Valparaíso, como Bolivia, no tiene acceso al mar. La amplia costanera semicircular, antaño paseo público de todo habitante o visitante del puerto de Chile, es el mayor espacio de bodegaje de las mercaderías –especialmente automóviles– que llenan las calles de nuestro país.
Se pensaba que Valparaíso se salvaría de ser esto, pero llegaron esos refrigeradores gigantes que comenzaron a poblar primeramente los cerros Barón, Polanco, Larraín, para luego extender aún más su ocupación.
El cerro Yungay es hermano de ese amplio conjunto de cerros en el arco central de la ciudad. Pertenece a la cuenca mayor de San Juan de Dios. Es un cerro de alto lomo y bellas pendientes, discreto en su silencio como sus hermanos, los cerros San Juan de Dios, Jiménez, Cárcel, Panteón, La Loma, y también Bellavista y Florida. Su plaza Yungay contenía una de las mejores vistas de la ciudad, el mar, la cordillera de la costa y de los Andes, aparte del atrayente flanco del Bellavista con la vista completa de la Iglesia neogótica de Las Carmelitas –ya clausurada– en su punto central.
La plaza Yungay, remodelada en 2011, había adquirido su condición de plaza-mirador, en palabras de su hoy ex alcalde Jorge Castro. Hoy, tristemente se ha sacrificado el mirador de la Plaza, y esto ante la propia casa de la ex autoridad, quien debería haber protegido la visión e identidad de la ciudad y sus ciudadanos.
El proyecto Lofts Plaza Yungay, propiedad de Cristián Barrientos y Antonio Menéndez, ha clausurado la vista a los cerros y parte del mar de la plaza-mirador Yungay, lo que ha provocado un descontento por parte de un grupo de vecinos.
Ambos profesionales, de hecho, accedieron a un encuentro con los habitantes del cerro Yungay, en el que presentaron sus proyectos arquitectónicos y sus medidas de mitigación. Sin embargo, ni el diseño decorativo de azulejos, ni la alfombra de pasto artificial y tampoco el mirador de madera tenían una visión responsable ante el daño urbano cometido.
Ha sido triste comprobar que los argumentos técnicos de ambos profesionales van en la línea de declarar una actitud de condescendencia. Sus argumentos se escudan en el respeto a la normativa y a su posibilidad de construir incluso en más altura, demostrando así que no perciben esta plaza-mirador como un espacio propio y compartido con todo aquel que le otorgue visión y vida a este ámbito.
Por el contrario, pareciera ser que el espacio público es considerado como algo ajeno, en el sentido que no es propio ni de nadie, y entonces, puede ser simplemente vulnerado. Así, tanto como el mar, los cerros y las perspectivas, la vista de la propia plaza-mirador se convierte hoy en un valor agregado a la oferta comercial de los futuros dueños de los diversos tipos de lofts y terrazas que componen el proyecto inmobiliario.
Lamentablemente, solo una porción de un vecindario podrá ver los fuegos artificiales este año nuevo.
Proyectos como este contrastan la subordinación del oficio y la ética del arquitecto –quien imagina y construye el hogar y la ciudad del ser humano– con el pensamiento del agente inmobiliario. Esto es también el síntoma de la virtual mutación del arquitecto en agente inmobiliario.