El khat se ha consumido durante miles de años en las tierras altas del África oriental y el sur de Arabia. En algunos países europeos se han levantado estrictas prohibiciones a su uso argumentando una ‘supuesta protección de las comunidades inmigrantes’. Investigadores del Transnational Institute aprovecharon la ocasión para un estudio comparativo entre países que prohíben una sustancia y otros que no.
El khat representa un ejemplo único de un estimulante vegetal que está definido como una planta corriente en algunos países y como un estupefaciente fiscalizado en otros.
Así, ofrece una oportunidad excepcional de estudiar la eficacia, los costes y los beneficios de distintos regímenes de control. Y en la medida en que el khat se produce y se comercializa de forma legal, también posibilita que en las discusiones sobre normativas se incorporen las perspectivas de ciertas partes interesadas como agricultores y comerciantes.
El khat es un estimulante vegetal que se masca, usado tradicionalmente en Yemen, Etiopía, Somalia y otros países árabes. Tiene propiedades estimulantes debido a sus principios activos, los alcaloides catina y catinona, moléculas derivadas de la fenetilamina.
Los debates sobre cuáles serían los sistemas normativos apropiados y las consecuencias del creciente consumo de khat en el contexto de las políticas europeas sobre drogas deberían tener debidamente en cuenta las tendencias sociales, demográficas y culturales, y comparar los modelos de control existentes en Europa.
PUNTOS A CONSIDERAR:
• Allí donde el khat se ha estudiado más –a saber, Australia, el Reino Unido y, hasta hace poco, los Países Bajos, los Gobiernos han evitado la prohibición porque los daños médicos y sociales asociados no merecen tales controles.
• Las prohibiciones estrictas del khat que, supuestamente, se han adoptado para proteger a las comunidades inmigrantes han tenido graves consecuencias negativas indeseadas.
• La prohibición del khat no ha conseguido mejorar la integración, la inclusión social ni la prosperidad económica de la comunidad somalí.
• Las suposiciones sobre la relación causal entre el consumo de khat y los problemas de una minoría vulnerable con trastornos mentales sin tratar se deben abordar con prudencia y no se deberían usar como pretexto para criminalizar la planta.
• Las comunidades migrantes y los consumidores problemáticos necesitan una interacción constructiva e intervenciones específicas. La criminalización generalizada de una práctica cultural sólo servirá para acentuar aún más el problema mismo que los dirigentes comunitarios están intentando abordar.
CONCLUSIÓN
En varios países, el khat se prohibió después de que se clasificaran sus principios activos, la catina y la catinona, sin que se examinara con más detalle la viabilidad, las consecuencias o los beneficios de tal medida. Allí donde la planta se ha estudiado más –a saber, en Australia, el Reino Unido y, hasta hace poco, los Países Bajos, los Gobiernos han evitado la prohibición. Las pruebas existentes sobre los daños asociados con el khat no sólo no merecen tales controles, sino que las consecuencias negativas de éstos superan con creces cualquier beneficio derivado de un menor consumo.
El coste de los controles sobre el khat se puede resumir como criminógeno, ya que estos controles exacerban el aislamiento y la vulnerabilidad de las poblaciones inmigrantes e influyen negativamente en los medios de vida y el desarrollo económico de los países productores. Los beneficios esperados con la rebaja del consumo de khat no han generado inclusión social ni prosperidad económica en los países donde se ha prohibido la planta. De hecho, los patrones de migración dentro de la diáspora apuntan hacia un desplazamiento desde Escandinavia hacia el Reino Unido, donde se considera que las oportunidades son más prometedoras. Una de ellas, por supuesto, es la propia economía del khat, cuya venta al detalle y suministro ofrecen una ventaja competitiva excepcional.
Los problemas relacionados con el khat están vinculados con las vulnerabilidades estructurales y subyacentes de las poblaciones inmigrantes y, especialmente, de la comunidad somalí. Esta realidad conlleva problemas de alienación cultural y de falta de competencias profesionales y logros educativos, pero también de desestructuración familiar y escasa salud mental resultantes de la experiencia migratoria. Esto se corresponde con una segunda dimensión del consumo problemático e intenso del khat por parte de una minoría de usuarios. Los trastornos de estrés postraumático, los patrones de consumo de khat en los campos de refugiados, la crisis en Somalia y las relaciones de género son factores importantes en este sentido.
Lo que necesitan las comunidades migrantes y los consumidores problemáticos es una interacción constructiva e intervenciones específicas. La criminalización generalizada de una práctica cultural sólo servirá para acentuar aún más el problema mismo que los dirigentes comunitarios están intentando abordar.
Martin Jelsma
Pien Metaal
Axel Klein
Programa Drogas y Democracia del Transnational Institute
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