Comunidades indígenas de Panamá trabajan en un proyecto de revitalización de sus sistemas productivos tradicionales para fortalecer sus sistemas agroalimentarios. Así, accedieron a financiamiento y asistencia técnica por parte del Ministerio de Desarrollo Agropecuario y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Los indígenas pertenecen a los pueblos Naso, Bribri, Guna, Emberá y Wounaan; y con esta iniciativa buscan contribuir a la seguridad y soberanía alimentarias de los pueblos originarios, además de reducir la pobreza en esas poblaciones, la cual afecta al 96,7% de las personas, según la última Encuesta de Niveles de Vida.
Como parte del proyecto, durante mayo y junio últimos, 560 familias indígenas priorizaron la siembra de 72 hectáreas agrícolas de yuca, ñame, plátano, ñampí, otoe (malanga), arroz, maíz y café, considerados por las propias comunidades como productos fundamentales en sus dietas tradicionales.
«Algunas de las semillas se estaban perdiendo, como el ñame baboso, el ñampí, el plátano amarillo o el arroz plata, una variedad muy apreciada en la comunidad por su calidad y capacidad de conservación», explicaron algunos productores, quienes resaltaron la validez del programa, porque contribuye a recuperar alimentos que integran «nuestra tradición alimentaria».
Un plan de desarrollo integral
La iniciativa forma parte de los esfuerzos que realiza el Gobierno para mejorar la calidad de vida de estas comunidades, a través del Plan de Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas, y para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, bajo su principal premisa de «no dejar a nadie atrás».
«Las comunidades han puesto un mayor énfasis en rubros de consumo masivo a nivel nacional y que se conectan con los mercados locales, entre ellos plátano, ñame y café, junto con los considerados importantes para su soberanía alimentaria, ñame, ñampí y maíz», explicó Jorge Samaniego, oficial de Producción y Protección Vegetal de la FAO.
Entre las capacidades técnicas adquiridas durante la instalación de las parcelas, sobresalen el manejo de cultivos, las distancias de siembra, transferencia de métodos y diseños de terrenos, además de la conservación y manejo sostenible de agua y suelos.
A través de un modelo participativo e innovador, el proyecto facilita el fortalecimiento de las capacidades de las familias, organizaciones indígenas e instituciones que prestan servicios de apoyo al desarrollo en materia de tecnología, seguridad alimentaria y educación nutricional, entre otros factores, con especial atención a la inclusión de mujeres y jóvenes.
«Es la primera vez que una iniciativa de apoyo técnico ha tenido en cuenta a la comunidad, y la experiencia está siendo muy positiva, porque nosotros vivimos del campo y estamos para producir», afirmó la productora Virginia Castillo.