Trece indígenas presos en tres centros de reclusión del estado de Chiapas, México, cumplieron este miércoles 10 de abril 26 días de huelga de hambre para exigir su liberación inmediata e incondicional.
En total, son 20 los indígenas en protesta, debido a que siete de ellos no se incorporaron al ayuno por problemas de salud. Exigen justicia luego de más de una década tras las rejas sin ninguna otra prueba de culpa que no sea una confesión extraída bajo tortura.
Agrupados en los colectivos La Voz Verdadera del Amate y Vijiketik en Resistencia, los detenidos junto a sus familiares aseguran que esta «lucha no es solo por ellos, sino por todos los indígenas presos injustamente».
Los reos manifiestan que «constantemente reciben amenazas y hostigamiento por parte de las autoridades penitenciarias para que desistan de su manifestación».
Testimonios de los detenidos
Uno de los indígenas presos en huelga de hambre es Juan, quien cuenta que en febrero de 2007 fue sorprendido en horas de la mañana. “Entraron a mi casa. Rompieron mis ventanas y el portón sin ninguna orden de aprehensión o cateo”.
Lo sacaron de su casa con violencia y lo subieron a una camioneta. Durante varios días, Juan fue torturado. Además, durante 72 horas estuvo incomunicado sin recibir comida, agua o tener permitido ir al baño.
Después de una larga búsqueda, su familia lo encontró. A Juan le pidieron 80.000 pesos (4.250 dólares) o firmar unos documentos en blanco a cambio de detener la tortura.
Finalmente, Juan fue acusado de homicidio, “en un juicio lleno de irregularidades en la que la parte acusatoria presentó testimonios falsos, compró a su abogado y terminó sentenciado a 11 años de prisión”, se conoció.
Otro de los indígenas en protesta es Alfredo, de 28 años de edad. Explica que hace 10 años salió de su casa, ubicada en la comunidad Tzotzil, para adquirir fertilizante en la caballeriza municipal.
“Somos gente humilde, yo no tenía bronca, iba por mi fertilizante, y venía caminando yo, y entonces me abordaron cuatro personas, y me subieron a una camioneta, y me taparon mis ojos con una chamarra que traía y me llevaron a un lugar donde me dijeron que yo mismo me culpara, que me hiciera yo cargo de todos los delitos que ellos me daban”, relató.
Alfredo explica que para ese momento tenía 18 años y no entendía el español porque no había estudiado.
Luego de múltiples torturas, en las que se incluyen hasta electricidad en los testículos, Alfredo cuenta que estaba semiconsciente: «solo sentí que me agarraron la mano y me presionaron el pulgar contra unas hojas, estaba vendado yo de la vista, y me dijeron que no me opusiera, que estaba firmando los papeles de mi libertad».
De esta manera fue como Alfredo «confesó» su participación en un homicidio.
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