, finalmente se hicieron grandes operativos para intentar capturarlos.

En los siguientes dos años, la sombrilla de los Lorenzana que cubría el tráfico en el oriente ya tendría demasiados agujeros. Los grupos que trabajaban debajo encontraron el espacio para independizarse: como los Zetas hicieron tras la captura de Osiel, cuando eran parte del Cartel del Golfo. Con los Lorenzana ocupados en bajar perfil, sin descuidar el negocio, los mandos medios y narco-juniors asumieron que tenían luz verde para escalar posiciones.

Entre 2010 y 2011, el pedido de capturas y extradición desde EE.UU. y las capturas en Guatemala por parte del MP y la PNC siguieron moldeando el narcotráfico en Guatemala, cual plasticina. Esta vez, la peor parte la llevaron los socios del Cartel de Sinaloa en Guatemala, cinco jefes en particular: Mauro Salomón Ramírez, capturado el 2 de octubre de 2010; Juan Ortiz alias “Chamalé”, el 30 de marzo de 2011; Waldemar Lorenzana Lima (líder del grupo Lorenzana), el 26 de abril de 2011; Byron Gilberto Linares Cordón, el 8 de junio de 2011, y Elio Lorenzana Cordón (hijo de Lorenzana Lima), el 8 de noviembre de 2011. En teoría, estas capturas debieron desbaratar a toda la estructura. En la práctica, no ocurrió así. ¿Qué factor la salvó?

El Cartel Sinaloa tiene un andamiaje horizontal, es decir, que la pérdida de una cabeza no inmoviliza a la estructura completa, según un ex jefe de operaciones internacionales de la DEA, Michael Vigil. Eso, pese al encumbramiento de la figura de Joaquín “El Chapo” Guzmán como el líder del citado cartel. Otro factor es la corrupción. Fuentes de la PNC aseguran que Chamalé todavía dirige operaciones del narcotráfico desde la cárcel, que es un ejemplo de cuando la interacción entre el narco y algunas autoridades favorece al narco. De paso, permitirle a Chamalé extender los brazos afuera de la cárcel quizá evitó, en el occidente, la narcoviolencia continua que usualmente acompaña la disputa de una jefatura (la que habría dejado vacante Chamalé) —algo que los grupos en el oriente del país no pueden decir luego de la captura de los Lorenzana.

Los grupos del occidente (liderados por Chamalé) siguieron funcionando quizá más influidos también por su proximidad geográfica a su contraparte mexicana. Mientras tanto, en el oriente, los Lorenzana estaban expuestos a otros factores, el mayor de ellos: los Zetas.

ALIANZAS Y CONQUISTAS DE RUTAS

En 2011, las capturas de los Lorenzana abrieron el camino para que los Zetas forzaran una alianza. Los Zetas podían aprovechar las lealtades de los Lorenzana en la zona, para cooptar el liderazgo vacío y mantener el monopolio del trasiego vía Zacapa. Así a los Lorenzana les llegó el momento de hacer la decisión postergada desde 2008, cuando le dieron licencia a los Zetas para matar a Juancho.

Poco le ayudó a los Lorenzana el hecho que aumentó el tráfico terrestre de cocaína en 2009, de Honduras a Guatemala, porque un incremento en el patrullaje militar en Petén disminuyó el número de narco aterrizajes en Guatemala. Además, el golpe de Estado de junio de 2009 en Honduras facilitó el incremento del narcotráfico aéreo a ese país, porque las fuerzas de seguridad estaban más concentradas en controlar la violencia política (y el Congreso hondureño se negaba a aprobar una ley de extradiciones, que aprobó hasta 2012). Con más droga en tierra, hubo más rutas que disputar y más violencia en ambos lados de la frontera. No es que hubiera más producción de droga para los narcos, sino un mayor volumen de droga pasando por la frontera entre Honduras y Guatemala que antes hubiera sido trasladada por aire desde Sudamérica hasta Guatemala. Entonces, había más droga transportada por tierra que era susceptible a tumbes.

Las capturas y extradiciones, en Guatemala y México, y la expansión de los Zetas (aliados con narcos locales), comenzaron a cambiar el rostro del narco en el país.  En 2007, entraron por Huehuetenango, pero hicieron de Alta Verapaz su centro de operaciones. Para 2009, tenían dominado el corredor entre Honduras y México, empezando por Izabal, y siguiendo la Franja Transversal del Norte, pasando por Alta Verapaz, su puente hacia Quiché, pero también se movilizaban hacia Petén en el norte, y hacia la capital y la costa del Pacífico al sur, de acuerdo con el MP.

En 2009 quedó claro que los Zetas habían encontrado el camino y los accesos a armas resguardadas en bodegas militares. En marzo y abril, las autoridades encontraron numerosas armas, miles de municiones y por lo menos mil granadas en el Ixcán, Quiché, y en Amatitlán, Guatemala. En Amatitlán, las autoridades encontraron un fusil que pertenecía a un lote comprado para la policía durante el gobierno de Oscar Berger (2004-2008), según Carlos Menocal, el ministro de Gobernación del gobierno de Álvaro Colom desde 2010 (2008-2012).

Entre 2010 y 2011, los Zetas fortalecieron su extensión hacia el oriente del país, con la misma agresividad empleada en México. La expansión ocurrió cuando los Lorenzana estaban más golpeados, después de las capturas, y mantenían un perfil bajo. Seguían traficando, pero ya no tenían el poder de monopolizar cuanto ocurría en Zacapa. Su control sobre los tumbadores de droga en la frontera con Honduras y, al sur, con El Salvador, era aún menor. Entonces, los Zetas aprovecharon el momento.

El incremento en el número de muertes violentas en los departamentos cerca de la frontera con Honduras, desde 2011, podría obedecer a que los Zetas comenzaron a cobrar derecho de piso. En México, su modus operandi consiste en tomar territorios y monopolizar la actividad criminal. Es decir, se adueñan de una zona no sólo para delinquir, sino para que cualquiera que quiera pasar por ahí, y delinquir ahí, deba pagar por el derecho de hacerlo—una especie de impuesto criminal. Así tienen pactos con traficantes de migrantes indocumentados y tratantes de personas, entre otros grupos criminales.

Estas matanzas incluyen los ataques contra algunos terratenientes en el oriente del país (que la policía asocia al narcotráfico), algunos distribuidores pequeños de droga y tumbadores en la zona. Entre estos casos destaca el de Jairo Orellana, a quien—según fuentes de inteligencia civil—los Zetas pretendían ajusticiar por negarse a pagar una cuota por operar. En cambio, los victimarios acribillaron a sus siete guardaespaldas frente a un edificio de clínicas en la zona 15 capitalina, de donde Orellana presuntamente huyó ileso, en noviembre de 2012. Orellana ha sido identificado también como la pareja de Marta Julia Lorenzana.

Para 2012, los Zetas ya operaban en el sur y el occidente de Guatemala. Para diciembre pasado, habían recibido dos cargamentos en una finca en Escuintla. La persona que los envió desde Zacapa presuntamente fue Marta Julia Lorenzana, según información extraoficial. El hecho era un parte aguas en la historia de la familia, que tenía años de traficar exclusivamente para el Cartel de Sinaloa. Para los Zetas, en cambio, su incursión en la costa sur no era inusual. Algunos de los Zetas mexicanos detenidos en 2008 portaban cédulas de vecindad extendidas por municipalidades de la Costa Sur, según el MP (que investigaba si eran documentos falsificados o legítimamente extendidos con base en identidades falsas). Se presume que, una vez en Escuintla en 2012, los Zetas utilizaron otro correo para mover los cargamentos hasta México.

Resultó llamativo que Hans Breiner Lemus Lorenzana, ex alumno del Instituto Adolfo V. Hall, además de ser el hijo de 17 años de Marta Julia Lorenzana, fue detenido en junio pasado en San Marcos con un cargamento destinado al Cartel de Sinaloa, cuando una fuente militar vincula a su madre con los Zetas desde diciembre de 2012 (aunque el Departamento del Tesoro de EE.UU. sólo la asocia al Cartel de Sinaloa). Las autoridades guatemaltecas determinaron que los 15 kilos de cocaína que le decomisaron a Lemus Lorenzana estaban marcados con una herradura, un símbolo característico del Cartel de Sinaloa. El hecho que era un cargamento pequeño podría indicar que era una muestra, para probar la eficacia de una ruta o un nuevo correo, antes de arriesgar un cargamento mayor—una prueba que el adolescente evidentemente perdió, por novato o porque alguien lo delató.

Un ex funcionario de Gobierno sospecha que el fraccionamiento del poder de los Lorenzana dejó a algunos miembros y socios de la familia Lorenzana en libertad para negociar con socios ajenos al Cartel de Sinaloa. De ahí, quizá, que la madre de Lemus Lorenzana sea vinculada con los Zetas. Este es uno de los espacios abiertos bajo la agujereada sombrilla de los Lorenzana, que ahora sienta las bases para nuevos conflictos.

Si bien es cierto que los narcos no tienen territorios graníticos, según Rosada, sí tienen rutas sólidas, intocables, y cuanto más se acerquen las rutas, mayor es el potencial para conflicto —especialmente con los Zetas supuestamente incursionando en Escuintla, donde las rutas tradicionalmente son del Cartel de Sinaloa. Si unos miembros de los Lorenzana trafican con un grupo, y otros con otro, el potencial para el conflicto es aún mayor.

El peligro actual es que los Zetas parecieran haber formado un anillo operativo, que extiende un brazo desde la frontera con Honduras hacia el Noroccidente y el Golfo de México (la zona fuerte de los Zetas), y otro que se extiende desde el Oriente hacia la Costa Sur. De ser ese el caso, la fricción y el incremento de la violencia en el Occidente del país es cuestión de tiempo. Poco indica que los socios del Cartel de Sinaloa –tradicionales dueños de la ruta por el Pacífico– se cruzarán de brazos. Sin embargo, la reciente captura del “Z-40” en México ahora podría cambiar el rumbo de los eventos. Su hermano, Oscar Omar Treviño Morales (alias “Z-42”), es el principal candidato para asumir el liderazgo, pero sólo el tiempo puede decir si es capaz de evitar que los Zetas se debiliten y fraccionen en Guatemala.

Mientras tanto, el narcotráfico permanecerá sujeto a las manos que escriben —dentro y fuera de la ley— su próximo capítulo.

Julie LópezPlaza Pública

LEA ADEMÁS:  Especial de política de drogas por El Ciudadano


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano