Ucrania y el fracaso del stalinismo en la Unión Soviética

Los acontecimientos en Ucrania, y la realidad de las otras repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética, están marcadas por lo que el autor de esta nota llama «El fracaso del stalinismo»

Ucrania y el fracaso del stalinismo en la Unión Soviética

Autor: Mauricio Becerra

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Los acontecimientos en Ucrania, y la realidad de las otras repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética, están marcadas por lo que el autor de esta nota llama «El fracaso del stalinismo». Tema tabú, sobretodo entre los comunistas, analizarlo ayuda a comprender la realidad contemporánea.

 Comparto la indignación y la inquietud de muchos compañeros ante el ascenso del fascismo y el antisemitismo en Europa en general y, en particular, en Ucrania, Hungría, Polonia y Francia. Lamento que los poderosos partidos comunistas que combatían esas lacras hayan desaparecido (PC italiano) o estén reducidos a su mínima expresión (PC francés).

Las reflexiones que siguen no invalidan, en absoluto, mi rechazo más categórico al cínico intervencionismo en Ucrania del complejo militar, industrial y financiero de los Estados Unidos y la Unión Europea, que usan a partidos fascistas para “restablecer la democracia” en los países del ex Pacto de Varsovia. Como marxista lamento el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que, a pesar de todas las inconsecuencias de su Gobierno, a veces frenaba el expansionismo imperialista con su sola existencia. Pero la cruda realidad es que la nomenklatura soviética prefirió pasar del usufructo de la plusvalía de sus trabajadores a la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, y restaurar el sistema capitalista en su versión más gansteril. Por consiguiente, solo los ilusos pueden confiar en que el pequeño zar Putin respetará el derecho de libre determinación de los ucranianos.

Algunos compañeros explican los acontecimientos por la desaparición de la URSS: durante su vigencia todo era maravilloso y después de ella resurgieron del infierno todos los demonios.

¿Fue tan idílica la vida en Ucrania como integrante de la URSS? ¿En la URSS imperó una política socialista con respecto a las nacionalidades no rusas? ¿La dirección del Partido Comunista de la URSS (PCUS) no usó el antisemitismo, las discriminaciones contra georgianos, chechenos, tártaros de Crimea, armenios y otras minorías como una arma “política” e “ideológica”?

La Rusia zarista era una “cárcel de pueblos”. Los rusos constituían el 48% de la población y el 52% restante eran “minorías nacionales,” sometidas a una doble explotación: social y nacional. La parasitaria nobleza zarista y su Estado autocrático desviaban las protestas de los obreros y campesinos rusos culpando a las minorías nacionales, en particular a los judíos, de la miseria que reinaba en el Imperio. La “ideología” oficial del régimen era el antisemitismo y su biblia “Los Protocolos de los Sabios de Sión” (1), una burda falsificación histórica elaborada por los “intelectuales” de la la Ojrana, la tenebrosa policía del Zar.

En vísperas de la revolución rusa de 1905 y en otras graves crisis del régimen, en las aldeas reinaba la desolación y la muerte cuando las “Centurias Negras” (organización de extrema derecha), apoyadas por el aparato represivo del Estado, distribuían generosamente vodka entre las masas campesinas y luego las empujaban a incendiar, saquear, matar y violar a los habitantes de las míseras poblaciones judías.

Por su parte, la dirección stalinista del PC siempre utilizó el antisemitismo como arma política, por ejemplo durante la persecución y posterior asesinato de León Trotsky y otros revolucionarios de origen judío. En las regiones agrarias más atrasadas (como en Ucrania) era una arma eficaz. En aras de la brevedad, cabe referirse a dos acontecimientos mayores, a escala de toda la URSS, producidos después de la victoria contra los nazis, justo cuando los soviéticos ansiaban una real democratización del país.

El primero fue el exterminio, en secreto y sin proceso público, de la flor y nata de la intelectualidad judía. Los actores, escritores y poetas asesinados actuaban y escribían en yidish y el contenido de sus obras versaba sobre la construcción del socialismo, dirigida por el gran camarada Stalin. Durante la guerra contra los nazis se formó en Moscú el “Comité Judío Antifascista”, presidido por Schlomo Mijoels, actor extraordinario, e integrado entre otros por los eminentes poetas Bergelson y Fefer.

El Gobierno soviético envió una delegación del referido Comité a los EE.UU. con el fin de recoger fondos para el esfuerzo bélico de la U.R.S.S. La delegación tuvo un gran éxito y fue aclamada a su regreso a Moscú. Alrededor de 1948-49 los órganos de seguridad del Estado dieron muerte a unos 12 de estos intelectuales. Su desaparición provocó mucha inquietud mundial y posteriormente se divulgó que se había eliminado a un conjunto de “judíos nacionalistas pequeñoburgueses”. Entre otros, el gran escritor estadounidense Howard Fast se enteró de estos hechos después del célebre XX Congreso del PCUS y los denunció enérgicamente en su libro “El Dios desnudo.”

Poco después, en plena década del 50 del siglo XX, se acusó a los médicos más famosos del Kremlin (judíos y no judíos) de que pretendían asesinar, por encargo del imperialismo, a Stalin y la dirección del PCUS. Fue una campaña nacional contra el “complot de las batas blancas”, la que revistió claros ribetes antisemitas y se premió con la Orden de Lenin a una enfermera que denunció a los “complotadores”. Los médicos fueron encarcelados y torturados, pero salvaron sus vidas cuando Stalin murió y Beria fue fusilado.

Por cierto que no solo algunos judíos fueron víctimas del terror como método de gobierno aun después de la victoria de 1945. “Cuando regresaron los prisioneros soviéticos de guerra, fueron hacinados en los campos del Gulag”, pues el líder máximo ordenó que sus soldados debían triunfar o morir en la guerra. Asimismo, “la dirección del partido de Leningrado fue purgada en 1948-1949 y en 1953, poco antes de la muerte de Stalin, había indicios de que existían planes para iniciar otra campaña de Gran Terror.” (2)

En la URSS la ideología oficial fomentaba la fraternidad e igualdad entre los pueblos, el internacionalismo proletario y otros valores inherentes al humanismo de Marx y Engels. ¿Cómo es posible entones que durante la existencia de la URSS permanecieran sumergidas profundas raíces fascistas, que hoy renacen fortalecidas?

En último análisis, ¿se construyó el socialismo en la URSS? Con los antecedentes que surgen de la realidad económica, social y política de la ex URSS y los archivos soviéticos, ¿podemos seguir con la visión idílica que se machacó en Chile durante decenios de que allá se construía la “Patria del Socialismo” y el “Paraíso de los Trabajadores”?

¿Por qué la URSS colapsó sin “pena ni gloria”? ¿Por qué los proletarios no lucharon contra los “oligarcas” y defendieron el Poder de los Soviets? ¿Por qué los millones de militantes del PCUS, de afiliados a los sindicatos y de miembros del Ejército Rojo no impidieron el golpe de Estado de la nomenklatura? ¿Por qué las repúblicas socialistas soviéticas se desgajaron de la URSS?

 

Nuestra respuesta a estas interrogantes es contundente: El régimen que rigió 70 años en la U.R.S.S no fue socialista. En la “sexta parte del mundo” fracasó el stalinismo, nunca se construyó el socialismo.

A ese respecto, me remito a la “Fundamentación Teórica del Programa del Partido Socialista” (1947), escrita por dos grande intelectuales chilenos: el profesor Eugenio González Rojas y el sociólogo Clodomiro Almeyda Medina. En el capítulo titulado “La Revolución Rusa y su regresión” se hace un análisis certero, que sorprende por su vigencia histórica y explica, breve y lúcidamente, el origen y la naturaleza del fenómeno stalinista. Por ello considero ineludible reproducir el siguiente párrafo de dicho análisis:

“La Revolución de 0ctubre tiene, en la historia del movimiento proletario, una significación trascendental. Por primera vez, a través de ella, la clase obrera se apoderó del Estado y emprendió una política tendiente a crear las bases objetivas y subjetivas para la construcción ulterior del socialismo. (…) Sin embargo, la política inicial de socialización del poder económico se fue convirtiendo en una mera estatización que condujo progresivamente a un régimen de capitalismo de Estado, dirigido por una burocracia que ejerce el poder en forma despótica, sometiendo a una verdadera servidumbre a la clase trabajadora. De este modo, los auténticos fines del socialismo, para servir a los cuales se realizó la Revolución de Octubre, se han ido desvirtuando cada vez más en función de una política de Estado que no tiene en cuenta los intereses de los trabajadores” (3).

En un contexto histórico muy complejo, caracterizado en síntesis por la derrota de las revoluciones socialistas en Alemania y Hungría; el atraso de la economía zarista y su destrucción en la primera guerra mundial; la debilidad extrema de la naciente URSS al fin de la guerra civil; la casi nula existencia de tradiciones democráticas y parlamentarias bajo la autocracia imperial; en esas brutales condiciones la burocracia del Partido único y del Estado, dirigida por Stalin, inició un proceso contrarrevolucionario que culminó con el exterminio físico, político y moral del Partido bolchevique fundado por Lenin; la eliminación de los auténticos soviets (consejos de obreros, campesinos y soldados elegidos y revocados por el pueblo), y la instauración de una dictadura totalitaria, cuya burocracia disfrutaba de enormes privilegios y aspiraba al dominio mundial.

UCRANIA Y LA “COLECTIVIZACIÓN FORZADA DE LA AGRICULTURA”

Recordemos que la Rusia zarista era básicamente un país de campesinos analfabetos explotados por la nobleza parasitaria. El apoyo de los campesinos fue decisivo para el triunfo de los rojos durante la cruenta guerra civil de 1918-1921. Lenin tuvo la sagacidad de abandonar el programa de socialización de la agricultura y distribuir la tierra de la nobleza a los campesinos, aplicando el programa agrario de los socialrevolucionarios.

Al cabo de unos años, los campesinos perdieron el miedo al regreso de los terratenientes y empezaron a plantear sus reivindicaciones. El hambre empezó de nuevo a sitiar las ciudades obreras y la dirección del P.C., encabezada por Stalin, adoptó una actitud vacilante. La “izquierda” del Partido propiciaba la rápida industrialización de la URSS, para lo cual había que persuadir a los campesinos que se incorporaran voluntariamente a una agricultura colectiva y moderna. En sus escritos, Stalin se mofaba de los “super industrializadores”. Sin embargo, en 1928 dio “un golpe de timón” y emprendió la “colectivización forzada de la agricultura”. Más de 100 millones de aldeanos, que aún usaban arados de madera, fueron incorporados a la fuerza a los koljoses (granjas colectivas) y los sovjoses (granjas del Estado). Se les prometieron tractores y maquinarias agrícolas modernas. La colectivización forzada se transformó en una verdadera guerra civil contra los “kulaks o “campesinos ricos enemigos del socialismo”, quienes fueron expropiados, exterminados o deportados a Siberia. Destacamentos del Ejército Rojo rodeaban las aldeas y confiscaban hasta las semillas.

La República Soviética de Ucrania, el ”granero de Europa” por sus famosas y fértiles tierras negras, como el resto de las zonas agrarias de la URSS, sufrió las consecuencias de los burocráticos e ineficientes koljoses y sovjoses, los campesinos volvieron a la servidumbre, esta vez a la servidumbre estatal, y hubo una gran caída en la producción agrícola (4). El descontento y la soterrada protesta o pasividad de los campesinos fue motivo de constante preocupación para las autoridades soviéticas, que a menudo recurrían a la represión o a los mitos del chovinismo gran ruso y su superioridad sobre las minorías nacionales. El antisemitismo abierto o solapado siguió vigente en Ucrania, pues fue el cuantioso legado que los blancos dejaron durante la guerra civil. La gran paradoja de la historia de la U.R.S.S. es que bajo la dirección de Stalin el vasto país se “civilizó” con métodos brutales y pasó de un país agrario atrasado –Marx lo denominó “el modo asiático de producción” – a ser una gran potencia militar. En efecto, casi paralelamente a la “colectivización forzada de la agricultura” comenzó el Primer Plan Quinquenal (1929), que estimuló a la juventud soviética a crear y desarrollar, con enormes sacrificios, una gran industria pesada, particularmente de armamentos.

Con los años, la URSS tuvo un déficit crónico de cereales y, después del Japón, fue la primera importadora de granos del mundo y gran cliente de la dictadura militar argentina.

En Ucrania el ejército nazi contó con la colaboración, entre otros, de los cosacos dirigidos por el siniestro Piotr Krassnoff y su hijo. Integraban el “ejército de Vlásov”, general conocido como uno de los favoritos de Stalin, quien se pasó a los invasores hitlerianos y organizó el único ejército de traidores que hubo en la URSS.

En 1944, cuando el Ejército Rojo liberó Ucrania, Stalin dispuso severos castigos para los traidores y colaboradores de los nazis. Envió al gulag, en el Asia Central, a grupos nacionales completos, incluidos sus dirigentes comunistas, entre ellos los tártaros de Crimea por su conducta durante la Guerra Patria.

APUNTES SOBRE LA POLÍTICA DE LAS NACIONALIDADES: RUPTURA DE LENIN CON STALIN EN TORNO A LA CONSTITUCIÓN DE LA URSS (1922-1923)

Lenin pidió al XII Congreso del PCUS que destituyera a Stalin de la Secretaría General. Además de criticarlo por tratar en forma brutal a los camaradas en general y a los comunistas georgianos en particular, el problema de fondo que los separaba era el Modelo del futuro Estado soviético que se había de plasmar en la nueva Constitución de la URSS. Stalin – Comisario de las Nacionalidades – era partidario de la “Autonomización” y Lenin de la “Federación”.

Stalin pretendía dar una cierta “autonomía” a las nacionalidades no rusas, que se convertirían en unidades administrativas subordinadas a la Federación Rusa. “Las repúblicas, por su parte, eran perfectamente conscientes de lo que estaba en juego: sin unas garantías constitucionales adecuadas y claramente expuestas, los ministerios con sede en Moscú quedarían de hecho en manos de la Federación Rusa o, en otras palabras, en manos rusas. A esto se refirió Christian Rakovski, el jefe del gobierno ucraniano, en un largo memorando dirigido a Stalin el 28-09-1922 en el que, fundamentalmente, venía a decir: su propuesta habla de repúblicas independientes que se desligan del centro, pero no dice nada de sus derechos en tanto que repúblicas, de sus comités ejecutivos y de sus consejos de comisarios.” (5)

Lenin concebía, por el contrario, una Federación de repúblicas independientes que disfrutaran de los mismos derechos. En carta de 06-10-1922 dirigida a Kamenev, Presidente del soviet de Moscú, decía: “Declaro la guerra al chovinismo de la Gran Rusia: es necesario insistir rotundamente en que el Comité Central Ejecutivo de la Unión debe estar presidido, rotatoriamente, por un ruso, un ucraniano, un georgiano…. Rotundamente.” El georgiano Stalin fue acusado por Lenin de imponer “la ideología imperial gran rusa.” (6).

Agobiado por su enfermedad, Lenin libró su última batalla en defensa de una Constitución Política de la URSS que estableciera la igualdad entre todas las Repúblicas soviéticas, la presidencia de la URSS por turno entre todas las Repúblicas, el derecho a afiliarse y desafiliarse de la URSS (así Finlandia se retiró pacíficamente de la URSS), etc. Stalin, por el contrario, impuso a la muerte de Lenin el chovinismo gran ruso. En cada República, el primer secretario del PC era autóctono, pero el 2º secretario era ruso y la política oficial y el poder real estaban en manos de los chovinistas gran rusos.

LA REPRESIÓN CONTRA LOS COMUNISTAS SOVIÉTICOS

En 1936, Stalin proclamó la nueva Constitución de la URSS, la “más democrática del mundo.” Simultáneamente se desarrollaba la represión anticomunista, que llegó a su paroxismo entre 1936 y 1939 en los tristemente célebres “procesos de Moscú.” Millones de soviéticos fueron deportados y ejecutados. La represión se ejerció contra los militantes del Partido bolchevique y los trabajadores de la ciudad y el campo, pues la nobleza zarista y la burguesía fueron derrotadas durante la guerra civil y emigraron en masa al extranjero.

En los “procesos de Moscú” se condenó a muerte a toda la vieja guardia bolchevique que dirigió la Revolución de Octubre (con excepción de Lenin), acusándola de grotescos crímenes contrarrevolucionarios y de colaboración con la Gestapo. Luego se eliminó a decenas de miles de comunistas que se destacaron en los años de la guerra civil y la intervención de los ejércitos extranjeros, incluidos 20.000 altos oficiales del Ejército Rojo. “Apenas existía una familia en la URSS que no hubiera perdido un allegado ante un pelotón de fusilamiento o en el Gulag y el recuerdo se había transmitido de generación en generación.” (7)

También fueron fusilados muchos dirigentes comunistas exiliados en la URSS, como Bela Kun, líder de la revolución húngara de 1919; la mayoría del Comité Central del PC de Polonia, que en lo sucesivo fue reorganizado bajo el nombre de Partido Obrero Polaco, y, con posterioridad al gansteril “Pacto de no agresión Hitler-Stalin” (1939), prominentes comunistas alemanes y austriacos fueron entregados a la Gestapo. Procede destacar que en esos años, denominados de la “gran locura”, fueron exterminados muchos dirigentes de la propia fracción stalinista, que ya en 1935 comenzaron a oponerse a la ola de terror. Precisamente Nikita Kruschev rindió homenaje –en su informe “secreto” al XX Congreso del PCUS– a “sus camaradas injustamente inmolados en aras del culto a la personalidad de Stalin”, que no incluían, por cierto, a los millares de kamenevistas, zinovievistas, bujarinistas y trotskistas que nunca fueron reivindicados.

Se calcula que entre 1930 y 1941 más de 12 millones de soviéticos fueron deportados a campos de concentración, de los cuales fallecieron unos ocho millones (8).

En definitiva, el régimen stalinista no sólo oprimió y exterminó a millones de soviéticos, sino que con un cinismo monstruoso invocó el socialismo y el comunismo como justificación de sus crímenes. Su balance es trágico: la restauración del capitalismo en Rusia y en Europa oriental, el desaliento y la desorientación de los trabajadores a nivel mundial y la desaparición casi total del otrora gran movimiento comunista internacional.

Jorin Pilowsky R.

El Ciudadano – Politika

NOTAS:

1.- Norman Cohn, “El mito de la conspiración judía mundial. Los Protocolos de los Sabios de Sión”, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1983. Traductor: Fernando Santos Fontanela, gran intelectual español, compañero de trabajo en la Sección de Traducción al Español de las Naciones Unidas, consecuente luchador contra las dictaduras de Franco y Pinochet, a quien rindo homenaje en estas líneas.

2.- Robert Service, “Rusia, experimento con un pueblo. De 1991 a la actualidad”, págs. 104 y 105, Siglo XXI de España Editores, S.A., 2005.

3.- Belarmino Elgueta y Pedro Vuscovic, “Actualidad del Socialismo en Chile”, pág. 43, México.

4.- Olga Ulianova, Intervención en el Foro Panel Nº 17, “Juicio Crítico del Socialismo Real”, Cuaderno Nº 21 de la “Fundación Clodomiro Almeyda Medina”, págs. 34 y sigs.

5.- Moshe Lewin, “El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética”, págs. 33 y sigs., Crítica, S.L., Barcelona, 2006.

6.- Ibid., pág. 40.

7.- Robert Service, op. cit., pág. 104.

8.- Jean Elleinstein, “Staline”, págs. 205 a 240, Fayard, París, 1984


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