Las elecciones presidenciales de Brasil concluyen una segunda vuelta que culmina en la inédita segunda reelección de un partido de gobierno. La actual presidenta Dilma Rousseff (PT) obtuvo el 51,64% de los votos, totalizando 54.499.901 electores. El senador Aécio Neves (PDSB) recibió el 48,36% de los votos con un total de 51.041.010. El polarizado pleito presentó una victoria aplastante del lulismo en la Región Nordeste, pero fue definida en la votación de la coalición Con La Fuerza del Pueblo en Río de Janeiro y Minas Gerais. El empeoramiento político deja legado y no desaparece con el fin de la campaña. El país no está necesariamente dividido pero puede pasar por momentos de inestabilidad, en especial en los próximos doce meses. Los últimos días antes de las elecciones y los factores mediáticos ciertamente ya produjeron secuelas.
Pasada la elección observamos que el lulismo recuperó cierto aliento para proyectar un gobierno con marca propia. Lula fue el gran apoyo electoral de Dilma en este pleito y eso puede ser puesto en parte, en la cuenta positiva del lulismo. Dilma venció en comparación con los gobiernos del lulismo frente a la Era FHA (Fernando Henrique Cardoso), ganó en la autoestima de los brasileros (identificación con los sectores populares), en el cálculo racional de la posibilidad de empeoramiento de las condiciones materiales de vida, y por fin en el rechazo a Aécio Neves, el personaje que viniendo de la oligarquía minera promovería un “nuevo” país con las viejas elites de siempre.
¿Podemos preguntarnos y evaluar cómo llegamos a un resultado de segunda vuelta en las elecciones con una disputa tan apretada? Sería posible identificar la causa en la división del país y también entender que las causas de esta división son perceptibles. Brasil promovió la movilidad social, y esta camada ascendente (de la pobreza a la clase media) no trajo consigo valores de cambio y mucho menos identificación popular. Una de las formas clásicas de dominio es la reproducción de valores e identificación de la clase superior de la sociedad como teniendo un valor universal. El país está dividido en la reproducción de valores con cierta ideología de superación, de valor de mercado, contra la intervención y promoción del Estado en la economía y en la organización social. Solo conseguimos entender el rechazo al PT si comprendemos la condición de dependientes y alineadas a Occidente de las elites brasileras, en especial las clases altas de San Pablo.
El conflicto se da porque existe en estas elites un miedo a la “venezolanización” del Brasil. Esto es absurdo en términos de posibilidades, pero las ideas son concretas para quienes las reciben y reproducen. Estas mismas elites se sirven del Estado y a través de su intervención es posible la expansión del capitalismo en Brasil. Todavía así, el rechazo al proyecto de centro-izquierda es enorme.
También podemos buscar relaciones causales para atribuir la victoria de Dilma en segunda vuelta observando las circunstancias políticas de la reelección, identificando quienes son los electores de Dilma. Nótese que Dilma ganó con una masa de votos en el Nordeste y venció con márgenes razonables en Río de Janeiro y Minas Gerais. Los electores de Dilma en su mayoría están más identificados con el lulismo y lo que resta de izquierda en la propuesta del PT.
Podemos afirmar entonces que Dilma venció en comparación de los gobiernos del lulismo con la Era FHC, ganó en la autoestima de los brasileros (identificación con los sectores populares), en el cálculo del empeoramiento de las condiciones materiales de vida y por fin, en el rechazo a Aécio Neves como el personaje que viniendo de la oligarquía minera promovería un “nuevo” país con las viejas elites de siempre. Es obvio que la presencia del banquero y especulador Armínio Fraga ayudó también a la elección de Dilma.
El país que fue a las urnas en 2014 sorprende por ser el de apenas un año después de 2013, el año con mayor compromiso de protestas desde la década de los 80 del siglo XX. Para interpretar el fenómeno es preciso buscar razones explicativas para la reelección un año después de haber salido el país a las calles con manifestaciones y con críticas hechas al gobierno por cuenta de los gastos de la Copa del Mundo, de la construcción de hidroeléctricas, de la sociedad del Estado con las empresas contratistas, de la agenda ambiental, de la subasta de los pozos de petróleo, del pésimo desempeño de la economía, de la política indigenista.
Obsérvese que el país que fue a las protestas no se identifica con la crítica hecha por la derecha al gobierno. En España ocurrió lo mismo. El Estado español se vio delante del movimiento de los indignados y en las elecciones posteriores se acabó eligiendo al PP (la derecha política) como un voto castigo al PSOE (los socialdemócratas que impusieron el “pensionazo” y la pérdida de derechos de los asalariados). Entiendo que los brasileros que se adhirieron a las protestas encajarían más en campañas de tipo democracia directa, definiendo en forma plebiscitaria los temas estructurales de la sociedad brasilera y no adhiriéndose al candidato A, B o C, más aún si tomamos en cuenta la diminuta izquierda electoral en el país.
Recuerdo que en la primera vuelta, la segunda posición no fue de Aécio, sino de la suma de votos nulos, en blanco y abstenciones. No podemos confundir las manifestaciones y protestas de 2013 con la tentativa de secuestro de la agenda, operada tanto por la derecha como por la derecha mediática, hecho que ocurrió y que hoy está claro para cualquier persona que estudia el tema. Sería imposible suponer que aquellos que lucharon contra el aumento del pasaje colectivo eligiesen a un tucano (PSDB) como voto castigo para el PT y su abandono de la izquierda.
Electoralmente contaron mucho dos factores. La derrota de Aécio en Minas Gerais, debiendo interpretarse el hecho de que perdió en su Estado base. Y también la presencia del propio Lula en la campaña. Comenzando por Aécio, se nota la pésima escogencia del PSDB de Minas cuando eligió para el gobierno el nombre de Pimenta de Veiga, ex ministro de Comunicaciones de Fernando Henrique Cardoso, ocupando el cargo de 1999 a 2002, justamente en el primer período luego de la privatización del sistema TELEBRAS. En compensación, el ex gobernador tucano Antônio Anastasia fue electo para el Senado. Y al mismo tiempo, Fernando Pimentel (PT) fue electo en primera vuelta. Solo puedo inferir que no hay el mismo rechazo de los electores tucanos y petistas en Minas, y que también hay un cierto rechazo al legado del PSBD en Minas.
Lula fue el gran factor electoral de Dilma en este pleito y eso puede ser puesto en parte en la cuenta a favor del lulismo. Solo el lulismo, que según una definición mínima seria un pacto conservador con reformas sociales graduales, no fue bastante para derrotar al neoliberalismo. Lula entró en escena como factor electoral vinculando y movilizando a la máquina y a la militancia (incluso de temporada) del PT. El lulismo genera identificación y al mismo tiempo aumenta el miedo de pérdida de los derechos y condiciones materiales de vida adquiridos. Fue este lulismo pulverizado que aseguró la victoria de la heredera política de Lula.
La reelección tuvo también implicaciones tanto para la ex izquierda como para la izquierda restante. Para la ex izquierda, o sea el propio PT y lo que le resta de aliados, como el PC de B (Partido Comunista de Brasil) y la posible división del PSB, fue su salvaguarda. El PT es hoy un partido que tiene mucha dificultad para existir fuera de la maquinaria pública y el aliento necesario para, en caso que consiga la cohesión necesaria, promover o intentar impulsar reformas políticas.
Para la izquierda por un lado es un alivio, pues no queda en la cuenta de junio de 2013 la casi derrota del lulismo por los neoliberales. Y por otro es una urgencia, pues implica que la izquierda –la electoral y la no electoral– necesita encontrar formas de operar en las políticas de la sociedad brasilera. De allí la urgencia de la reforma política, ya que este proyecto tiene elementos de democracia directa.
El movimiento popular brasilero, aún dividido debería tener una agenda delante de este desafío de confrontar un gobierno y un partido que hace una campaña desde la izquierda y termina gobernando desde la centro-derecha. Lo que cité antes vale para los movimientos populares. Es preciso remontar una central sindical combativa, totalmente lejana de los puestos y cargos en el Gobierno Federal. El movimiento popular debería montar una instancia de coordinación y garantizar una pauta de emergencia para no dejar a la derecha –que también es gobierno– tomar sola la delantera de la política nacional. Una bandera urgente es no permitir que el Congreso pueda definir las tierras indígenas y quilombolas.
APUNTANDO CONCLUSIONES
El Brasil que emergió de la lucha contra el aumento de los pasajes y la victoria puntual en algunas ciudades no se identifica con el juego de la elección como ratificadora de la democracia indirecta y puede volver a presentarse en la arena política de 2015. Dilma tendrá momentos difíciles hasta por la delicada situación de la CPI de Petrobrás y las maniobras político-mediáticas verificadas este año. Entiendo que podemos tener un año impar –no electoral– bastante intenso y con espacio para la aglutinación de las fuerzas de izquierda, tanto las electorales como las de tipo libertario, para aumentar el espacio de incidencia real de la base en la sociedad brasilera.
Bruno Lima Rocha
Estratégia e Análise
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