En todo el globo, desde América Central y del Sur a África, Medio Oriente y Asia, el gobierno de Obama está desarrollando su fórmula para un nuevo modo de guerra estadounidense. Al hacerlo, el Pentágono y sus socios cada vez más militarizados se basan en todo, desde los preceptos clásicos de guerra colonial a las últimas tecnologías.
Parecía una escena sacada de una película de Hollywood. En plena oscuridad, hombres con equipo completo de combate, con armas automáticas y gafas de visión nocturna, agarraron un grueso cable colgado de un helicóptero Chinook MH-47. Luego, rápidamente, uno a uno se deslizaron sobre un barco. Después, “Mike” un SEAL de la Armada que no dio su apellido, alardeó ante un sargento de asuntos públicos del ejército de que mientras realizaban su juego, los SEALs podrían bajar 15 hombres a un barco en 30 segundos o menos.
Una vez que estuvieron en la cubierta de popa los soldados se dividieron en escuadrones y revisaron el barco mientras se balanceaba en Puerto Jinhae, Corea del Sur. Bajo cubierta y en el puente, los comandos ubicaron a varios hombres y los amenazaron con sus armas, pero nadie disparó un tiro. Era, después de todo, un ejercicio de entrenamiento.
Todos esos allanadores de barcos eran SEALs, pero no todos eran estadounidenses. Algunos eran del Grupo de Guerra Especial 1 de Coronado, California; otros de la Brigada Naval Especial de Corea del Sur. El ejercicio formaba parte de Foal Eagle 102, un ejercicio multinacional de servicios conjuntos. También era el modelo -y una pequeña muestra- de un publicitado “pivote” militar estadounidense del Gran Medio Oriente a Asia, una acción que incluye el envío de un contingente inicial de 250 marines a Darwin, Australia, la ubicación de barcos de combate litoral en Singapur, el fortalecimiento de vínculos militares con Vietnam e India, la realización de juegos de guerra en las Filipinas (así como un ataque de drones en ese país) y la transferencia de la mayoría de los barcos de la Armada hacia el Pacífico antes de finales de la década.
Ese modesto ejercicio de entrenamiento también reflejó otro tipo de pivote. La cara de la guerra al estilo estadounidense vuelve a cambiar. Olvidad las invasiones a gran escala y ocupaciones de amplia base en el continente eurasiático; en vez de eso hay que pensar en fuerzas de operaciones especiales que actúan independientemente pero que también entrenan o combaten junto a militares aliados (si no son directamente ejércitos testaferros) en puntos álgidos de todo el mundo. Y junto a esos consejeros, entrenadores y comandos de fuerzas especiales hay que esperar que cada vez más fondos y esfuerzan fluyan hacia la militarización del espionaje y la inteligencia, el uso de aviones no tripulados, drones, el lanzamiento de ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono con organismos gubernamentales “civiles” cada vez más militarizados.
Gran parte de esto se ha mencionado en los medios, pero ha escapado a la atención de qué forma todo esto se combina en lo que podría denominarse la nueva cara global del imperio. Y sin embargo, esto no representa nada que no sea una nueva doctrina Obama, un programa de seis puntos para la guerra del Siglo XXI, al estilo estadounidense, que el gobierno desarrolla y afina cuidadosamente. Su alcance global ya es imponente, aunque poco reconocido. al igual que las operaciones militares «ligeras» de Donald Rumsfeld y las operaciones de contrainsurgencia de David Petraeus, tendrá evidentemente su apogeo, y como ellas indudablemente desaparecerá de maneras que sorprenderán a sus creadores.
LA OPERACIÓN MILITAR CONFUSA
Durante muchos años, los militares estadounidenses han elogiado y promovido el concepto de la “operación militar conjunta”. Un helicóptero del ejército que descarga SEALs de la Armada en un barco coreano resume gran parte de estos principios al nivel táctico. Pero el futuro, parece, nos reserva algo diferente. Hay que pensar en ello como “operación militar confusa”, una especie de versión organizativa de la guerra en la cual un Pentágono dominante fusiona sus fuerzas con otras agencias gubernamentales -especialmente la CIA, el Departamento de Estado y la DEA (Administración de Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas)– en complejas misiones combinadas en todo el globo.
En 2001, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld inició su “revolución en asuntos militares” orientando al Pentágono hacia un modelo militar ligero de fuerzas ágiles de alta tecnología. El concepto terminó tristemente en ciudades iraquíes asediadas. Una década después los últimos vestigios de sus numerosas fallas siguieron apareciendo en una guerra estancada en Afganistán contra una insurgencia minoritaria variopinta que no se puede derrotar. Desde entonces dos secretarios de Defensa y un nuevo presidente han dirigido otra transformación orientada a evitar ruinosas guerras terrestres en gran escala en las cuales EE.UU. ha mostrado consistentemente que no puede vencer.
Bajo el presidente Obama, EE.UU. ha expandido o lanzado numerosas campañas militares, la mayoría utilizando una mezcla de los seis elementos de la guerra estadounidense del Siglo XXI. Tomemos la guerra estadounidense en Pakistán, un ejemplo de lo que podría llamarse ahora fórmula Obama, si no doctrina. Comenzando como una campaña de asesinato por drones altamente circunscrita respaldada por incursiones limitadas de comandos a través de la frontera bajo el gobierno de Bush, las operaciones en Pakistán se han expandido a algo cercano a una guerra aérea robótica en gran escala, complementada por ataques de helicópteros a través de la frontera “equipos de asesinato” de fuerzas testaferras afganas financiadas por la CIA, así como misiones en el terreno de operaciones de fuerzas especiales de elite, incluida la incursión de los SEALs que mataron a Osama bin Laden.
La CIA ha realizado también misiones clandestinas de inteligencia y vigilancia en Pakistán, aunque su rol, en el futuro, puede que sea menos importante gracias al lento avance de las misiones del Pentágono. En abril, de hecho, el secretario de Defensa Leon Panetta anunció la creación de una nueva agencia de espionaje parecida a la CIA dentro del Pentágono llamada Servicio Clandestino de Defensa. Según Washington Post , su objetivo es expandir “los esfuerzos de espionaje militar más allá de las zonas de guerra”.
Durante la última década, la noción misma de zonas de guerra se ha confundido remarcablemente, reflejando la confusión de las misiones y actividades de la CIA y del Pentágono. Analizando la nueva agencia, y la “tendencia más amplia de convergencia” entre las misiones del Departamento de Defensa y de la CIA, el Post señaló que la “confusión también se evidencia en los rangos más altos de las organizaciones. Panetta sirvió previamente como director de la CIA, y ese puesto está ocupado actualmente por el general de cuatro estrellas retirado David H. Petraeus”.
Para no ser menos, el año pasado el Departamento de Estado, que solía ser la sede de la diplomacia, continuó su larga marcha hacia la militarización (y la marginación) cuando acordó combinar parte de sus recursos con el Pentágono para crear el Fondo Global de Contingencia de la Seguridad. Ese programa otorgará al Departamento de Defensa más influencia en la afluencia de la ayuda de Washington a las fuerzas testaferras en sitios como Yemen y el Cuerno de África.
Una cosa es segura: La guerra estadounidense (junto con sus espías y sus diplomáticos) se orienta cada vez más profundamente hacia “las sombras”. Hay que esperar aún más operaciones clandestinas cada vez en más lugares y por supuesto con más potencial todavía para repercusiones en el futuro.
LAS OPERACIONES EN EL “CONTINENTE NEGRO”
Un lugar que probablemente presenciará la llegada de espías del Pentágono en los próximos años es África. Bajo el presidente Obama, las operaciones en el continente se han acelerado mucho más allá de las intervenciones de los años de Bush. La guerra del año pasado en Libia; una campaña regional de drones con misiones desde aeropuertos y bases en Yibuti, Etiopía, y Seychelles, la nación-archipiélago del Océano Índico; una flotilla de 30 barcos en ese océano en apoyo de operaciones regionales; una campaña múltiple militar y de la CIA contra milicianos en Somalia que incluye operaciones de inteligencia, entrenamiento a agentes somalíes, prisiones secretas, ataques de helicópteros e incursiones de comandos estadounidenses; un masivo envío de dinero para operaciones de contraterrorismo en toda África Oriental; una posible guerra aérea de estilo antiguo, realizada secretamente en la región utilizando aviones tripulados; decenas de millones de dólares en armas para mercenarios aliados y tropas africanas; y una fuerza expedicionaria de operaciones especiales (reforzada por expertos del Departamento de Estado, enviada para ayudar a capturar o matar al líder del Ejército de Resistencia del Señor, Joseph Kony y sus altos comandantes, operando en Uganda, Sudán del Sur, la República Democrática del Congo, y la República Centroafricana (donde Fuerzas Especiales de EE.UU. tienen ahora una nueva base) solo describen muy superficialmente la rápida expansión de los planes y actividades de Washington en la región.
Aún menos conocidos son otros esfuerzos militares de EE.UU. con el fin de entrenar fuerzas africanas para operaciones que ahora se consideran necesarias para los intereses estadounidenses en el continente. Incluyen, por ejemplo, una misión de la Fuerza de Marines Recon de la Special Purpose Marine Air Ground Task Force 12 (SPMAGTF-12) para entrenar a soldados de la Fuerza Popular de Defensa de Uganda, que suministra la mayoría de los soldados de la Misión de la Unión Africana en Somalia.
A comienzos de año, los marines de SPMAGTF-12 también entrenaron a soldados de la Fuerza Nacional de Defensa de Burundi, el segundo contingente por su tamaño en Somalia; enviaron entrenadores a Yibuti (donde EE.UU. ya mantiene una importante base en el Cuerno de África en Camp Lemonier), y viajaron a Liberia donde se concentraron en la enseñanza de técnicas de control de disturbios a los militares de Liberia como parte de un esfuerzo dirigido por el Departamento de Estado para reconstruir esa fuerza.
EE.UU. también realiza entrenamiento de contraterrorismo y equipa a militares en Argelia, Burkina Faso, Chad, Mauritania, Níger y Túnez. Además, el Comando África de EE.UU. (Africom) planifica 14 grandes ejercicios de entrenamiento en 2012, incluyendo operaciones en Marruecos, Camerún, Gabón, Botsuana, Sudáfrica, Lesoto, Senegal y lo que podría convertirse en el Pakistán de África, Nigeria.
Incluso esto, sin embargo, no abarca toda la dimensión de las misiones de entrenamiento y asesoría de EE.UU. en África. Un ejemplo, no incluido en la lista de Africom, fue la reunión organizada por EE.UU. esta primavera de 11 naciones, incluyendo Costa de Marfil, Gambia, Liberia, Mauritania y Sierra Leona para participar en un ejercicio de entrenamiento marítimo bajo el nombre de código Saharan Express 2012.
DE VUELTA EN EL PATIO TRASERO
Desde su fundación, EE.UU. ha interferido frecuentemente cerca de casa, ha tratado al Caribe como su lago privado y ha intervenido a su gusto en toda Latinoamérica. Durante los años de Bush, con algunas notables excepciones, el interés de Washington por el “patio trasero” de EE.UU., perdió importancia en comparación con guerras más alejadas. Recientemente, sin embargo, el gobierno de Obama ha estado incrementando sus operaciones al sur de la frontera utilizando su nueva fórmula. Eso ha significado misiones de drones del Pentágono en México para ayudar en la batalla de ese país contra los cárteles de las drogas, mientras los agentes de la CIA y agentes civiles del Departamento de Defensa fueron enviados a bases militares mexicanas para participar en la guerra contra la droga de ese país.
En 2012, el Pentágono también reforzó sus operaciones contra las drogas en Honduras. Trabajando desde la Base Mocorón y otros campos remotos de ese país, los militares de EE.UU. apoyan las operaciones hondureñas con los métodos que perfeccionó en Iraq y Afganistán. Además, las fuerzas de EE.UU. han participado en operaciones conjuntas con tropas hondureñas como parte de una misión de entrenamiento llamada Beyond the Horizon 2012; Los Boinas Verdes también han estado ayudando a fuerzas de Operaciones Especiales hondureñas en operaciones contra el contrabando de drogas y un Equipo de Apoyo de Asesoría de la DEA, creado originalmente para afectar el comercio de amapolas de opio en Afganistán, ha sumado sus fuerzas a las del Equipo de Reacción Táctica de Honduras, la unidad de elite contra los narcóticos de ese país. Un aspecto de esas operaciones fue reportado en las noticias recientemente cuando agentes de la DEA, volando en un helicóptero estadounidense, estuvieron involucrados en un ataque aéreo contra civiles en el que murieron dos hombres y dos mujeres en la remota región de Costa de Mosquitos.
Menos visibles han sido las actividades de EE.UU. en Guyana, donde Fuerzas de Operaciones Especiales han estado entrenando a soldados locales en técnicas de ataque aéreo transportadas por helicóptero.”Es la primera vez que hemos tenido este tipo de ejercicio con la participación de Fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. en una escala tan grande”, dijo a comienzos de año el coronel Bruce Lovell de la Fuerza de Defensa de Guyana a un funcionario de relaciones públicas estadounidense. “Nos da la posibilidad de validarnos y ver dónde estamos, cuáles son nuestros defectos”.
Los militares de EE.UU. también se han mostrado activos en otros sitios de Latinoamérica: finalizaron los ejercicios de entrenamiento en Guatemala, auspiciaron misiones de “construcción de la cooperación” en la República Dominicana, El Salvador, Perú y Panamá y llegaron a un acuerdo para realizar 19 “actividades” con el ejército colombiano durante el próximo año, incluyendo ejercicios militares conjuntos.
TODAVÍA EN MEDIO DE MEDIO ORIENTE
A pesar del final de las guerras de Iraq y Libia, de una próxima reducción de fuerzas en Afganistán y de copiosos anuncios públicos sobre su pivote de seguridad nacional hacia Asia, Washington no se está retirando de ninguna manera del Gran Medio Oriente. Aparte de la continuación de las operaciones en Afganistán, EE.UU. ha estado trabajando de modo consistente en el entrenamiento de tropas aliadas, la construcción de bases militares y en la organización de ventas y transferencias de armas a déspotas en la región de Bahréin a Yemen.
En los hechos, Yemen, como su vecina Somalia al otro lado del Golfo de Adén, se ha convertido en un laboratorio de las guerras de Obama. Allí, EE.UU. está realizando su nuevo tipo especial de guerra con tropas de “operaciones ocultas” como los SEALs y la Fuerza Delta del Ejército, realizando indudablemente misiones de asesinato/captura, mientras fuerzas “blancas” como los Boinas Verdes y los Rangers entrenan tropas indígenas y aviones robóticos persiguen y matan a miembros de al Qaida y sus afiliados, posiblemente con la ayuda de un contingente aún más secreto de aviones tripulados.
El Medio Oriente también se ha convertido en una región-ejemplo algo improbable para otra faceta emergente de la doctrina Obama: los esfuerzos de ciberguerra. En una alocución que mezcla las categorías, la secretaria de Estado Hillary Clinton apareció en una reciente Conferencia de la Industria de Operaciones Especiales en Florida, en la que destacó el entusiasmo de su departamento por sumarse al nuevo modo de guerra estadounidense. “Necesitamos Fuerzas de Operaciones Especiales que se sientan tan bien tomando té con dirigentes tribales como al atacar un complejo terrorista”, dijo a la multitud. “También necesitamos diplomáticos y expertos en desarrollo que estén dispuestos a la tarea de ser vuestros socios”.
A continuación Clinton aprovechó la oportunidad para destacar las actividades en línea de su organismo, orientadas a sitios web utilizados por la filial de al Qaida en Yemen. Cuando aparecieron mensajes de reclutamiento de al Qaida en estos últimos, dijo, “nuestro equipo llenó los mismos sitios con versiones alteradas… que mostraron el coste que los ataques de al Qaida han causado al pueblo yemení”. Además señaló que esa misión de guerra de la información fue realizada por expertos en el Centro de Comunicaciones Estratégicas de Contraterrorismo del Departamento de Estado con ayuda, lo que no sorprende, de los militares y de la Comunidad de Inteligencia de EE.UU.
Esos modestos esfuerzos en línea se suman a otros métodos más potentes de ciberguerra empleados por el Pentágono y la CIA, incluido el recientemente revelado programa “Juegos Olímpicos” de ataques sofisticados, desarrollados y utilizados por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y la Unidad 8200, el equivalente israelí de la NSA, contra ordenadores de las instalaciones de enriquecimiento de uranio en Irán. Como en el caso de otras facetas del nuevo modo de guerra, esas actividades se iniciaron durante el gobierno de Bush pero se han acelerado significativamente bajo el actual presidente, quien se convirtió en el primer comandante en jefe estadounidense que ordena continuos ataques cibernéticos organizados para incapacitar la infraestructura de otro país.
DE PEQUEÑOS INCENDIOS A FUEGOS INCONTROLADOS
En todo el globo, desde América Central y del Sur a África, Medio Oriente y Asia, el gobierno de Obama está desarrollando su fórmula para un nuevo modo de guerra estadounidense. Al hacerlo, el Pentágono y sus socios cada vez más militarizados se basan en todo, desde los preceptos clásicos de guerra colonial a las últimas tecnologías.
EE.UU. es una potencia imperial castigada por más de 10 años de guerras fracasadas, de huella pesada. Cojea debido a una economía debilitada y está inundada de cientos de miles de veteranos recientes –un impresionante 45% de los soldados que combatieron en Afganistán e Iraq– que sufren incapacidades relacionadas con el servicio y necesitarán cuidados cada vez más costosos. No sorprende que la actual combinación de operaciones especiales, drones, juegos de espías, soldados civiles, guerra cibernética, y combatientes testaferros suene como un tipo más seguro, más sano, de actividad bélica. A primera vista, podrá parecer una panacea de los males de seguridad nacional de EE.UU. En realidad, puede ser todo lo contrario.
La nueva doctrina de huella ligera de Obama parece lograr que la guerra parezca una opción cada vez más atractiva y aparentemente fácil, un punto subrayado recientemente por el ex jefe del Estado Mayor Conjunto, Peter Pace. “Me preocupa que la velocidad facilita demasiado el empleo de la fuerza”, dijo Pace cuando lo consultaron sobre los recientes esfuerzos para simplificar el despliegue de Fuerzas de Operaciones Especiales en el extranjero”. “Me preocupa que la velocidad facilita demasiado que se encuentre una respuesta fácil –vamos a golpearlos con operaciones especiales– en lugar de encontrar una respuesta posiblemente más laboriosa para una mejor solución a largo plazo”.
Como resultado, el nuevo modo de guerra estadounidense representa un gran potencial de embrollos imprevistos y reacciones en serie. El inicio o avivamiento de pequeños incencios en varios continentes podría conducir a incendios incontrolados que se propagarían imprevisiblemente y que pueden ser difíciles, si no imposibles, de extinguir.
Por su propia naturaleza, los pequeños enfrentamientos militares tienden a aumentar de tamaño y las guerras tienden a extenderse más allá de las fronteras. Por definición, la acción militar tiende a tener consecuencias imprevistas. Para los que dudan, basta con que miren a 2001, cuando en un solo día tres ataques de baja tecnología provocaron más de una década de guerra que se ha propagado por todo el globo. La reacción a ese día comenzó con una guerra en Afganistán que se extendió a Pakistán, se desvió hacia Iraq, estalló en Somalia y Yemen, etc. Hoy los veteranos de esas intervenciones tratan de repetir sus dudosos éxitos en sitios como México y Honduras, la República Centroafricana y el Congo.
La historia demuestra que EE.UU. no tiene mucho éxito cuando intenta ganar guerras, ya que no ha logrado una victoria en conflictos importantes desde 1945. Intervenciones más pequeñas han sido una mezcla de modestas victorias en sitios como Panamá y Granada y resultados ignominiosos en el Líbano (en los años ochenta) y Somalia (en los noventa), por mencionar solo algunos.
El problema es que cuesta decir en qué se convertirá una intervención hasta que es demasiado tarde. Aunque siguieron caminos diferentes, Vietnam, Afganistán, e Iraq comenzaron todas relativamente pequeñas, antes de convertirse en grandes y desastrosas. La perspectiva de la nueva doctrina de Obama parecer lejos de ser halagüeña a pesar de los informes positivos de la prensa de Washington.
Lo que actualmente parece una fórmula de una proyección fácil del poder que impulsará los intereses imperiales a bajo coste podría convertirse pronto en un desastre absoluto que probablemente no será evidente hasta que sea demasiado tarde.
Nick Turse*
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
*Historiador, ensayista, periodista de investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente también profesor en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es: The Case for Withdrawal from Afghanistan (Verso Books). Tambien es autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives . Puede seguirlo em Twitter @NickTurse, en Tumblr, y en Facebook. Su web es NickTurse.com.