El fuego ya está apagado en la reserva indígena Manoki y aunque el humo todavía oculta al sol, es tiempo de reconstruir el bosque y la rutina de las 87 familias de pueblos originarios que allí viven
«La estrategia es devastar, desforestar y aprovechar la tierra porque aquí no existe fiscalización, está todo liberado en este país; la mata estuvo en llamas y la gente está preocupada y tiene miedo de que aparezcan más fuegos, toda esta región puede entrar en llamas y no sabemos si alguien nos va a dar respuesta», relata a Sputnik Giovane Tapura, integrante de la comunidad indígena Manakoní.
El área ubicada en el municipio de Brasnorte está supuestamente protegida por un decreto presidencial de 2008, sin embargo, los gobiernos brasileños de las últimas tres décadas no homologaron las tierras en nombre de la comunidad Manoki, que permanece allí desde la década de 1970, cuando apenas eran 60 personas.
Se trata de una etnia casi extinta por los colonos portugueses que allí se instalaron, obligándolos a abandonar el sitio hasta compartir tierras con la comunidad Irantxe; cuando tomaron conocimiento de la constitución brasileña, los Manoki comenzaron sus reclamos sobre las tierras originales.
«Nosotros luchamos hace más de 30 años en la justicia brasilera para homologar esta tierra para nosotros, de acuerdo con nuestra constitución brasilera, pero el gobierno no tiene interés en homologar para los indígenas, porque los intereses son grandes para el agronegocio», contó Tapura.
El tamaño del territorio, 250.000 hectáreas, hace que sea imposible de controlar para las casi 500 personas que hoy componen la comunidad que vive de la caza, la pesca y la cría de pequeños animales como gallinas y puercos, los cuales no sufrieron peligro alguno, como sí ocurrió con el bosque, que quedó chamuscado.
Tapura explicó que la relación que la comunidad mantiene con los productores rurales «siempre fue tensa», porque «siempre se incomodan con nuestra presencia», y enfatizó: «Somos un pueblo que fue masacrado entonces no tenemos miedo ni somos cobardes».
El sistema productivo es el mismo que se repite en todo el continente: los «invasores», como le llaman los indígenas a los estancieros, provocan quemas controladas para limpiar el terreno, reemplazar la mata original por pasto y prepararlo para la explotación ganadera o agrícola, en particular, para el sembrado de soja.
En ese contexto, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, decretó el 29 de agosto la suspensión de quemadas en todo el territorio nacional por 60 días, luego de 24 días de incendios que duplicaron la tasa anual y ante la sospecha cada vez más intensa de que el origen de la catástrofe está relacionada con una celebración conocida como «el día del fuego».
«Este año no fue un incendio común para deforestar sino que sentimos que el presidente incentivó esto y alentó a los hacendados a desmalezar y a cometer crímenes ambientales; el propio Gobierno incentiva eso y si bien siempre fue así, nunca pasó tanto como con este Gobierno», opinó el indígena, que confirmó que ya iniciaron reclamos en el ministerio público de Brasil y otros organismos.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil (INPE), en lo que va del año se registraron 83.329 focos de incendios y hasta julio la superficie quemada en la Amazonía era de 18.629 kilómetros cuadrados.
En agosto de 2018 los focos en tierras indígenas del estado de Mato Grosso fueron 461, pero en el mismo mes de este año treparon a 1.143, según datos del Instituto de Investigaciones Espaciales del Brasil (INPE, por sus siglas en portugués).
Cortesía de de RT
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