El 13 de enero, Nisman pidió la indagatoria de Cristina Fernández de Kirchner y del canciller Héctor Timerman por una supuesta maniobra de encubrimiento. El escrito, que no iba acompañado de pruebas, es tan endeble y contradictorio que no parece provenir de la mano de Nisman. En cambio, el andamiaje jurídico de la teoría del encubrimiento sí parece provenir de una pluma muy reconocible en el ambiente tribunalicio.
El 14, Nisman se presentó en el programa A dos voces del canal TN. Allí dijo que le había advertido a su hija que podía escuchar cosas feas sobre él. No se refería a la causa AMIA.
La denuncia se fue derrumbando por sí sola: el juez de la causa AMIA, Rodolfo Canicoba Corral, entrevistado por el autor de esta nota y el colega Ari Lijalad dijo ante los micrófonos de la Radio Pública que el fiscal estaba siendo conducido por aquellos a quienes debía conducir: los servicios de inteligencia y Antonio Stiuso en particular. El ex jefe de la Interpol, una legendaria figura del Servicio Secreto de los Estados Unidos, Richard Noble, fulminó a Nisman desmintiendo que el canciller Timerman hubiese pedido el levantamiento de las Alertas Rojas contra los iraníes requeridos por la Argentina. La embajada de los Estados Unidos y la CIA a las que Nisman rendía pleitesía, según revelan los documentos de Wikileaks publicados por Santiago O’Donnell, lo dejaron en banda. Lo mismo ocurrió con la embajada de Israel y las instituciones judías que no le encontraban ni pie ni cabeza a la denuncia Un sudor frío corrió por la espalda de Nisman cuando imaginó que la presentación prevista para el lunes 19 ante miembros de la Cámara de Diputados podía convertirlo en un hazmerreír.
Podría renunciar, argumentar cansancio moral o aceptar algún trabajo internacional que tantas veces le habían ofrecido. Ensayó los ejercicios de respiración que había aprendido cuando abandonó el psicoanálisis y lo remplazó por los cursos de “El Arte de Vivir”.
El sábado 17 recibió dos visitas de Diego Lagomarsino, este oscuro personaje que –según su versión– le facilitó la pistola calibre 22 que acabó con su vida. Lagomarsino dice que Nisman había recibido una llamada de Stiuso advirtiéndole que su vida corría peligro. Que protegiera a sus hijas y desconfiara de su custodia.
Lagomarsino –que percibía un sueldo de 40.000 pesos–, era el empleado mejor remunerado de la fiscalía y el único que no había presentado currículum ante la Procuración. Una fuente de otra fuerza de seguridad confió a este diario que hace unos años este hacker había ido a ofrecer sus servicios presentándose como experto en pinchaduras clandestinas. Evidentemente, más tarde, o tal vez ya entonces, trabajaba para la SI, dentro o fuera de la nómina. ¿Dónde estaban las dos armas de la que Nisman era legítimo usuario y por qué le llevó un arma que no sirve para defensa, sino que es la favorita de los asesinos profesionales para efectuar ejecuciones tan discretas como precisas?
Tal vez en esa pistola Bersa haya un mensaje encriptado que cualquiera que haya transitado el submundo de la inteligencia conoce: “Elegí, vos o tu hija: o seguís adelante o ya sabés lo que tenes que hacer”.
No dejó cartas. Murió un día 18. Un número que remite a otra fecha fatídica: el18 de julio de 1994, día del atentado a la AMIA.