La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, es una obra considerada por la crítica como una de las más representativas de la novelística americana. En tal sentido, se ha señalado su semejanza con Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos; Huasipungo, del ecuatoriano Jorge Icaza, y Raza de bronce, del boliviano Alcides Argüidas
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Este texto narra las aventuras de Arturo Cova en la selva colombiana. El autor acude al subterfugio literario de presentarse como el compilador de las notas y manuscritos del protagonista. El tema central de la obra es la visión agobiante de la selva. Al principio, vive Cova en un pueblo del llano, lejos de la selva. Experimenta allí tumultuosas relaciones sentimentales con Griselda, mujer de uno de sus amigos llamado Franco.
Como Griselda y Alicia —mujer de Cova— desaparecen, este y Franco deciden internarse en la selva en su búsqueda. Viene en seguida el episodio central de la obra, vale decir la mostración dramática y alucinante de la naturaleza en todo su salvaje apogeo, la selva, impasible, arrolladora de toda civilización. Cova y sus acompañantes, en su exploración, se encuentran con un infierno dentro de otro: la explotación de las plantaciones de caucho.
Aquí viene lo que interesa justamente hoy, el Día del Aborigen Americano y los pueblos originarios. Se muestra allí, hasta límites inhumanos e increíbles, la brutal explotación del hombre por el hombre, pero principalmente del indio, que es el trabajador que más padece.
Después de variados incidentes el protagonista logra rescatar a las perdidas, pero la vorágine ha logrado destruir a quienes se enfrentaron con su arrollador salvajismo. Termina el libro con la frase: «La selva los ha devorado».
Eustasio Rivera, a juicio de la critica, «supo expresar la especie de horror biológico que inspira la selva y su sofocación, gracias a una rara capacidad de descripción y evocación, puesta al servicio de un estilo nervioso y de una superabundancia verbal. De toda la obra se desprende un sonido de crueldad salvaje».
Los indios
Físicamente, el narrador nos informa de que se parecen como los frutos de un mismo árbol: «Los aborígenes del bohío eran mansos, astutos, pusilánimes, y se parecían como las frutas de un mismo árbol». La mayoría de ellos estaban desnudos.
Moralmente, los describe como un pueblo ignorante, inocente e irresponsable. Fácilmente se dejan engañar y robar debido a su ignorancia. Y también dice que es un pueblo que no tiene ni dioses ni héroes, tampoco tiene patria, ni futuro, ni pasado.
Para el narrador, los indios se limitan solo a vivir el presente. Ahora bien, reconoce que es un pueblo sociable, que acepta fácilmente a los demás. Por eso, el grupo del protagonista podía elegir a sus amantes entre las chicas que se acercaban de ellos.
Más adelante, este pueblo le salva la vida a un blanco, cuando su jefe quería matarlo. También les ofrecen comida y bebida a Arturo y a sus compañeros cuando estaban en vía para la busca de Barrera.
Así, a medida que la obra avanza, los indios se revelan como humanos, incluso más humanos que los blancos esclavos y los otros, los explotadores. Y Rivera muestra, entonces, a lo largo de su novela, los prejuicios de los colombianos y cómo todavía la colonización y la explotación a manos de capitales extranjeros de los pueblos nativos era brutal en el siglo pasado. La pregunta ahora, extrapolando la literatura a la realidad, es, ¿cuánto han cambiado las cosas, en Venezuela y en toda Latinoamérica?