Sin hogar

La fotografía de gente que duerme en las calles y que soporta la crudeza del invierno se reproduce en el cuarto mundo, las bolsas de pobreza de grandes ciudades como París, Barcelona, Nueva York, Chicago y México D


Autor: Mauricio Becerra

La fotografía de gente que duerme en las calles y que soporta la crudeza del invierno se reproduce en el cuarto mundo, las bolsas de pobreza de grandes ciudades como París, Barcelona, Nueva York, Chicago y México D.F.

En Madrid, cerca de 700 personas duermen en la calle, según el recuento del ayuntamiento y organizaciones de la sociedad civil. Esta cifra no tiene en cuenta los asentamientos de inmigrantes que duermen en tiendas de campaña, las infraviviendas y casas abandonadas, o las personas que ocupan casas vacías. Más de 6.000 personas, según la ONG Cáritas.

Cada noche, miles de ciudadanos en todo el mundo salen al encuentro de estas personas por medio de programas de voluntariado social o por iniciativa propia. En España, voluntarios de la ONG SOLIDARIOS salen a la calle, con un café y algo de comer como excusa, para hablar de ‘persona a persona’ con ellos, convertidos por la indiferencia social y la falta de liderazgo político en inmobiliario urbano.

Otras organizaciones plantean el ocio como instrumento para que estas personas recuperen su dignidad y su autoestima. La palabra ocio quizá contribuye a la confusión sobre un problema tan complejo, pues lo que les sobra a las personas sin hogar es precisamente el tiempo libre y el ocio. Ante un problema de derechos humanos tan serio, no conviene convertir la acción lúdica en estilo de vida para los voluntarios, pues crearía en las personas sin hogar dependencia emocional, una consecuencia contraproducente para la búsqueda de soluciones.

Ciertas actividades sociales pueden potenciar capacidades humanas y la autoestima, elementos sin los que sería imposible encontrar trabajo y vivienda. Pero sólo una presión coordinada de la sociedad civil a las instituciones públicas permitirá que se habiliten puestos de trabajo y un sistema de viviendas para las personas sin hogar.

Desde hace varios años, una organización estadounidense ha profundizado en el problema del las personas sin techo. La National Alliance to End Homelessness (NAEH) ha abordado el problema no sólo en Chicago y Nueva York, sino en ciudades ‘menores’ como Indianápolis e incluso en el mundo rural, donde las mismas causas llevan a la gente a perder su hogar: encarecimiento de la vivienda, bajos ingresos y carencia de redes sociales y afectivas.

En años recientes, la NAEH ha publicado un plan para acabar con este problema. Aunque el estudio esté enfocado a Estados Unidos, las causas del fenómeno están en sistemas económicos que crean exclusión social y bolsas de pobreza.

Algunos alcaldes de ciudades europeas lo han llegado a considerar un problema de salud pública que dificulta la convivencia ciudadana, mientras parte de la sociedad civil se rebela contra la especulación inmobiliaria que los mismos Gobiernos han consentido. Se calcula que en España hay cien casas vacías por cada persona sin hogar.

La obtención de estadísticas sobre los sintecho permitirá conocer el punto de partida y las necesidades para establecer estrategias comunes entre políticos y organizaciones de la sociedad civil, con responsabilidades bien delimitadas.

La NAEH considera que una sociedad sin sistemas de prevención perpetuará el problema del sinhogarismo. El papel de los Gobiernos a la hora de implementar políticas de la vivienda para aportar ayudas y fomentar alquileres asequibles es fundamental. También la prevención por medio de servicios para personas que han salido de largas estancias en los hospitales, de las cárceles e instituciones para personas con enfermedad mental.

Por medio de programas de sensibilización y de información, es posible fomentar la confianza de las personas sin hogar para que se acerquen a las viviendas creadas y a los servicios públicos. El sistema de albergues y de vivienda temporal debe estar enfocado de manera que las personas permanezcan en esa situación el menor tiempo posible para evitar que se institucionalicen. Esto se complementa con un sistema de búsqueda de viviendas para las personas que utilizan esos recursos públicos y con facilidades para acceder a servicios sanitarios y psicológicos.

Es preciso un consenso social y laboral para ofrecer viviendas asequibles y trabajos que les permita a las personas sin hogar pagar sus alquileres. De esta manera podrán salir a la calle como observadores, en lugar de mantenerse pasivos en las aceras como objetos para la beneficencia.

Carlos Miguélez Monroy

CCS – El Ciudadano


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