Los misiles rubios de Israel y las bombas reales sobre Gaza

“Reitero que trataremos a la población [de Gaza] con guantes de seda” Ehud Olmer, primer ministro israelí No estoy segura de que la mayoría de la gente comprenda el significado del nombre “Operación Plomo Fundido”, elegido por Israel para su ataque criminal y asesino contra Gaza


Autor: Mauricio Becerra


“Reitero que trataremos a la población [de Gaza] con guantes de seda”
Ehud Olmer, primer ministro israelí

No estoy segura de que la mayoría de la gente comprenda el significado del nombre “Operación Plomo Fundido”, elegido por Israel para su ataque criminal y asesino contra Gaza. El nombre proviene de una cancioncilla infantil que fue (y puede que todavía lo sea) muy popular entre los niños israelíes en los años 50. En esta canción, un padre promete a su hijo un regalo especial de Januká: “un sevivon de plomo fundido. Sevivon, en hebreo (Dreidel en yidddish) es un peón de cuatro caras con el que se juega durante la fiesta judía de la Januká. Alguien, en el ejército israelí, que al parecer siente nostalgia de su infancia, decidió que si los niños israelíes se divierten con ese peón no existe razón para que los niños palestinos no lo aprecien también. Al fin y al cabo, la Operación Plomo Fundido no es el primero (y desgraciadamente no será el último) de los crueles juegos bélicos de Israel.

El cinismo incrustado en el nombre, elegido para lo que Ari Shavit, uno de los más prestigiosos comentaristas de Israel, ha denominado “una operación inteligente e impactante”, es sintomática de la fría, meticulosa y calculada crueldad con la que se ha “diseñado”, “ejecutado” y “vendido” al mundo. Tal como los propios perpetradores han difundido con orgullo, la Operación Plomo Fundido no es sólo una gran victoria militar sino además un éxito de la hasbara israelí (que en hebreo significa explicación, pero que en la práctica quiere decir desinformación, mentiras y manipulaciones).

Esta gran victoria, como algunos (pero no los suficientes) han señalado- el más prominente entre ellos, Richard Falk, Relator Especial de la ONU para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados palestinos-, va dirigida contra los “más desgraciados del mundo”. “Existen tres generaciones de refugiados (originarios de la zona en la que actualmente se dispara desde Gaza), que son la gente más pobre del mundo, atrapados en una de las áreas más densamente pobladas del planeta, ya exhaustos y debilitados por meses de bloqueo israelí. El depurado lenguaje de los medios de información occidentales lo califica de “reacción desproporcionada”. Pero la zona cero que ha creado para los palestinos, quienes durante las últimas décadas han alcanzado el dudoso honor de convertirse en la quintaesencia de las víctimas de la tierra, debería provocar “conmoción y pavor”(1) a cualquier persona que todavía no haya perdido su humanidad esencial y el sentido de la justicia.

La máquina de propaganda de Israel ha sido más recubierta todavía por su reconocida decisión de seleccionar a mujeres como masbirin (portavoces para desinformar) con el fin de “proyectar una imagen femenina más dulce”. Para añadir algún glamour a las clamorosas mentiras de Israel, Tzipi Livni, ministra de Asuntos Exteriores, rubia natural, anunció como respuesta a las peticiones de tregua: “No existe crisis humanitaria en la franja de Gaza: por eso no es necesaria una tregua humanitaria”

La ofensiva rubia, dirigida por la estrella ascendente de la política israelí, se ha fortalecido con un grupo de mujeres israelíes teñidas de rubio, que llenan las pantallas de todo el mundo con sus mentiras, videos y sexo. Explican al compasivo mundo las dificultades que tienen que aguantar los israelíes armados nuclearmente que se ven amenazados por cohetes artesanales. Al fin y al cabo, un israelí resultó muerto durante los últimos seis meses y otros tres israelíes (uno de ellos ciudadano palestino de Israel) fueron alcanzados por cohetes lanzados desde la Franja, mientras Gaza se ha convertido en un matadero gracias a los guantes de seda del ejército israelí.

Prestos a unirse a este almibarado equipo de rubios misiles han estado los más célebres y traducidos escritores israelíes, Amos OZ y David Grossman. Ambos proyectan a la comunidad internacional (es decir, al supuesto occidente liberal) lo que consideran la conciencia política y moral israelí. Los dos disfrutan de una posición privilegiada en las plataformas mediáticas más prestigiosas para exponer sus opiniones en relación con los principales acontecimientos políticos que afectan a Israel. Son los hamasbirim haleumin de Israel (los portavoces nacionales), eufemismo para los que engañan en el interior y en el extranjero, lavando los trapos sucios de Israel en la lavandería mundial.

Grossman (algo más a la “izquierda” que Oz) ha conseguido una autoridad moral extra tras la muerte de su propio hijo, al mando de un tanque, durante el asesino ataque contra Líbano en 2006. En una sociedad militarista, centrada en el culto del soldado caído, un desconsolado padre (av shakul, en hebreo) disfruta de un estatus especial.

Se habría esperado que Grossman “se valiera” de este nuevo estatus y adoptara una postura más valiente, que criticara la inmoral masacre de Israel, en lugar de volver a interpretar el eterno papel de víctima judía, suplicando a Israel que detenga el fuego mientras promete a Hamás que “Incluso si continúa disparando contra Israel, no responderemos con nuevos combates. Apretaremos los dientes, tal como hemos hecho durante el periodo previo a nuestro ataque”.

Los israelíes, en el auto elogioso discurso de Grossman, son rahmanim bnei rahmanim (hijos agradecidos de padres agradecidos), víctimas dignas y honradas. Quizás eso es lo que Olmert quiere decir cuando habla del sedoso tacto de los guantes israelíes acariciando a los palestinos “normales”, no militantes, de Gaza.

Una puede pensar en una más valiente y desconsolada progenitora, Smadar Elhanan-Peled, por ejemplo. Una madre que, tras perder a su hija en un atentado suicida en Jerusalén, pública y abiertamente responsabilizó de la muerte de su hija al gobierno israelí y a su cruel política con los palestinos. Su adolescente hija, al contrario que el hijo de Grossman, no era comandante de un tanque, ni tan siquiera soldado, sino simplemente una muchacha normal.

La bien orquestada maquinaria de propaganda ha estado también provista con la mejor de las “armas secretas” de manipulación masiva: el hecho de representar el papel de víctima una vez más. No se trata de algo accidental ya que, como los propios asesores políticos explicaban en una entrevista concedida a The Jewish Chronicle: “Los medios internacionales de información se han dirigido a un centro de prensa, montado por el ministerio de Asuntos Exteriores en la misma ciudad de Sderot, para que los periodistas extranjeros permanezcan el mayor tiempo posible en la principal zona civil afectada por los cohetes de Hamás”. Las escenas de gritos, los israelíes presos de pánico, han añadido una emotividad excesiva que ha contrapesado, y complementado adecuadamente al equipo de glaciales delincuentes rubias.

La designación de la franja de Gaza y del sur de Israel como “zona militar cerrada”, y la prohibición a los medios de información de la cobertura de la carnicería de Gaza contribuye a una visión suavizada de lo que ocurre allí como algo manipulado por Israel. El horror real y la sangre derramada queda reservada a los espectadores de Al-Jazeera, y en especial a los árabes. El Gueto asediado de Gaza continúa mudo y parcialmente invisible para el resto de nosotros. Oímos o vemos en los principales medios de difusión muy pocos testimonios sobre el terreno.

Por el contrario nos vemos bombardeados por declaraciones y “justificaciones” ofrecidas por responsables israelíes y “expertos internacionales” que analizan la “situación” con serenidad y “lógicamente”. Al fin y al cabo, al contrario que los gazíes que siempre están chillando y gritando, ellos no han sido bombardeados durante nueve días. Se les ha entrevistado en sus confortables (probablemente forrados de cuero) despachos. Tienen el aspecto y se expresan como respetables ciudadanos occidentales, exactamente como “nosotros”, y su ministra de Asuntos Exteriores es muy serena y fría tal como exige su cabello rubio.

Un estudio pionero, realizado por el Grupo de Medios de Información de la Universidad de Glasgow sobre la cobertura de conflictos por parte de los medios de comunicación, nos indica que si uno parece respetable y sereno es que tiene razón. Los palestinos, por contraste, a los que normalmente se les entrevista en estado de shock, aparecen despeinados, desorientados, ligeramente histéricos. Y siempre están rodeados por el caos y el desorden, con los edificios de alrededor destruidos, ruinas dispersas por doquier, y un ruido insoportable (por no mencionar que hablan esa lengua incomprensible). ¿Qué ocurre con ellos? También, incluso cuando no son “extremistas” siempre están a la defensiva, casi excusándose, intentando convencernos de que no son terroristas, ni siquiera militantes, sólo gente normal que quiere sobrevivir, cuando no disfrutar de su vida. Todo ello hace que parezcan todavía más sospechosos.

Porque, si no son terroristas, ¿qué están haciendo en Gaza? Gaza, deberíamos recordarlo, fue declarada por Israel “entidad hostil” en septiembre de 2007. Y dado que sólo los poderosos tienen la capacidad de definir, incluso aunque sus definiciones lleguen a ser tautologías u oxímorones, todavía son las únicas aceptadas. De acuerdo con esta lógica perversa, elaborada en la fortaleza de Israel y vendida al mundo entero, cualquier habitante de Gaza merece morir.

Más aún, a pesar del hecho de que Israel asegura que sólo ataca a Hamás y no a los palestinos (olvidando convenientemente el hecho de que, como David Boardman nos recuerda, la mayoría de los palestinos votaron democráticamente a Hamás), todavía está presente su antigua ley de la sangre, según la cual, como John Berger señala: “Una vida israelí vale por cien vidas palestinas”. De manera que si en el transcurso de los últimos seis meses, murió un israelí a causa de los cohetes de Hamás, es perfectamente lógico que en una semana 500 palestinos perdieran sus vidas y miles más resultaran heridos. Esta es lo que los israelíes consideran política de disuasión.

Sin embargo, no deberíamos olvidar que tras este cruel aparato de sexo, mentiras y video-juegos bélicos, está operando una más “primitiva”, “orgánica” y tribal crueldad, escondida al escrutinio del mundo exterior. La mayoría de la gente en occidente no es consciente de la indiferencia, y lo que es más inquietante, de la alegría con la que los israelíes reciben las noticias sobre el sufrimiento de los árabes y en particular de los palestinos. En occidente es frecuente ver a las muchedumbres árabes y musulmanas “bailando en los tejados” cuando los misiles o cohetes alcanzan Israel (como en el caso de la guerra del Golfo de 1991) pero es menos común ver u oír a los israelíes aplaudiendo el sufrimiento de los palestinos y árabes. En más de una ocasión me he encontrado con un jovial taxista que aplaudía las buenas noticias que acababa de escuchar. “Que se mueran todos” era la reacción habitual a la que llegué a acostumbrarme en el día a día mientras todavía vivía en Israel.

Tampoco era infrecuente en mi barrio de Jerusalén- incluso antes del estallido de la primera Intifada- ver a los policías israelíes de fronteras tratar brutalmente a los viejos y pobres palestinos que iban a recoger algo “de valor” en los cubos de basura de los judíos ricos. Una y otra vez sucedía frente a un café popular de Jerusalén, donde la gente bebía sus cafés con leche, completamente ajenos al drama. Nadie, entre aquella gente acomodada, parecía molesta por esas escenas, o experimentar inquietud alguna por aquella transferencia de culpa.

La crueldad de Israel- manifestada a través de su uso (o mejor dicho, abuso) del lenguaje y de la “estrategia” creativa de “transformar” sus continuos ataques contra los palestinos en una guerra defensiva, usando su tautología lógica para justificar el exterminio de una “entidad” que habían declarado “hostil”- debería ser interpretada con el espíritu de Giorgio Agamben. El prestigioso filósofo italiano argüía en relación con los campos de la muerte nazis que la “cuestión correcta que había de plantearse en relación con los horrores cometidos en los campos de exterminio es, por lo tanto, no la hipócrita de cómo crímenes tan atroces podían haberse cometido contra seres humanos” sino “cuáles eran los procedimientos jurídicos y el despliegue del poder mediante los cuales los seres humanos podían ser completamente privados de sus derechos y prerrogativas sin que ningún acto cometido contra ellos pudiera aparecer ya como un crimen”.

Hoy, nosotros podemos plantearnos la misma cuestión cuando escuchamos a las rubias misiles explicar los bombardeos que desgarran a las gentes de Gaza.

Yosefa Loshizky

1. N.T.: Shock and awe, denominación que el ejército estadounidense dio a la agresión e invasión de Iraq.


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