Aeropuerto, casinos, ciudades empresariales, autopistas y edificios recién construidos que se vinieron abajo o amenazan con desplomarse, son la cara del Chile construido en base a la maximización de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Al otro lado de la moneda, hordas de personas que han sido educadas por la publicidad y los medios con el ‘sálvate a ti mismo’ dan cuenta de la descomposición del tejido social en la segunda ciudad más grande del país.
Poco a poco el polvo que cubría las ciudades del centro y sur del país se disipa, las réplicas bajan su intensidad y salen del shock quienes les tocó vivir uno de los terremotos más grandes que se tenga registro en la historia. Pero el sacudón de la madrugada del sábado 27 de febrero no sólo terminó de golpe el verano del sur del mundo, devastando gran parte de la zona central y sur del país, sino que también resquebrajó el modelo neoliberal del que tanto se jactaban los medios y los políticos criollos.
El temblor echó al suelo el modelo del Estado mínimo administrado por la Concertación y que será profundizado por el próximo gobierno derechista de Sebastián Piñera. En cosa de segundos colapsó el sistema de distribución de energía eléctrica, alimentos, comunicación y transportes regentado por privados y hoy, a 4 días de la tragedia, aún no se repone de manera eficaz.
Si bien fue un terremoto 8,8 grados en la escala de Richter -que dejó un saldo de muertos que ya se acerca a las 800 personas- la capacidad de reacción y la infraestructura disponible están lejos de las normas y regulaciones que dice tener un país instalado sobre el cordón de fuego del Pacífico.
TRES DÍAS EVALUANDO LOS DAÑOS
Pese a que el amanecer de ese sábado daba cuenta de que la debacle era total, la mínima lógica de establecer las prioridades: comunicación, asistencia médica y alimenticia, no entraba dentro de las pesadas lógicas gubernamentales. En un gesto más efectista que de real eficacia para los momentos en que se vivía, la presidenta Michelle Bachelet se fue a recorrer el sur en una comitiva de 3 helicópteros.
Un rápido recorrido por Valparaíso y Santiago daba cuenta de que pese a lo intenso del movimiento telúrico la mayoría de las construcciones habían soportado en pie, cayendo cornizas, muros exteriores y una que otra casa antigua.
A esa hora del día las informaciones difundidas eran vagas, ya que no había conexión con las ciudades de Talca, Concepción y la zona costera de esas regiones. Los canales de televisión a esa hora mostraban la caída de carreteras elevadas y el colapso de un edificio recién construido en la comuna de Maipú.
Pero al pasar las horas el restablecimiento de las comunicaciones daba cuenta de que Santiago no es Chile y que las regiones del Maule y del Bío Bío estaban en el suelo. Pese a que se desnudaba poco a poco la magnitud de la catástrofe en un gesto de soberbia y falsa idea de ser un país ‘desarrollado’, el gobierno de Bachelet no quiso pedir ayuda internacional, política que remedió hace pocas horas.
La petición oficial ante la ONU de ayuda por el terremoto fue oficializada recién 2 días después de la catástrofe, detallando la necesidad de hospitales de campaña y conexiones satelitales, pese a que se ha estimado en US$ 30.000 millones los costos de la catástrofe.
Las ‘autoridades’ decían que estaban evaluando la tragedia, tarea en que se pasaron hasta el lunes en la tarde, cuando recién se anuncia (para la tele) la entrega de ayuda, la que recién comenzó a llegar la jornada del martes.
Parece que hasta antes del terremoto no habían en el país teléfonos satelitales o sistemas de comunicación que no requirieran energía eléctrica y aún hoy a las autoridades no se les ocurre implementar una sencilla base de datos en internet que recoja la información sobre personas vivas y desaparecidas (donde todos contribuyan en la recolección de la información), que centralice las búsquedas y permita saber de la situación de los seres queridos.
LO QUE SE VINO ABAJO
El edificio Borde Río, edificado por la constructora Socovil en Concepción y terminado el año pasado, que se fue literalmente de espaldas ha sido el símbolo de la catástrofe. De su interior se han rescatado ya 30 cuerpos y, pese al paso de las horas, aún hay esperanza en encontrar personas con vida.
Si bien la mayoría de las edificaciones resistieron el terremoto, efecto de las normas de edificación chilenas que exigen una resistencia a temblores de 9 grados, otros edificios nuevos de las comunas de Maipú, Santiago centro, Conchalí y Ñuñoa; algunos del borde costero de Viña del Mar que amenazan con derrumbarse dan cuenta de que constructoras inescrupulosas y funcionarios públicos ineficientes han sido la tónica del modelamiento de las ciudades.
En Concepción y Santiago dos torres de tantos pisos como costo, recién terminadas, amenazan con derrumbarse sobre sus vecinos. El edificio de Ñuñoa con serios daños estructurales fue edificado por la constructora Paz, una de las estrellitas de la industria inmobiliaria local
Otro símbolo lo constituye el colapso de la Ciudad Empresarial, símbolo de la arquitectura neoliberal y la arrogancia empresarial, cuyos edificios han quedado inutilizados. Se suman el reciente inaugurado casino Monticello, a la salida sur de Santiago, y el de Viña del Mar, cuyos salones de juego vinieron venir sus techos abajo. Igual situación ocurrió con el hotel 5 estrellas del casino costero, construido hace menos de 5 años.
Pese a que el resto de las edificaciones se ven en buen estado, hay que esperar las inspecciones que darán cuenta si en el país el auge inmobiliario aplaudido por las ‘autoridades’ no terminó siendo una promesa de tumba para sus moradores.
Pero la naturaleza también desplomó la infraestructura cuya construcción desde la gestión de Ricardo Lagos como ministro de Obras Públicas el Estado dejó en manos de consorcios privados. Así ocurrió con las carreteras que vieron desplomarse pasos bajo nivel entregados hace menos de un año y vías elevadas, cuyo su desplome por suerte no dejó víctimas fatales.
La intensidad del seísmo no justifica que los pasos en altura de autopistas como Vespucio Norte colapsaran. Dicha autopista y Vespucio Sur, que también se cortó en varios puntos, son de propiedad de las concesionarias españolas ACS Sacyr y Cintra, las que hasta esta mañana seguían cobrando el tag y los peajes.
En tanto, la ruta entre Santiago y Osorno aún tiene 105 problemas entre cortes de puentes y caminos en pésimo estado, llamando la atención la caída del puente que cruzaba el rió Maule. Otros 2 puentes y 3 pasos superiores se hallan en el suelo. Herman Chadwick, representante de las autopistas, se limitó a decir a la prensa que el plazo fijado por las mismas concesionarias es de 6 a 8 meses para su reparación.
Pero la imagen más molestosa para los arquitectos del Chile neoliberal que ha hecho Tratados de Libre Comercio con más países que ningún otro es el colapso del aeropuerto de Santiago. Si bien no se trata de daños estructurales, el área de recepción de pasajeros recién inaugurada dejó caer todas sus molduras y revestimientos dejándolo inutilizado por un buen tiempo.
LOS SAQUEOS Y LA COMPETITIVIDAD
Una imagen de militar apuntando con pistolas a civiles en Concepción, parecida a las vistas décadas atrás, será quizás la imagen final del gobierno ciudadano de Michelle Bachelet y el anuncio de la administración de Piñera.
Es una situación de caos reinante, los saqueos amenazan la estabilidad social de la zona afectada por el terremoto, claro que esto ha sido jalonado por la incompetencia de la ayuda del gobierno central, el que 3 días después de la catástrofe recién dispuso el envío de 60 mil raciones de comida a ciudades que no han tenido luz, agua ni alimentos. De estas, unas 25 mil se repartieron en un solo día en la región del Maule, hecha pedazos por el terremoto.
Antes las ‘autoridades’ apostaron por el golpe de imagen de una presidenta cercana, recorriendo la zona afectada horas después de ocurrido el seísmo. Pero las palabras de pobladores de Concepción que acusaban que de nada servía que la presidenta se “paseara en helicóptero repartiendo saludos” y denunciando la crítica situación mostraron que se trató de un efecto de imagen.
La mañana del domingo los canales de televisión nos desayunaron con las imágenes de los primeros saqueos al supermercado Lider de Concepción, situación que se repitió en Constitución, Talca, Santiago y muchos otros pueblos y localidades. Pese a que los primeros relatos periodísticos mostraban cierta comprensión del hecho, al correr las horas los canales volvían a su ideología de respeto irrestricto a la propiedad privada.
Ningún periodista fue capaz de constatar lo evidente: en situaciones de catástrofe se demuestra que dicha propiedad no es algo natural a lo humano y las multitudes, pese a la barbarie con que se la describe, se concentró en los grandes almacenes para buscar alimentos.
Ni las promesas de D&S de repartir canastas familiares, cosa que aún no se cumple, ni la convocatoria a las reuniones de emergencia en La Moneda de los magnates de los supermercados –los que administran con criterios de maximización privada la gestión de alimentos para la población, ni las amenazas del ministro Viera Gallo de hacer respetar el toque de queda impuesto “por la razón o la fuerza”; logran apaciguar la constatación de los más pobres y afectados: con un Estado mínimo las ayudas tardarán en llegar y no serán permanentes.
Pero no sólo hubo saqueos de alimentos; las imágenes del robo de televisores, tiendas de ropa o lavadoras dieron pie a los medios criollos para criminalizar simples actos de sobrevivencia. En las mismas ciudades cuyos paraderos de micro y gigantrografías exhiben aún la invitación al paraíso de las cosas, las multitudes aprovechan un desastre para conseguirlas sin pasar por cajas o créditos de consumo.
Que luego del saqueo de las grandes tiendas y supermercados se pase al daño al vecino o al que vive en el barrio de al lado, también da pistas de la subjetividad producida en estas décadas del ‘sálvate a ti mismo’ o ‘ráscate con tus propias uñas’. Años de praxis individualista en los mensajes mediáticos y en las relaciones no dejan otro saldo que al momento de una crisis social las hordas se tomen las ciudades.
Qué nos importa el vecino, si siempre ha sido un competidor en esta jungla neoliberal. La solidaridad o la hermandad frente a la catástrofe suenan a palabras añejas que huelen a poder popular o autocontrol de las bases sociales, cosas exterminadas por los mismos militares que ahora son convocados a defender los negocios que se erigieron sobre la ruina del tejido social.
Y como la derecha no pierde oportunidad, Piñera ya manifestó este martes su deseo de extender la ‘zona de catástrofe’, la que permite el toque de queda, la pérdida del derecho a libertad de reunión y concentración, a otras regiones y por mayor tiempo.
En la capital el comercio de los barrios Meiggs, Patronato y La Vega cerraron sus puertas ante la amenaza de saqueos; y en Ñuñoa los vecinos de barrios antiguos esperan la caída de una torre recién construida sobre sus casas.
Las réplicas siguen al momento de escribir esto y los saqueadores fantasmas asolan más ciudades. La madrugada de hoy tuvo más de 4 movimientos y la cifra de muertos aumentará a medida que se hallen los desaparecidos.
Por Mauricio Becerra R.
El Ciudadano